Según el censo 2018 el 22.4% de la población colombiana está en el campo. 2Once millones de personas habitan estas geografías de selva, llano, valles interandinos, paramos y dos costas. En este mundo se ha concentrado históricamente el conflicto armado, así como la presencia de los proyectos extractivistas y de narcotráfico. En el sur de Colombia se encuentra el departamento del Cauca, una región fundamentalmente rural y multicultural de comunidades campesinas, indígenas y afrocolombianas.
Esta región se reconoce nacional e internacionalmente por sus luchas y movilizaciones para defender la vida, el territorio y la cultura en medio de una tremenda crisis humanitaria producida por un modelo económico que explota, empobrece y despoja a las poblaciones rurales desde hace décadas. Actualmente el Cauca es el epicentro de otra pandemia, la del asesinato de sus líderes sociales. En este contexto, los relatos de Sara, Pedro y Angela sirven de telón de fondo para acercarnos a la complejidad de la educación rural en medio de un grave conflicto territorial.
“Esto de la pandemia ha sido muy triste para quienes vivimos en el campo. Aquí en el Tambo todo se ha puesto más difícil. Hay asesinatos, la gente está asustada y no tenemos plata porque todavía no sale la cosecha de café. Antes de lo del coronavirus yo tenía mucha ilusión de poder terminar mi bachillerato. En mi casa somos tres hijas, yo soy la menor y la única que pude estudiar completo todo el bachillerato. Mis otras hermanas se casaron antes de los 18 años. Yo quería estudiar en el Sena una Tecnología de Alimentos, pero no sé si ahora pueda. Estudiar así es muy complicado porque no tenemos ni siquiera electricidad. Los profesores mandan unas guías y el rector del colegio las imprime y las deja en una papelería del pueblo, entonces semanalmente vamos a recogerlas, pero esto sale muy caro porque estamos a una hora de camino hasta la cabecera del pueblo, entonces toca pagar una moto que nos lleve hasta allá y nos vuelva a traer, porque caminar no se puede por la situación de peligro que vivimos. Esta semana comienzo a jornalear en la recogida de café, la cosa está mala y van a pagar menos de 20 mil pesos por día de trabajo, pero toca trabajar así para poder comer y luego veremos qué pasa con el estudio. Para nosotros en el campo, siempre es más dura la vida” (Sara Gómez, 18 años, comunidad campesina El Tambo, Cauca)
“Desde que comenzó esto del virus, los mayores dijeron que había que cerrar la entrada de extraños y así se hizo. Mi papá y mi mamá tienen turnos en las noches para hacer el control territorial. Los profesores vienen a las casas una vez a la semana a dejarnos trabajo y a ver como estamos en la familia, y miran si estamos haciendo caso de las orientaciones del cabildo. Nosotros estamos haciendo las tareas y los trabajos desde la casa. Algunos de mis compañeros apoyan a la guardia indígena dos veces a la semana en el recorrido por las veredas. En las noticias de la radio dicen que se está muriendo mucha gente en las ciudades. Nosotros aquí pues pasamos muchas necesidades, pero al menos no estamos encerrados, uno puede salir a caminar y a trabajar al campo y eso a uno le hace alegrar. Ojalá que esa enfermedad no llegué aquí, porque nosotros no tenemos ni puesto de salud” (Pedro Ramos, 16 años comunidad indígena de Caldono, Cauca)
“Hace dos días terminé un trabajo escrito que la profesora nos puso para que habláramos de cómo hemos vivido la cuarentena en nuestras casas. Aquí lo único que ha cambiado es que no voy a colegio, pero lo demás es igual. En mi casa mi mamá sale madrugada a trabajar a la finca. Yo me quedo con mis dos hermanitos y me hago cargo de ellos. Nosotros no tenemos electricidad sino en el día, entonces las cosas del colegio se hacen por celular y por guías que nos mandan los profesores. Pero lo del celular no funciona muy bien, porque la señal es mala, toca buscar un sitio afuera en el patio donde uno pueda agarrar señal y se oyen los mensajes que dejan los profes para explicar lo de las guías que nos mandan. Extraño ir al colegio y estudiar en el salón, porque en la casa uno no puede estudiar cuando tiene tanto oficio, y mis hermanitos son pequeños. Antes de la pandemia yo los cuidaba por la tarde cuando regresábamos del colegio, entonces si podía entender porque los profes le daban a uno sus explicaciones, pero ahora no hay ni señal” (Angela, 15 años, comunidad afrocolombiana Timbiquí, costa pacífica Caucana)
Estas voces producidas en el corazón de la ruralidad caucana son un reflejo desgarrador de lo que sucede. También una ventana para reconocer en los procesos organizativos comunitarios la esperanza de una buena vida para ellas y ellos. •