Última llamada
ara entender cabalmente lo que está ocurriendo en el país, es indispensable conocer los orígenes de las contradicciones ancestrales y de las equivocaciones reiteradas que, superando nuestras fortalezas, nos han llevado a esta situación de corrupción, injusticia y quiebra económica.
Estos antecedentes comenzaron muchos siglos atrás, en el ámbito de las culturas originarias asentadas en nuestros territorios, que en su momento dieron muestras evidentes de solidez, de avances científicos, de arte, astronomía, arquitectura y urbanismo. Reflejando con ello la inteligencia, la elevada sensibilidad y el refinamiento de un pueblo extraordinario, cuyas virtudes y grandezas podemos constatar hoy día, en los sitios arqueológicos y en los museos de este país y del mundo entero.
Los grandes problemas de estas culturas también se iniciaron desde semejantes orígenes, en razón de un modelo de poder teocrático, autoritario y aplastante; representado por sus caciques, que se ostentaron como símbolos de la divinidad; sumos sacerdotes de una liturgia feroz, y que, al mismo tiempo, eran jueces supremos; jefes absolutos de sus ejércitos; dueños de la economía y de la propiedad pública y privada; y hasta de la vida misma de sus súbditos.
Durante milenios así funcionó ese sistema aislado y sin contacto con el mundo exterior. Hasta que apareció de la nada, sin explicación ni aviso, la presencia de un universo desconocido e indescifrable, para el que nadie estaba preparado; y que, al no poder entenderlo, no se supo cómo enfrentarlo.
Los conquistadores que llegaron encarnaban una amenaza mágica, violenta e inescrutable; que cayó sobre esas culturas; que se vinieron abajo, arrastrando a sus líderes y dejando a su población en el más completo abandono.
El desplome y el sometimiento de los caciques, con todos sus símbolos de poder, fue sustituido de inmediato por los conquistadores, mediante sus propios mitos y emblemas. Manteniendo incólume la esencia de control y opresión del modelo prehispánico que les permitió, por 300 años, una explotación permanente y exhaustiva de inmensos bienes y recursos; que enriquecieron a los invasores, a su corona y al criollaje en el poder, a costa de toda una población indígena sometida.
Al comenzar el siglo XIX, otra vez llegó de fuera una nueva estirpe dominadora que, en nombre de la democracia reivindicadora, destronó al obsoleto régimen de los reyes por derecho divino. Entronizando a las fuerzas de la democracia y de los derechos humanos, pero sólo para unos cuantos. Mientras dejaba a la mayoría absoluta de la población en el mismo estado de indefensión, explotación y miseria.
En esa etapa, los héroes ofrendaron sus vidas para que, finalmente, las fuerzas coloniales conservadoras fueran aplastadas. Y el poder de la democracia de origen estadunidense se impusiera en las leyes, en los símbolos y en las alianzas. Propiciando el triunfo de la República, la reivindicación de los bienes de la Iglesia y el despojo de los fundos indígenas milenarios. Y en ese lapso, por fin, un representante de la población indígena gobernó con toda dignidad y decoro, después de que ya se había perdido la mitad del territorio, donde se hallaban los más ricos yacimientos y las tierras más fértiles.
Así arribó el siglo XX, con el advenimiento del socialismo y del comunismo, que generaron movimientos sociales telúricos. Mientras el capitalismo salvaje también mostraba sus fauces, a través de la industria petrolera mundial que habría de controlar y movería al mundo entero mediante los procedimientos más descarnados. Todo ello coincidió en México, en ambos aspectos, generando un levantamiento revolucionario que prometía la reivindicación al pueblo. Mediante una guerra civil que sacudió al país hasta sus entrañas, pero que no tocó la explotación petrolera en manos extranjeras, en una faja de oro
donde no sonó un disparo, ni prosperó amenaza alguna para quienes se estaban apoderando de una parte óptima de esas riquezas; protegidos por un tratado ignominioso para dejar, con todo ello, un saldo de pobreza y de rencor que pronto habría de estallar.
En esos tiempos de violencia, los héroes fueron sacrificados y traicionados. Hasta que, por fin, la revolución armada triunfó y el petróleo pudo regresar a manos de la nación. Pero el modelo, en su esencia, se mantuvo intocable, sustentado en una estructura de poder idéntica a los antiguos cacicazgos. Donde la dictadura perfecta
y su maximato gobernaron y despojaron, desde la cúspide de sus contradicciones, dogmas y liturgias cortesanas. Esto que propició que las riquezas nacionales se quedaran arriba o salieran del país; en tanto que la pobreza y la injusticia permanecieron abajo y en todos los territorios.
Ese poder absoluto pronto empezó a corromperse absolutamente, mostrando su voracidad sobre los bienes estratégicos de la nación. Lo que fue destruyendo las bases que habían sustentado a ese modelo político milenario. Que, en sus contradicciones y en sus ineptitudes, había llevado a su propia estructura a una escalada de descomposición y a una demagogia desmesurada, que erosionaron gravemente a ese poder único y omnímodo. Que se fue minimizando y descalificando a través de gobiernos encabezados por pequeños burócratas ensimismados, o por oportunistas irresponsables y corruptos que han sido relegados paulatinamente por los nuevos y brutales poderes paralelos de la delincuencia, el saqueo, el narcotráfico y de la ilegalidad.
En esas condiciones es como nos encontramos hoy. Con una sola fortaleza original que se expresa en los valores ancestrales de la gran base social de este país, que es su verdadero tesoro. Que no debe volver a traicionarse, y que está constituido por las mayorías más desprotegidas y por las clases medias eficaces, ilustradas y productivas del país. Que solamente saldrán adelante si superan esa contradictoriedad que destruyó a nuestras grandes culturas, para lograr una alianza de la que emerjan las virtudes y el orgullo de los antiguos mexicanos.
Para alcanzar lo anterior, hoy existe una oportunidad única, al contar con un gobierno que entiende, siente y apoya a esa raza cósmica
que nos ha dado historia. Que nos enorgullece y puede ser la única que, al recuperar sus derechos anhelados y la justicia denegada, rescate nuestro inmenso legado ancestral.