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Charlie Parker, 100 años de leyenda
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▲ Charlie Parker en el Carnegie Hall, en Nueva York, ca. 1947.Foto Wikimedia Commons
 
Periódico La Jornada
Sábado 29 de agosto de 2020, p. a16

Cuando suena el sax contralto de Charlie Parker, el mundo entero se estremece.

Cuando ese personaje redondito, rechoncho, con cara de niño bueno pone a sonar su instrumento, entra en trance. El gesto de concentración de Charlie Parker es una laica beatitud, una elevación zen y cenital, una forma moderna de la epifanía.

Bird, Yardbird, sus contraseñas.

Cada vez que el mundo se estremece, significa que alguien ha puesto a sonar un disco de Charlie Parker.

Este sábado 29 de agosto se cumplen 100 años de su nacimiento.

En su libro Bird: The Legend of Charlie Parker, el experto Robert George Reisner condensa: “Nadie amó la vida tanto como Bird, y nadie puso tanto empeño como él en matarse. En cierta ocasión, oí a un músico decir: Bird se ha desintegrado en sonido puro”.

Pongamos a sonar un disco de Charlie Parker. Hoy cumple 100 años, aunque murió a los 35 años, la misma edad a la que murió Mozart, ambos consumidos por su genio.

Una de las dos únicas personas que se precian de haber estado cerca, realmente cerca de Charlie Parker, la dama Teddy Blume, ofrece así su testimonio: Yo aguantaba a su lado cuando se sometía a una cura de desintoxicación de las drogas, porque toda su vida buscó desengancharse de la heroína, sin lograrlo, y también le daba a las agujas por la mañana cuando el dolor se le hacía insoportable. Su vida parecía girar alrededor de cuatro cosas: la música, las drogas, el sexo y el cine.

En su relato El perseguidor, Julio Cortázar retrata a Bird y a su alma y a su pensamiento, sus inquietudes. Ubica a Charlie Parker, a quien en su texto llama Johnny Carter, en el departamento de la baronesa Pannonica de Koenigswarter, conocida como Nica y denominada Tica, la marquesa Tica, en el texto de Cortázar, quien a su vez retrata a su alter ego: Bruno, el crítico de jazz que deberá escribir una crónica del concierto de Charlie Parker en la Salle Pleyel de París.

Además de ubicar la persona y la música de Charlie Parker en su dimensión correcta: la metafísica, Julio Cortázar personifica en Bruno a todos los que escuchamos música.

Antes de este texto de Cortázar todos se quedaban muy tranquilos cuando alguien decía que la música no existe si solamente está en el papel pautado y que basta que llegue un músico y la ponga a sonar. Desde El perseguidor, y gracias a Julio Cortázar, sabemos que aquello era inexacto, que la música solamente existe cuando alguien la escucha.

Los escuchas cumplimos un papel esencial en el arte de la música. Saber escuchar es saber decir. Dice el crítico musical y editor literario y escritor, Pascal Quignard: escuchar música es ser tocado a distancia.

Escuchar música es una manera de comprender el mundo.

El París de Cortázar es el mismo de Charlie Parker. Ambos, el cronopio en su papel de Bruno el crítico de música, sostuvieron diálogos del siguiente calibre, en el departamento de la marquesa Tica, o la baronesa Nica:

“Pero, ¿cómo es posible, Bruno, que yo iba en el Metro y pensaba en el patio de mi casa, en mi infancia, y así pensé muchos minutos, y cuando llegó el tren a la siguiente estación, había transcurrido apenas minuto y medio? ¿Cómo puede ser, Bruno, que yo haya pensado un cuarto de hora en un minuto y medio?

−Justamente es lo que quería decir cuando escribí que a veces tocas como... −alcanzó a balbucear Bruno, a manera de respuesta.

Y luego contó Johnny Carter, en su papel de Charlie Bird, a Julio Cortázar, en su papel de Bruno, sin soltar de su mano un librito de poemas de Dylan Thomas:

−Me acuerdo que andaba en Roma y le mandé a mi amada una postal y le escribí en el anverso: ando solo en una multitud de amores.

Y se puso a recitarle más versos de su poeta preferido, Dylan Thomas, y entonces se acordó de cuando estaba en un ensayo con Miles Davis y otros músicos y de repente se llevó las manos a la cabeza y gritó, desesperado:

−¡Esto ya lo toqué mañana!

Y Miles Davis y los otros músicos voltearon azorados hacia Bird, todavía alcanzaron a hacer sonar dos o tres compases, como cuando un tren tarda en frenar.

Y luego se acordaron ambos de cuando iban caminando una noche a la orilla del Sena y escucharon a lo lejos sonar la música de Vivaldi, y Johnny Carter, en su papel de Charlie Bird, exclamó entusiasmado:

−¡Si no hubiera perdido mi sax en el Metro, mientras pensaba en mi infancia, pasaría el resto de la noche tocando Vivaldi!

Y Bruno comenzó con sus gustados juegos de palabras: seis saxófonos sexuales.

−Muy ingenioso tu jueguito, Bruno: six, sax, sex −celebró a carcajadas Bird.

De repente ambos callaron. Del silencio pesado comenzaron a elevarse cánticos, rituales hímnicos:

Ornithology

Leap Frog

Ko-Ko

Moose The Mooche

Lover Man

Perdido

Son los títulos de las piezas fundamentales de Charlie Parker.

Silencio. Guardemos silencio. Está sonando el sax alto de Bird. Sus ojos cerrados emiten rayos dorados, sus oídos son dos pararrayos. La manera en que enarca sus nudillos rollizos es un mudra por igual que una digitación por todos conocida, pero la velocidad con la cual los dedos nadan como peces en las solfas alza el asombro de los mortales.

Quienes acceden al ascenso junto a él son quienes comprenden que los colibríes, como los gatos, se mueven de maneras tan vertiginosas que parece que no se mueven, y cuando desaparecen la manera de explicar su ausencia tiene nombre: misterio. Y apellido: misterio.

Charlie Parker era hombre de pocas palabras. Era un hombre bueno. Sabía del valor del silencio y del valor y lo valeroso de las palabras:

La música nace de tu propia experiencia, de tus ideas, de tu sabiduría. Si no vives todo eso, no saldría nada de tu instrumento.

La vida sería una puta maravilla, si alguien se atreviera a darle una oportunidad.

Soy un músico devoto.

Está sonando la música de Charlie Parker: gemidos, canto de grullas en apareamiento, sirenas abandonadas a mitad del Sahara. Gemidos. Aullidos de metal dorado.

Y su voz, la voz del asombro:

−Bruno, ¿me escuchas? ¿Cómo es que puedo tocar a velocidad tan alta notas tan lentas? Por favor, explícame, Bruno.

Su mejor biógrafo, Robert George Reisner, asesta: Era un tipo de unos apetitos físicos desmedidos. Comía como una bestia, bebía como un cosaco y tenía la libido de un conejo. Él y el mundo eran uno y todo uno, y todo le interesaba. Componía, pintaba; le encantaban las máquinas, los coches; era un padre cariñoso. Le gustaba bromear y reír.

El Año Nuevo de 1995, tres meses antes de la muerte de Bird, se encontraron por azar en una calle de Manhattan Charlie Parker y su futuro biógrafo, Robert George Reisner, quien le preguntó a Bird:

−¿Has leído las Rubaiyat de Omar Jayyam?

Y Charlie Parker respondió:

Ven, llena la copa y lanza al fuego de la primavera
el disfraz invernal del arrepentimiento;
el ave del tiempo apenas
seguirá revoloteando
el ave ya ha comenzado el vuelo

Y entonces Charlie Parker descansó.

Hoy cumple 100 años de edad y el mundo se estremece porque en este instante, en otra calle del mundo, diría Octavio Paz, alguien lo deletrea y pone a sonar uno de sus discos y corta una rebanada de pastel y canta:

¡Feliz cumpleaños 100, amado Charlie Bird!

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