l desarrollo de la pandemia de Covid-19 en México ha dado lugar tanto a conductas ruines como a sorprendentes expresiones de nobleza y abnegación. En el curso de esta emergencia sanitaria la sociedad ha observado conductas mezquinas, como la acaparamiento y la especulación, el empecinamiento de empresas de rubros no esenciales –pocas, en relación con el total– en mantener a su personal en las instalaciones, pero también ha sido testigo de la entrega del personal médico y hospitalario y de múltiples iniciativas surgidas de instituciones, la sociedad civil y el sector privado para auxiliar en las formas más diversas a quienes, por efecto de las necesarias medidas de atenuación de los contagios, han quedado en situación de vulnerabilidad.
En el segundo rubro ha de considerarse a los mexicanos que viven y trabajan en Estados Unidos y que, pese a enfrentar condiciones particularmente difíciles por la recesión económica, el incremento de la hostilidad gubernamental y los peligros que entraña la pandemia, han seguido enviando dinero a sus familias en México.
Más todavía, de acuerdo con un informe del Banco de México, tales remesas no sólo no disminuyeron –como habría sido razonable pensar, habida cuenta de las circunstancias adversas acentuadas en la nación vecina y en las propias comunidades mexicanas por la virulencia de la pandemia–, sino que se incrementaron en más de 18 por ciento entre marzo de este año y el mismo mes de 2019.
Entre febrero y marzo pasados, los envíos de dinero de nuestros connacionales registraron un incremento de 49 por ciento, al pasar de 2 mil 694 millones de dólares a 4 mil 16 millones, en tanto que el monto promedio por remesa pasó de 315 a 343 dólares.
Los periodos mencionados hacen pensar que el inesperado repunte en ese flujo de divisas que ingresa al país, más cuantioso que la inversión extranjera directa, está relacionado con la conciencia de la emergencia sanitaria y con los efectos adversos que habría de tener en la economía de comunidades e individuos. Es decir, es razonable suponer que los trabajadores mexicanos que viven al otro lado del río Bravo, conscientes de que venían tiempos particularmente difíciles, decidieron aumentar en forma sensible los montos que envían a sus familiares. El hecho resulta particularmente conmovedor si se considera que los remitentes, a su vez, están pasando por momentos de gran zozobra, no sólo por el incremento de la represión migratoria con el pretexto de la expansión del nuevo coronavirus, sino también por la brutal contracción del mercado laboral y por la devastación que ha causado la epidemia: téngase en cuenta, a este respecto, que hasta la semana pasada se habían registrado 567 muertes por el Covid-19 en las comunidades mexicanas de la nación vecina.
Así pues, en el crítico momento actual nuestros connacionales en el exterior vuelven a dar una prueba de compromiso y entrega al país que debieron abandonar por falta de condiciones mínimas de vida, trabajo y seguridad. México tiene el deber de recordarlo y de reconstruirse como una nación que no vuelva a expulsar a sus habitantes nunca más.