l final –un final que no será un punto en la escala del tiempo–, habrá ruinas por todo el mundo. De modo muy desigual, como siempre, pero ruinas. La irracionalidad extrema del capitalismo no pudo quedar más desnuda: entre más cuidados haya para los seres humanos y más personas sean salvadas y protegidas mediante el resguardo domiciliario –sin vacuna ni medicamentos–, peor para la sociedad capitalista, peores serán las ruinas. No hay una economía para los cuidados.
Con fiereza en el instinto, las clases dominantes de EU han elegido la economía frente a las personas: reabrir los negocios a rajatabla. Ya alzaron el trofeo de campeón del mundo en el número de muertes y de contagiados, pero para esas clases el costo de oportunidad va por delante: los muertos son un subproducto inevitable de la crisis económica y pandémica; demasiado se ha pagado con el frenazo económico. El sistema capitalista desfallece si no es alimentado sin pausa: ganancias, crecer, acumular. Los argumentos sobre la pérdida de las fuentes de empleo dejan ver su verdad efectiva: sin la fuerza de trabajo, no hay ganancias ni crecimiento ni acumulación. Ese es el apremio real, no la baja de la masa salarial.
La vuelta a la normalidad será un proceso donde reaparecerán, una a una, las tendencias en curso en el mundo anterior a la pandemia; entre las ruinas, esa normalidad será reconocible. No veremos a China convertido en el poder ordenador del mundo en remplazo de EU. China no será –ni en seis meses ni en muchos años– el EU de 1945. Pero China continuará fortaleciéndose y EU seguirá su andar menguante. Los nacionalismos, todo lo indica, serán fortalecidos, a contracorriente de una globalización cuya sólida realidad es evidente en la pandemia que cubrió al planeta en pocas semanas.
Si la cooperación internacional era exigua, la pandemia le ha dado un golpe matador. En la Unión Europea no hubo un acuerdo solidario, sino lo contrario. Los países cerraron las fronteras a sus vecinos, y la rebatiña por los bienes médicos necesarios para contender con la pandemia se volvió desastre. La unión probó que no era tal. Un arreglo
financiero ventajoso para los países del norte (Alemania, Holanda, Austria, Finlandia, principalmente) y adverso para los del sur, se ha mostrado con crudeza en los primeros escarceos para la salida del crash económico. El egoísmo nacionalista ha dominado la escena, confirmando las tendencias centrífugas mostradas desde el Brexit. En tanto, EU reconfirma con sus actos su America first. La búsqueda de la recuperación poscrisis pandémica y económica, con su nacionalismo, meterá ineficacia a raudales al conjunto mundial.
El confinamiento de las personas es una metáfora de lo que será la realidad del mundo: prevalecerá el encierro nacional defensivo
. La marcha de las cosas en EU no será muy distinta si gana Trump, o su endeble rival demócrata. El discurso de que EU estaba volviéndose en exceso dependiente de China para muchísimos bienes esenciales, era presa de su espionaje industrial
y estaba sometido al robo intelectual
por la potencia asiática, que produjo el fenómeno Trump, bien pueden converger en el Congreso en busca de la recuperación.
El fortalecimiento de los nacionalismos atentará también contra el comercio global, achicando el tamaño de la economía mundial. De otra parte, los avances del movimiento ecologista planetario sufrirán descalabros y retrocesos, posponiéndolo todo para un mejor momento
, tanto en cada potencia como en los países satélites.
Es imposible, asimismo, no advertir en esos nacionalismos tendencias políticas autoritarias. Un estudio de la Fundación Bertelsmann indica deterioro de la democracia y una creciente polarización política provocada en países como EU, Hungría y Turquía, y no la búsqueda de consensos.
En el gran ábaco de las sociedades, también es claro, las cuentas ensartadas deslizadas no sólo serán las de las fuerzas políticas dominantes. Los de abajo también poseen cuentas en el ábaco y es probable que empiecen a deslizarlas, modificando el conjunto de las tendencias que he anotado. Se ha vuelto mucho más evidente la disfunción profunda del fundamentalismo del mercado para la vida humana. El liberalismo económico está mostrando su ruindad y serán necesarias reformas radicales. Los de abajo terminarán percibiendo el gigantesco significado de sin nosotros no hay ganancias ni crecimiento ni acumulación
. Ha llegado la hora de que hagan sentir su enorme poder, aunque falta dotarlo de objetivos a ser alcanzados en plazos diferenciados. Uno de los primeros es la creación en todas partes de un sistema de salud público, robusto y suficiente. Para todos, los mismos derechos.
El descubrimiento, en el mundo, de la necesidad imperiosa de sacar del mercado la salud humana irá mostrando que ese nosotros
es un sujeto que va mucho más allá de las fronteras nacionales.