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Ver día anteriorLunes 19 de octubre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Desfiguros y desfiguraciones
T

anto desfiguro llama a risa; son gestos y actos realmente ridículos. Pero deben preocuparnos las desfiguraciones: la deformación y desarticulación que cunden.

Los extremos a que han llegado fuerzas clasificadas en la derecha tienen dos caras. Por una parte, las descalifican y revelan tanto su pobreza de ánimo como su falta de imaginación y talento. Por otra parte, causan inmensa preocupación: polarizan cada vez más a amplios sectores de la sociedad, los cargan de violencia y conducen a arriesgados enfrentamientos.

No estamos ante una corriente ideológica consistente, con un cuerpo definido de doctrina, que logre persuadir con sus ideas a la gente. Tampoco se trata ya de las máscaras tras de las cuales se ocultó el capitalismo para hacerlo atractivo y seducir a la población, a fin de someterla a la esclavitud del consumo y del empleo. Todo eso persiste y todavía hay intelectuales orgánicos del sistema dominante que pregonan sus virtudes, pero enfrentamos algo mucho más peligroso. Hace tiempo le llamábamos, en forma equívoca, fascismo. Podemos reconocer sus raíces en esa tradición, propia de un lugar y una época, pero también mostrar sus diferencias.

Sigue vigente el evangelio del consumo, en el cual están atrapadas amplias capas de la población, pero se extienden resistencias de muy diversa índole. Consumidores organizados han logrado generar leyes, disposiciones y, sobre todo, conductas que quitaron al consumo su apariencia no sólo inocente, sino benéfica. Meses de confinamiento y pérdida de empleo e ingreso permitieron reconsiderar los patrones impuestos y crear opciones; mucha gente consiguió escaparse del mercado, así fuera ­parcialmente.

En este periodo se hizo evidente la profunda inmoralidad e irresponsabilidad de capitalistas y funcionarios e instituciones a su servicio. Saberlo empezó a formar parte de una conciencia bastante general. Falta aún mucho para que la mayoría logre librarse de todos los consumos en que sigue atrapada. Pero hay un nuevo estado de ánimo que estimula iniciativas de inmenso valor.

Todos esos hechos provocan reacciones ansiosas en las élites, que las llevan a disparates cada vez más peligrosos. En la base social se extienden comportamientos violentos e irresponsables de individuos, grupos y organizaciones que se sienten amenazados por la circunstancia, lo que es particularmente evidente en algunos países y coyunturas. En Estados Unidos, por ejemplo, las elecciones han dado lugar a una situación sin precedente, excepcionalmente delicada.

La llamada izquierda está entregada a sus propios desfiguros y por acción u omisión contribuye a agravar la situación, cuando no brilla por su ausencia. Ni siquiera la clasificación alternativa entre arriba y abajo puede mantenerse, pues cunden en la base social profundas contradicciones. Además de la confusión que propicia la desinformación sistemática alimentada por gobiernos, corporaciones y medios, intereses muy diversos entran en aguda contradicción. Como se manifiesta claramente en el Istmo, se enfrentan respecto a corporaciones y megaproyectos quienes sólo luchan por mantener o ampliar empleos y servicios públicos y quienes están decididos a defender sus territorios y modos de vivir.

Se hace particularmente difícil, en esas circunstancias, practicar con sentido y sin violencia una desobediencia sensata y responsable ante políticas incapaces de encauzar el esfuerzo colectivo para enfrentar los desafíos actuales. Las propias autoridades reconocen que por lo menos la mitad de la población no puede ajustarse al confinamiento extremo ( La Jornada, 14/10/20). Apuestan todavía a remedios que no lo son, como las vacunas, que podrían resultar más nocivas que el virus, como ha mostrado lúcidamente Silvia Ribeiro ( La Jornada, 26/9/20).

Sigue sin atenderse la prioridad mayor: la comida. En vez de tratar de asegurar alimentación sana para todos, lo más importante ante la pandemia, no se da atención adecuada a formas de insuficiencia alimentaria sumamente graves, en las que ya está la quinta parte de la población. Esfuerzos notables que a ras de tierra regeneran la milpa y multiplican los huertos urbanos, al tiempo que organizan solidaridad y compartencia, a menudo se realizan a contrapelo de las autoridades.

Junto al creciente autoritarismo, se acentúa el caos. En la base social, el desconcierto y hasta la desesperación impulsan a la gente en muy distintas direcciones. En las élites es la contradicción continua. Junto a la advertencia del desastre próximo y la denuncia de todo género de errores, se celebran grandes acuerdos salvadores entre los empresarios y las autoridades, y se prometen recuperaciones sin cuento. Para el gobierno todo va bien, estaremos pronto mejor que nunca y toda crítica o reclamación son ideológicas o sesgadas y no deben tomarse en cuenta, mientras sigue individualizando la práctica institucional. Es otra forma de propiciar la violencia y la desarticulación que definen la circunstancia actual.