ada, que el huracán epidémico se ha fragmentado en varios ciclones que golpean con distinta intensidad varias entidades de la República y ha puesto huevos en otras. Uno de los fenómenos se encuentra desde hace varios días estacionado sobre la capital de la nación, otro amaina en Quintana Roo y otros más cobran fuerza y se aprestan a dar zarpazos en diversos estados. La manera correcta e inevitable de enfrentar la situación consiste en dividir la respuesta nacional en medidas específicas para cada lugar, adecuadas al momento epidémico local, manteniendo, claro, una estrecha coordinación federal con la finalidad de asegurar que ninguna región se quede descobijada de recursos hospitalarios, administrativos e informativos y que en ninguna parte del país tenga lugar un Guayaquil mexicano.
Los sempiternos críticos podrán seguirnos ofreciendo sus cuadros sórdidos y horripilantes en los que la autoridad federal esconde montañas de cuerpos, distorsiona las cifras a capricho político y se ocupa más en esconder sus propias torpezas que en garantizar la asistencia a la población. Seguirán magnificando conflictos esporádicos por falta de material sanitario y descubriendo maniobras de ocultamiento oficial en las conferencias diarias del equipo epidemiológico de la Cuarta Transformación, las cuales, junto con mecanismos de divulgación adicionales como líneas telefónicas, páginas web y campañas de difusión representan el ejercicio informativo más transparente que se ha realizado hasta ahora en la historia de México.
Hasta donde vamos, son excepcionales los casos de pacientes graves que no han encontrado asistencia médica oportuna, y no han tenido lugar por falta de sitio en los establecimientos hospitalarios; los problemas en la distribución de equipos de protección personal han sido esporádicos y nadie ha podido demostrar con pruebas las muy publicitadas falsedades en las cifras. Ocurre, y era de esperarse, que la pandemia es la oportunidad de oro de los zopilotes mediáticos, los opositores sin más proyecto político que el golpismo blando y los estamentos de corrupción que persisten, sin duda, en un sistema de salud pública que fue durante décadas botín de saqueadores y especuladores.
Pero el país –gobierno, sociedad, sector privado– han respondido, en lo sustancial, de una manera eficaz y adecuada ante un fenómeno sanitario para el que ninguna nación del mundo estaba preparada; en el mundo hay casos claros de mal desempeño epidemiológico gubernamental –Estados Unidos, Brasil y Ecuador, en nuestro continente–, pero ninguna respuesta ejemplar, porque la pandemia se abate sobre realidades sociales, económicas y políticas distintas y cada quien la enfrenta como puede.
En el caso de México, como en otros países, se aborda el problema de la construcción de una normalidad que, en tanto no se tenga un vacuna de aplicación masiva contra el SARS-CoV-2, ha de ser obligadamente provisional, incierta y tentativa. Como lo ha señalado en varias ocasiones el subsecretario Hugo López-Gatell, la extensión del territorio nacional nos coloca en una lógica epidemiológica continental
, en la que el fenómeno se desarrolla de manera simultánea a ritmos y velocidades diferentes. En consecuencia, las medidas de salud pública deben ser diferentes y el semáforo epidemiológico varía de entidad en entidad y de municipio en municipio. Si se considera el impacto brutal que las medidas de mitigación tienen en la economía y en la vida cotidiana, resulta inevitable que en lo sucesivo provoquen la fragmentación del continuo social en el territorio.
Durante un periodo indeterminado –¿semanas, meses?– viviremos, pues, en un país de muchos tiempos en el que no será posible practicar el libre tránsito con la apertura mental acostumbrada, y no necesariamente por medidas coercitivas (que algunas entidades las impondrán), sino por elemental prudencia. Este simple hecho ilustra la imposibilidad de lograr, en el corto plazo, no el retorno a la vieja normalidad y ni siquiera la construcción de una nueva: en tanto no se consiga la herramienta científica para derrotar al nuevo virus en forma definitiva, sería más adecuado llamarla provisionalidad.
Ciertamente, nadie se habría imaginado que la Cuarta Transformación de México hubiera de realizarse en circunstancias internas y externas tan anómalas y con semejante carencia de certezas médicas y económicas. Ello no significa que el proyecto transformador en curso sea inviable o que deba ser postergado o reducido en sus alcances. Por el contrario, ilustra lo impostergable que resulta continuarlo, extenderlo, profundizarlo y consumarlo. Por si alguien lo dudaba, no hay retorno posible al pasado.
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