Jueves 25 de junio de 2020, p. 2
Reconversión hospitalaria es uno de los términos que trajo el Covid-19. Se empezó a mencionar en marzo, cuando se confirmaron los primeros casos en México y estaba claro que por su nivel de agresividad podría poner en riesgo la capacidad de atención del sistema nacional de salud, el cual de por sí se encontraba en una condición precaria.
Las noticias sobre el desbordamiento de los servicios en Europa se iniciaron en esos días, y las semanas siguientes proliferaron las imágenes de hospitales rebasados por la elevada demanda de personas graves.
El reto era evitar que eso se repitiera en el país. Para ello, las unidades médicas designadas como Covid desocuparon camas de diferentes áreas clínicas. Lo ideal era incrementar los espacios de terapia intensiva, pero ante la urgencia se dio prioridad a la adquisición de equipos de ventilación mecánica asistida y monitores, así como la contratación del personal entrenado en su manejo.
El diseño del plan de reconversión hospitalaria del gobierno federal estuvo a cargo de Gustavo Reyes Terán, titular de la Comisión Coordinadora de los Institutos Nacionales de Salud y Hospitales de Alta Especialidad, y en una primera etapa para el valle de México, donde se concentra más de la mitad de los casos de Covid-19.
Se decidió que ocho hospitales federales e institutos nacionales de salud serían reconvertidos total o parcialmente para recibir a pacientes sin acceso a la seguridad social. Con los mismos lineamientos, los gobiernos de la Ciudad de México y del estado de México ampliaron la capacidad de atención de los nosocomios bajo su responsabilidad.
Al principio, el único con experiencia en reconversión de sus instalaciones era el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), pues desde 2009 enfrentó la pandemia de influenza A/H1N1. Cada año se toman las previsiones para atender alrededor de 60 enfermos en terapia intensiva al mismo tiempo.
Justino Regalado, subdirector de Neumología del INER, explicó que en condiciones normales, la capacidad de atención de pacientes críticos en este instituto es de 15 camas en terapia intensiva y 13 en urgencias. Ahora, en esta pandemia las camas con ventiladores aumentaron a 130.
En los días de mayor intensidad de la infección, hace unas tres o cuatro semanas, estuvieron más de 100 enfermos conectados a respirador al mismo tiempo.
El objetivo de garantizar una cama de hospital y un ventilador para quien lo necesite se ha cumplido.
La estrategia también se retomó para los servicios estatales de salud. Hasta el pasado martes, a nivel nacional la plataforma de la Red de Infecciones Respiratorias Agudas Graves reportó que 874 hospitales tenían 26 mil 637 camas generales, de las cuales estaban ocupadas 11 mil 887 (45 por ciento).
También había 8 mil 969 camas con ventilador, de las que 3 mil 377 (38 por ciento) estaban ocupadas.
Información oficial señala que los servicios no han sido rebasados debido las medidas para reconvertir los nosocomios y las acciones de distanciamiento social aplicadas a partir del 23 de marzo, las cuales fueron atendidas por la mayor parte de la población.
No es un asunto menor, porque en México los servicios médicos están en una situación precaria, sobre todo en los estados, donde el abandono por décadas era evidente, de acuerdo con el diagnóstico que la Secretaría de Salud (Ssa) realizó el año pasado.
Centros de salud sin los equipos e instrumentos básicos para la atención de pacientes y personal médico insuficiente, además de que en alrededor de 2 mil comunidades la atención está a cargo de pasantes en servicio social.
De los hospitales, la Ssa documentó la falta de mantenimiento y la carencia de doctores y especialistas en las diversas áreas clínicas. También se identificaron más de 300 obras inconclusas y abandonadas, algunas hasta por 10 años.
Se dice que el sistema de salud funciona, que a diario asisten a sus instalaciones un millón de personas. El problema es que no gozan de la mejor salud y no sólo por el padecimiento que los obliga a ir a las unidades médicas, sino por la elevada prevalencia de enfermedades crónicas que representan las principales causas de muerte y que, frente al Covid-19, aumentan el riesgo de complicaciones y muertes.
Reyes Terán afirmó que si el sistema de salud funcionara, no habría problemas tan graves como la obesidad, presente en más de 70 por ciento de los adultos; la diabetes, que al año causa más de 100 mil muertes, ni la hipertensión arterial, con la que viven 34 millones de individuos, de los cuales sólo la mitad están diagnosticados y sigue algún tratamiento clínico.
A diferencia de lo que ocurrió en Asia y Europa, donde la mayor cantidad de enfermos y fallecidos han sido adultos mayores, en México la carga de enfermedad se concentra en personas de 30 a 54 años.
En tanto, de quienes han perdido la vida, la mayoría tenía entre 50 y 74 años de edad. Además, 71 por ciento tenía una o más enfermedades previas: hipertensión arterial, diabetes y obesidad, entre otras.