na de las características del capitalismo en su fase actual de tormenta pandémica, es el encierro de pueblos enteros bajo diferentes modalidades que, en realidad, persiguen los mismos objetivos: aislar a las y los de abajo para acelerar la acumulación por despojo.
Por eso, cada vez que los pueblos rompen el cerco militar y paramilitar, político y mediático, se convierten en estímulo para los demás, marcan rumbos y nos enseñan todo lo que podemos aprender para seguir adelante. Romper el cerco es tanto como defender la vida en un sistema de muerte.
Estos días en Colombia se realizó la Minga Indígena, Negra y Campesina, que arrancó en el suroccidente, en el Cauca y continuó en Cali, recorrió varias ciudades y pueblos para llegar ocho días después a Bogotá. En todo su recorrido, la Minga (trabajo comunitario o tequio) dialogó con poblaciones que comparten sus mismos dolores, en un país que se desangra por la violencia narco-militar-paramilitar, con cientos de líderes sociales asesinados.
El núcleo de la resistencia son los pueblos originarios del Cauca, agrupados en gran medida en el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), fundado en 1971 en el contexto de una vasta lucha por la recuperación de tierras, que se saldó con la dispersión de los grandes terratenientes. El pueblo Nasa con sus proyectos de vida
, lanzados en la década de 1990, es uno de los mejor organizados de Colombia.
Los ocho pueblos originarios que se agrupan en el CRIC se asientan en 84 resguardos (territorios reconocidos por la Constiución de Colombia) que son gobernados por 115 cabildos elegidos por las poblaciones. A su vez, los cabildos se agrupan en 11 asociaciones, en nueve regiones estratégicas del Cauca (https://bit.ly/35nPJoW).
Vale que el lector eche una mirada al mapa donde se asientan los territorios indígenas del Cauca (https://bit.ly/34hV8Pi), que ocupan 5 mil kilómetros cuadrados poblados por unos 200 mil habitantes. En algunas regiones, los pueblos originarios coinciden geográficamente con pueblos negros y campesinos, lo cual ha permitido que las experiencias y modos de cada quien se contaminen
con las otras.
Además de la economía y la justicia propias
, como las denominan, la realización de mercados de intercambio de alimentos por trueque, sin usar dinero, pero sin equivalencias (no necesariamente intercambian un kilo por un kilo, sino en base a las necesidades), los pueblos originarios formaron la Guardia Indígena, una de las mayores creaciones de autodefensa del continente (https://bit.ly/31tZjWb).
Siete mil guardias controlan, durante la pandemia, la entrada y salida de personas y vehículos de sus resguardos, armados
con bastones ceremoniales o chontas. La Guardia está integrada por niños, niñas, mujeres, hombres, autoridades espirituales y culturales, es elegida en las comunidades y se orienta según el criterio de Guardar, cuidar, defender, preservar, pervivir, soñar los propios sueños, oír las propias voces, reír las propias ri-sas, cantar los propios cantos, llorar las propias lágrimas
.
La Minga hacia Bogotá, en la que participaron 8 mil miembros de pueblos originarios, negros e indígenas, fue escoltada por las guardias, con especial protagonismo de las mujeres y los jóvenes. Fue recibida y acompañada por miles de personas que vienen resistiendo la represión de cuerpos militarizados, contra los que se levantaron en las jornadas memorables del 9 al 11 de setiembre, en las que ardieron varias dependencias policiales.
La confluencia con los trabajadores urbanos fue potenciada por la participación de la Minga en el paro nacional de las centrales sindicales del 21 de octubre, a casi un año de la revuelta social de noviembre de 2019, que se inició precisamente con una amplia movilización sindical que fue desbordada por estudiantes y jóvenes de las barriadas periféricas.
Para quienes se muestran escépticos ante las formas de lucha de los pueblos originarios, ahí está el notable ejemplo de las Guardias, que crecen como manchas de aceite expandiéndose hacia otros sectores. En Colombia ya hay más de 70 mil guardias, incluyendo, además de Guardias Indígenas de decenas de pueblos (en Colombia existen 102 pueblos originarios), las Guardias Cimarronas de los pueblos negros y las Guardias Campesinas.
Cada pueblo cuenta con sus propios territorios: palenques negros y zonas de reserva campesina se suman a los resguardos indígenas, conformando un tapiz multicolor de resistencias y dignidades. La Colombia de abajo se va articulando con la creación de espacios urbanos, algunos organizados en torno a huertas periurbanas, en ciudades como Popayán (https://bit.ly/3o9WLGt) y en grandes urbes como Bogotá (Colectiva Huertopía).
Los pueblos de Colombia consiguieron romper el cerco, aunque seguirá la ofensiva paramilitar contra sus territorios, porque el modelo neoliberal extractivo no está dispuesto a retroceder. Un detalle nada menor: donde gobierna la derecha, la confluencia de los abajos va más rápido.