De las diversas territorialidades brasileñas emerge una pluralidad juvenil diversa y desigual: jóvenes que viven en territorios indígenas, jóvenes de la agricultura familiar, del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra, de las islas, de los faxinales, de las florestas; jóvenes de las aguas, hijos de pequeños productores, de los quilombos, jóvenes cortadores de caña; hijos de grandes agricultores, entre otros. Hay ocho millones de brasileños y brasileñas con edades comprendidas entre 15 y 29 años, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística en 2010. Por lo tanto, ser joven en / del campo en Brasil implica situaciones diversas y adversas. La más crucial de estas preocupaciones es la cuestión de permanecer en el campo.
Establecerse en el campo presupone el acceso a la tierra, a la educación escolar, a las tecnologías, a la atención a la salud, los espacios culturales y de recreación necesarios para la producción de la vida. Estas condiciones constituyen problemas, especialmente para los jóvenes cuyas pertenencias en el campo emanan de la pequeña producción (arrendatarios, aparceros, porcentajitos), de pequeñas propiedades o del trabajo asalariado (a veces esclavo). Trabajar en la tierra, pero no ser dueño de ella, impulsó el movimiento por la tierra en el país y le dio nueva vida al campo con la presencia de jóvenes, desde mediados de los años ochenta. Sin embargo, no reprimió la migración campo-ciudades, sobre todo porque los programas oficiales de acceso a la tierra han sido insuficientes e intermitentes.
Con la intensificación de los movimientos organizados en el campo en Brasil, los jóvenes se volvieron más actuantes, han dialogado con el mundo globalizado y han reafirmado sus identidades como sujetos pertenecientes al campo. A finales de la década de 1990, se formaron varias articulaciones, construyendo el concepto de “educación del / en el campo”, reemplazando el concepto de “educación rural” históricamente marcado en Brasil por los intereses capitalistas. A partir de eso, las directrices nacionales para la educación del campo en Brasil se hicieron oficiales, así como la creación de estructuras institucionales para la educación en el campo.
Tales directrices fueron instituidas por la movilización de los movimientos sociales del campo y por la inspiración de diversas y diferentes iniciativas y experiencias de educación del campo por parte de estas organizaciones populares, en su mayoría guiadas y basadas en la pedagogía dialógica y emancipadora de Paulo Freire. La propuesta de la Pedagogía del Movimiento Sin Tierra, impulsó las reflexiones cuya centralidad está en el sentido de la escuela estrechamente asociada con la lucha por la tierra.
Los jóvenes del campo comienzan a entrecruzar varias otras fronteras, como las relacionadas con cuestiones de género, problematizando la profundidad marcas del patriarcado brasileño. Hacen explícitas las interseccionalidades necesarias entre las dimensiones de clase, género y étnico-racial, potencializando nuevas comprensiones y experiencias de sus vidas, sus organizaciones y luchas en una perspectiva efectiva de totalidad. Las/os jóvenes del MST están luchando no solo por la reforma agraria sino también por una vida plena libre de otras vallas como los prejuicios, el sexismo, el racismo, la fobia a las personas LGBTQ.
Lamentablemente, lo que se puede constatar actualmente en Brasil es el desmantelamiento de las políticas públicas recientes dirigidas a la permanencia de los jóvenes en el campo, principalmente por las escuelas del/en el campo, desde la perspectiva nefasta del gobierno de Jair Bolsonaro, a partir de 2019. Los efectos de la pandemia del nuevo corona-virus han mostrado no solo las fragilidades tecnológicas del acceso a alternativas de educación remota para niños y jóvenes en el campo, sino también la necro política establecida por el actual gobierno brasileño.
No obstante, la esperanza que han presentado estos jóvenes del campo y sus familias es la permanente e histórica obstinación y su capacidad para reinventarse como sujetos colectivos marcados por la lucha diaria por la conquista de la tierra o por su permanencia en ella. Los jóvenes del campo se reinventan mediante el acceso a las nuevas tecnologías y, fundamentalmente, mediante el acceso, aunque a veces precario, a la educación básica y superior. Una nueva juventud del campo emerge campesina, sin tierra, acampada, asentada, isleña, de la agricultura familiar, quilombola, indígena que se presentan como más intelectualmente orgánica, pasando por las universidades y sus comunidades. •