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Penultimátum

El vicario, teoría de silencio de la Iglesia

C

uando El Vicario se escenificó en Berlín en 1963, desató la indignación de la jerarquía de la Iglesia católica. Su maquinaria propagandística trató de desmontar la tesis que despliega en esa obra Rolf Hochhuth, intelectual y dramaturgo alemán fallecido el pasado 13 de mayo: la complicidad y el silencio que guardó la cúpula vaticana, encabezada por el papa Pío XII, con el regímenes nazi y fascista, en Italia.

Luego de estrenarse en otras ciudades europeas, de prohibirse en varios países y de vender más de 2 millones de ejemplares, surgieron más datos de ese comportamiento nada cristiano gracias a historiadores e intelectuales. La escritora Susan Sontag, por ejemplo, publicó un demoledor artículo incluido en su libro Contra la interpretación.

Todos coincidieron en que el Vaticano abandonó a su suerte a los perseguidos por el régimen hitleriano y el de Mussolini: judíos, homosexuales, militantes de izquierda, comunistas, minorías raciales, como los gitanos. Y que sus conventos en Italia no fueron refugio para los perseguidos. Sí para proteger criminales una vez terminada la guerra.

En El Vicario y en la polémica que sucedió en su entorno, el escritor alemán aclara que muchos cristianos, a título individual, ayudaron a salvar víctimas potenciales del régimen nazi y del fascismo arriesgando sus propias vidas.

El papa Juan Pablo II intentó beatificar a Pío XII, pero un nuevo golpe derribó esa intención: la espléndida película de Costa Gavras Amén, (2002), inspirada en la obra de Hochhuth. También Benedicto XVI quiso hacerlo santo en 2009, pero sepultaron la iniciativa la avalancha de protestas de las organizaciones que resguardan la memoria de las víctimas del nazismo y el fascismo.

En marzo pasado, Francisco abrió para consulta de los expertos el voluminoso archivo sobre Pío XII. Incluye su papel como delegado pontificio en Alemania (firmó con Hitler un concordato en 1933), y su pontificado (1937-1958).

Ojalá lleguemos a saber más del apoyo que la Iglesia dio al dictador español Francisco Franco, al que proclamó grande por la gracia de Dios.