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Si me muero, sepan quién me mató
E

sta es la crónica más delirante y real que escribo en mis 27 años en O Estado de São Paulo. Si muero de Covid-19, sepan que fui asesinado. Sé que puedo morir a pesar de las precauciones que tomo. Estoy desde hace 50 días encerrado en casa. No bajo siquiera para atender a los motoristas que traen medicamentos, compras de supermercados o domicilios. Gasté hectolitros de alcohol desinfectante. Después de recibir una llamada telefónica llegué al extremo de darle un baño al aparato con miedo a ser contaminado por el sonido. Cuando veo los telediarios desconecto si el presidente comienza a hablar, enrabietado, desperdigando saliva, tosiendo, estornudando, dando la mano, insensible, prepotente.

Tengo miedo de infectarme. Aquellos ojos claros que podrían ser amorosos y cordiales nos fusilan con chispas de odio. Cómo debe sufrir quien vive así, a la defensiva. Porque él es pura defensiva todo el tiempo. Según dicen los sabios no podemos mirar los ojos de una persona que lo odia todo, el mundo, la vida, porque podemos atraer a nuestro interior lo que ella tiene de maligno. Existe el peligro de que nos volvamos como ella, malvada, perversa. Doña Ursulina, señora sabia, que guisaba como pocas, abuela de un querido primo, acostumbraba decir respecto de la gente ruin: Esa no es gente, es el demonio. Y este presidente se dice religioso, acude a las ceremonias de culto, agrada a los fieles, los obispos, los pastores, quienes sean. ¿A quién quiere engañar?

Pero algún dios está atento. Los dioses existen, cada uno bajo una forma, espíritu, soplo divino. Sea mi Dios, sea Mahoma, Jehová, Alá, el Sol, Shiva, Buda, Brahma, Jaina, el conquistador, o Zeus, Júpiter y cuantos más hubiere, y los nuevos que andan por ahí. Bolsonaro me recuerda un dios de los maorís, en Nueva Zelanda, de nombre Whiro, el maléfico, señor de las partes más oscuras de la vida. Leyendo sobre culturas primitivas encontré semejanzas interesantes. Dice Joan Rule en Los foes de Papúa, Nueva Guinea (en Las religiones del mundo), que en aquel país, en la tribu de los foes, los hombres con una relación con las cosas maléficas y que sabían los encantamientos debidos eran favorecidos y no se les molestaba. Por consiguiente, a quienes provocasen la ira del espíritu se le hincharían las piernas o el estómago. ¿Es o no es una definición justa para el bolsonarismo, las milicias, el gabinete del odio, las redes de fake news, la destrucción de personalidades, los ataques a la nauraleza?

Rule nos revela otra creencia que es una metáfora perfecta para nuestros tiempos. Cita la existencia de Soros, espíritus errantes que andan aquí y allá, siempre a la espera de perjudicar a los humanos. Estos espíritus se hallan encarnados en aquellos que se oponen al confinamiento, predican en favor de la hidrocloroquina (ningún periódico pregunta quién se está lucrando con esta historia), el fin del Tribunal Supremo, el regreso a la dictadura, la tortura, el cierre del Congreso. Porque esta turba es una secta con su dios Bolsonaro, a cuyo lado los Soros y los Whiros son cándidos y celestiales. Sabemos que todas las investigaciones acabarán a manos de la Fiscalía del Estado. No nos ilusionemos. Esta crónica mía es desestructurada de manera adrede, porque retrata los tiempos que vivimos, en los que no sabemos adónde ir, qué hacer, qué pensar, de quién esperar.

Lo que hay que hacer lo saben muchos y tienen en sus manos el poder. Pero no lo hacen. No quieren. ¿Qué es lo que pasa?, díganmelo. ¿Estamos anestesiados? ¿Hipnotizados? ¿Adormecidos? ¿Deprimidos? ¿O es que hemos fumado mucho crack? Para terminar, quiero decir que, si muero de Covid-19, sepan que fui asesinado. No necesitan llamar a la Policía Federal ni a Hercule Poirot, al inspector Maigret, Phillip Marlowe, Sherlock Holmes, Perry Mason, Arséne Lupin, Nero Wolfe, Kay Scarpetta, Miss Marple, Charlie Chan (¡ah, esas series!), ni al inspector Melo Pimenta (Jô Soares), ni a Ed Mort (Veríssimo), Bellini (Tony Bellotto), Mandrake (Rubem Fonseca), el doctor Leite (Luis Lopes Coelho) o el delegado Espinosa (Garcia Roza). Tengo un estante lleno de libros de ellos aquí en casa. No, no es necesario gastar cerebro en investigaciones, si bien ahora, en las series, el crimen es descubierto en laboratorios, con microscopios, dextetropinas, anfetaminas, insulinas, el ADN y productos químicos de que hablan los autores sin tener idea de qué se trata. Sepan, caros lectores, que si muero fui asesinado por el presidente con su interferencia en la Salud Pública. Yo y millares más, puesto que ya superamos los 22 mil muertos.

* Escritor y periodista brasileño.

Traducción de Ricardo Bada