ace mucho que no veía una realización del veterano ruso Andrei Konchalovsky, quien ha llevado una carrera desigual –con una breve escala en Hollywood– y sigue activo a sus 80 y pico años. Curiosamente su más reciente película, Dorogie tovarishchi ( ¡Queridos camaradas!), se cuenta entre sus mejores.
Situada en la ciudad de Novocherkassk durante el verano de 1962, la narrativa describe un hecho histórico que yo desconocía. Si bien fueron célebres los actos de opresión soviética contra otros países socialistas como Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968, uno no sabía de una represión sangrienta entre rusos como la que describe Konchalovsky.
Esa recreación es vista desde la perspectiva de Lyuda (Yuliya Visotskaya, esposa del realizador), una funcionaria del partido que se beneficia de obtener comida racionada gracias a su puesto. Pero hay descontento en el ambiente. Mismo que estalla con una huelga en la planta de energía eléctrica, donde trabaja Svetka (Yuliya Burova), la hija única de Lyuda. Después del desconcierto de los funcionarios menores –que el cineasta observa con ironía– no tarda la respuesta del ejército.
Obreros de la región se unen al movimiento y los millares toman la plaza, bajo los rifles amenazantes de los soldados que apuntan hacia arriba. De repente, se da el tiroteo y muchos son los protestantes que caen muertos y heridos. Después viene la postrimería de la represión: una ley mordaza a todos los ciudadanos, a los que no se les permite salir de la ciudad, y el ocultamiento de los hechos; los muertos son enterrados en fosas anónimas en las afueras. Lyuda busca desesperada a su hija, quien no aparece. Ella sabe que los disparos no vinieron del ejército, sino de francotiradores de la KGB apostados en los techos.
El tercer acto de la película parece afianzar la postura crítica y la desesperanza de la protagonista (quien añora los buenos tiempos de Stalin, por cierto). Sin embargo, Konchalovsky se permite una nota esperanzadora al final.
Por otro lado, la película japonesa Subarashikisekai ( Bajo el cielo abierto), de Miwa Nishikawa (protegida del gran cineasta Hirokazu Kore-eda) narra el difícil reingreso de un ex convicto a la sociedad. Se trata de un yákuza arrepentido (el sólido actor nipón Kôji Yakusho) que desea rehabilitarse tras 13 años de cárcel. Por supuesto, conseguir trabajo honesto va a ser el reto principal dadas las estrictas reglas sociales. Aunque su comportamiento gansteril sale a relucir en momentos de enojo, el protagonista sabe resistir la tentación de volver a las andadas.
Aunque hay algo de sentimentalismo en el retrato, Nishikawa lo mantiene discreto hasta un innecesario epílogo, cuando el melodrama estalla en la figura del cineasta (Taiga Nakano) que ha documentado su rehabilitación. Hasta ese momento, la película ha sido un sobrio estudio de personaje, que debe dejar la violencia de su conducta si quiere rehacer lo que le queda de vida.
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