l ruido de la coyuntura nacional nos hace olvidar la relevancia de noviembre para el futuro inmediato de México. ¿Qué tan importante para nuestro país es el triunfo o derrota de Trump este año?, juzguemos a la luz de los hechos: llevamos cuatro años priorizando, adaptando, nuestras políticas migratorias y comerciales a los designios de Trump, que son más electorales y pragmáticos, que ideológicos. Llevamos cuatro años atajando golpes, soportando agravios, encontrando un punto de equilibrio entre la dignidad y la inteligencia; entre la defensa de la patria como idea, y de nuestro país como una maquinaria que no puede dejar de funcionar. Lo que pasó en Estados Unidos en 2016, nos guste o no, definió buena parte del margen de maniobra de México, con independencia del partido en el gobierno. Estuvimos cerca de quedarnos sin tratado de libre comercio y al borde de una crisis migratoria. México ha sido la parte sensata y no podría ser de otra manera. Las asimetrías son tan brutales como nuestra cercanía. Nuestras diferencias, tantas como los kilómetros de frontera que nos unen.
Por eso vale la pena reflexionar cuál será el camino de México a partir de noviembre, cuando Donald Trump deje la Casa Blanca. La afirmación aventurada habría sido impensable a inicios de este inolvidable (y no para bien) año 2020. Pero hoy la distancia entre Joe Biden y Trump hace que el escenario no previsto –un presidente de sólo cuatro años de gestión– se convierta en el escenario tendencial. Hay un cambio trascendental en la manera en que Estados Unidos está viendo a Donald Trump. Del poderoso magnate que arrebató la presidencia a Hillary Clinton, queda un hombre atrincherado, a la defensiva, errático en los mensajes en medio de la pandemia, con la realidad económica cayendo a pedazos sobre sus hombros. Botón de muestra son las recientes entrevistas del presidente estadunidense con las cadenas televisivas Fox y HBO. Donde había temor y halagos, ahora hay cuestionamientos y señalamientos puntuales. Trump empieza a oler a derrota. Lo denota en su postura, en el rostro desencajado y el ataque fácil a cualquier interlocutor. La pandemia, la crisis económica derivada de ella y la convulsión social derivada del asesinato de George Floyd han cambiado por completo el tablero político en Estados Unidos. Trump fue un caballo negro, pero hoy el caballo negro está acorralado en la oficina oval, esperando y temiendo el triunfo demócrata.
Joe Biden, vicepresidente con Barack Obama, podrá no ser un ejemplo de vitalidad y carisma, pero ha logrado acumular más de 10 puntos de ventaja en algunas encuestas, lo que habla de la eficacia de su nominación: su perfil llega al votante de Trump que votó contra Hillary y el establishment, pero no firmó un cheque en blanco para que el gobierno se maneje de forma volátil y haya constantes afrentas a la democracia, la más reciente, la sugerencia de posponer las elecciones de noviembre.
En ese marco, Biden y los demócratas leyeron a la perfección el momento político y social de Estados Unidos al nominar a Kamala Harris vicepresidenta. La primera mujer afroestadunidense en ser nombrada candidata a ese cargo en toda la historia. Harris está más a la izquierda que al centro del espectro político. Es hija de migrantes y tiene una carrera brillante como fiscal. Tras los años del movimiento #MeToo y #BlackLivesMatter, la alternativa es perfecta. Del otro lado de la boleta habrá un presidente con una retórica antiinmigrante, tolerante con el supremacismo blanco, defensora de las energías más contaminantes y las posiciones legislativas más conservadoras; el vicepresidente Pence endurece aún más esa posición: es pública su posición antiderechos sociales y civiles.
En 2016 Trump logró centrar el debate en la permanencia o no del establishment de Washington, ese pantano de la política que prometió drenar con mano dura, posiciones claras y un estilo cercano al de un reality show. Si la economía estuviera en marcha, si no se hubieran perdido decenas de millones de empleos, si la pandemia hubiese sido mejor controlada, Donald Trump estaría cómodamente esperando a cualquier candidato o candidata demócrata para vencerlo. Hoy, el debate parece empezar a configurarse y a hacerlo en su contra: debe o no debe Estados Unidos recuperar la brújula moral y ética en la Casa Blanca. En esa ruta, México deberá ir trazando una agenda estratégica a negociar con los demócratas. Antes de que termine este año convulso, podríamos hablar del presidente Biden y la vicepresidenta Harris.