ace unos días se llevó a cabo una peculiar celebración virtual, a la insana distancia, por los 25 años de la fundación del Conarte, el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, actualmente presidido por Ricardo Marcos González.
Dadas las condiciones globales actuales, no era mucho lo que se podía hacer, y no era mucho lo que se podía esperar: un par de discursos, seguidos por una serie de testimonios de anteriores funcionarios de la institución y del propio Ricardo Marcos y, como remate celebratorio, un recital del destacado tenor mexicano Ramón Vargas, realizado en la lejana Austria, su país de residencia. En los discursos y testimonios se pusieron de relieve algunos de los logros de la institución, y se mencionaron también algunos pendientes. Quizá lo más relevante es el hecho mismo de la supervivencia y continuidad del Conarte durante un cuarto de siglo, en medio de numerosos y violentos vaivenes políticos.
En cuanto al recital mismo, se trató de una selección de canciones de Strauss, Cilea, Chaikovski, Beethoven, Schumann, Tosti, Cardillo, Tata Nacho, Grever y Ponce, en las que Vargas fue acompañado por la pianista Kristin Okerlund y la violinista Sophie Druml. Sí, fue posible apreciar claramente esa noche la calidad de la voz de Ramón Vargas, su amplia experiencia, su sabiduría en cuanto a los estilos y, en mi opinión particular, logros destacados en las canciones de Strauss, Schumann y Chaikovski, pero, ¿cómo podría yo comentar más a fondo los puntos finos de un recital grabado en una acústica muy seca y transmitido en condiciones técnicas que, entre otras cosas, provocaron que la voz del tenor llegara con sus frecuencias muy comprimidas, y con serias variaciones en la distancia y perspectiva de su voz? Me rehúso, me niego a creer y a aceptar que, como ya lo afirman algunos profetas del Apocalipsis, así será la música de ahora en adelante y para siempre. Y ahí no termina el horror.
Mi interés por la efeméride y por el recital de Vargas me obligó a mirar el acto en la nefasta plataforma Facebook (de la que no soy usuario), ésa que ha permitido al patán impresentable de Mark Zucker-berg acumular miles de millones de dólares traficando con la información y los datos personales de sus usuarios. Yo tenía una idea muy vaga de las atrocidades que ahí se perpetran, por lo que mientras escuchaba a Ramón Vargas cantar expertamente su variado repertorio estuve pendiente del famoso (o infame) chat que suele acompañar este tipo de transmisiones. Lo que ahí pude leer rebasó mis peores temores. ¡Qué espanto! Escenario de exhibicionismo, foro de frivolidades, pasarela de presunción, islote de incontinencia, ágora de lo anodino, megáfono de mediocridades, balcón de la banalidad, ventana de vacua verborrea. Y en medio de todo esto, poquísimo, casi nada coherente sobre la materia musical del recital en cuestión; me pareció evidente que a la gran mayoría de quienes contribuyeron
al chat les importaba un bledo Ramón Vargas y su música, pero tenían que hacerse notar en tan importante ocasión.
Entre los escasos mensajes relevantes subidos a la plataforma durante el recital de Ramón Vargas, llamaron mi atención varios en los que los remitentes exigían, con razón más que sobrada, la restitución de la estación radiofónica Opus 102.1 (que forma parte del espectro de Radio Nuevo León) a su vocación original como emisora de música de concierto, una emisora que en años recientes ha sido sometida inicuamente a diversas presiones, tejemanejes políticos y embates de todo tipo que la han llevado prácticamente a su desaparición, a pesar del persistente activismo de los profesionales que ahí trabajan y de la aguerrida comunidad de sus radioescuchas. Me pregunto retóricamente: si Nuevo León está justificadamente orgulloso de su Conarte de 25 años de edad, ¿no podría sentirse igualmente orgulloso de una estación de radio como Opus 102.1, que pugna por ofrecer al público una programación musical necesaria, urgente y venturosamente situada en el polo opuesto del abominable reguetón, ese fétido estiércol musical
que tan de moda está y para el que sí hay numerosos espacios por doquier?