Los umbríos porvenires de la juventud rural
Las juventudes rurales en México atraviesan situaciones cambiantes y complejas, aunadas a la diversidad de contextos culturales, económicos y sociales en que transcurren. La manera de ser joven en la ruralidad es atravesada por las marcadas diferencias de género que deconstruye los lugares tradicionales debido a las migraciones y a la socialización en medios de comunicación, pero que, al mismo tiempo, refuncionaliza los estereotipos asignados a mujeres y hombres.
¿Cómo responden las juventudes rurales frente al binomio estado/mercado que los margina? Los retos de la juventud rural solo se pueden entender ante el fracaso de las instituciones integradoras y generadoras de inclusión y pertenencia: estado, escuela, mercado, iglesia, partidos políticos. Quizá por ello, vemos jóvenes rurales en la versatilidad de las ocupaciones, el malabarismo de la cultura del narcotráfico, los riesgos de las migraciones. Las y los jóvenes rurales no se han convertido en ciudadanos, pero desde su ciudadanía negada participan en la construcción del mundo rural que permanece como reservorio de mexicanidad, de autenticidad, de paisaje.
La ruralidad dejó de ser el espacio de las actividades agrícola-pesqueras para convertirse en un amplio mosaico de actividades de servicios, de instalación de maquiladoras, comercio, de zona de influencia de metrópolis y de alcance del crimen organizado, entre los más importantes. Ante ello, las y los jóvenes resuelven de manera diferente su entrada al mercado laboral o más bien dicho, los tránsitos hacia distintos segmentos del mercado laboral, dependiendo de los recursos que desarrollaron durante su infancia y adolescencia vinculado a las posibilidades de la familia de origen.
Entre esos recursos destacan la salud y la educación, dos de los elementos fundamentales para la inclusión/exclusión del mercado laboral. La precarización de las instituciones integradoras, como la escuela, se pone de manifiesto en modelos sobrevivientes con poca capacidad para renovar las instituciones generadoras de inclusión y pertenencia. Por su parte, la salud ha sido atendida por las familias rurales a partir de los conocimientos comunitarios puesto que las instituciones de salud han abandonado a la juventud rural.
Por ello, diversos segmentos de la juventud rural han optado por crear sus propias posibilidades de trabajo a partir de reinventarse como trabajadores en empleos efímeros, versátiles, atravesados por las redes digitales en los cuales combinan los saberes y ocupaciones tradicionales con las demandas del entorno digital. Se trata de una generación de jóvenes rurales que ha descubierto en las redes, la posibilidad de la transformabilidad para generar recursos y ampliar su campo identitario donde el cruce de conocimientos, estrategias y colaboraciones, es el eje. Se convierten en promotores de nuevas opciones en las condiciones del mundo interconectado.
Ser joven rural o el riesgo permanente
La escuela, la iglesia, la clínica, el partido político son instituciones que prescinden de la juventud rural. No son importantes como estudiantes, creyentes, pacientes ni militantes, por ello, la institucionalidad no abarca a la juventud rural. Para quien sí es importante, es para las actividades del crimen organizado quien, propiamente dicho, se nutre de ella. El sicariato en México tiene en los jóvenes rurales el reservorio más importante junto con los jóvenes urbanos empobrecidos y excluidos. Por ello, distintas instancias dan cuenta que, en el país, el homicidio es un fenómeno principalmente juvenil. Por su parte, la trata de personas tiene en las mujeres jóvenes, un arsenal de posibilidades para la prostitución y para la criminalización vinculada a diversos tópicos, entre ellos, el narcomenudeo.
El mercado tampoco prescinde de la juventud rural, que la descubrió como la población ideal para la extracción de ganancias inmorales. Desprovistos de derechos, de tradición laboral, de asociaciones, de institucionalidad, los jóvenes rurales se convierten en los trabajadores ideales para una acumulación sin medida.
Por su parte, la ciudadanización es un proceso inacabado en la juventud rural o, más bien, es un proceso que no ha iniciado. La credencial del INE les otorga una identidad para transitar por múltiples caminos en busca de un porvenir inmediato, pero no los acredita como ciudadanos porque la ciudadanía tendría que entenderse como la posibilidad de participar en las decisiones que les competen. Las y los jóvenes rurales son parte de la ciudadanía sólo en el imaginario de la democracia que los contabiliza porque cumplen 18 años, pero no porque les permita construir una vida digna, mucho menos porque la juventud rural construya confianza en las instituciones, certeza de las decisiones o entendimiento de la participación como eficaz y relevante.
Frente a estas circunstancias, la juventud rural es la cara de las políticas fallidas del Estado Mexicano, incapaz de incorporarla a políticas de bienestar como ciudadanos y trabajadores. Es dejada a sus propias posibilidades, habilitada precariamente por la escuela. Ante ello, la juventud rural traza sus rutas a partir de sus propios recursos y alianzas: su familia, su comunidad, sus redes sociales, en una apropiación de elementos para sobrevivir a la dominación y exclusión en la que viven. •