os estudios de las grandes crisis: guerras, pandemias, sequías, migraciones, meteoros o fenómenos telúricos son vastísimos. No así sobre cómo los pueblos se han preparado o no para la conducción de los efectos resultantes. Ejemplos de las más diversas expresiones serían la terrible posrevolución soviética, la influenza española cuyos efectos se mezclaron con los de la Primera Guerra Mundial, guerras intestinas, maremotos sobre el sureste asiático, sismos en Japón o los de la Ciudad de México.
Las respuestas que han podido dar los gobiernos a cargo en esos momentos postrauma han sido diversas, pero en general ha privado en ellas la improvisación. Esas improvisaciones frecuentemente correspondieron a circunstancias propias del momento, a la inexperiencia de los responsables y, de manera interesante, a que la efectividad de la respuesta es influida por fuerzas políticas y económicas externas.
Las consecuencias de esos conflictos han sido pérdidas de territorios, nuevas fronteras, caídas de regímenes políticos –incluida la muerte de ciertos dirigentes–, disloques de los sistemas financieros y monetarios, quiebras económicas, gran número de desempleo, desabasto alimentario, epidemias, alza de la criminalidad y colapso de los sistemas educativos y de salud.
No todo ha sido fatídico, pero ese es el riesgo a evitar. Hay buenos ejemplos, principalmente al fin de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos (EU) aplicó el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa e internamente en EU y Canadá se planeó la reconversión industrial y agrícola, así como planes de inversión oficial y privada.
Minuciosa atención se dio a la redefinición de cantidad, especialidades y distribución geográfica de la excesiva oferta de mano de obra derivada de la ocupación femenina y la desactivación de los ejércitos. Se atendió el reciclamiento proficiente de los recursos humanos y activos físicos de salud y educación. Sin embargo, no fue suficiente.
La pandemia actual no tiene precedente, de manera que el reto al talento, creatividad y firmeza de los mexicanos es enorme y por ello debería estarse visualizando la responsabilidad organizada de todos. La recuperación debe cimentarse desde hoy, su culminación tomará quizás años. La crisis de salud terminará un día, pero hoy está vivita. Sin embargo, ¡no vayamos a hacerla seguir por una peor!
Los sismos de 1985 en la Ciudad de México, a distancia, fueron razonablemente conducidos. Fueron inevitables 5 mil defunciones registradas ante Ministerio Público, pérdidas económicas, destrucción de infraestructura histórica, habitacional, de abasto de agua, salud, educativa y retrasos en proyectos de desarrollo, etcétera.
Pasados los dos intensos, pero breves impactos de los sismos, hubo que reprogramar la vida misma de toda la nación. Ocurrieron errores, críticas justas e injustas, nacionales y foráneas, es propio de esos momentos, pero dejaron una lección: se creó el Sistema Nacional de Protección Civil.
Dado lo singular del reto actual, hay mucho por anticipar, por advertir, pero hay una ventaja sobre aquellos sismos. Ellos fueron inopinados, hoy podemos estimar los desafíos inmediatos con la sóla incógnita de sus tiempos. La formulación de un diagnóstico base de la planeación hoy será complejo, hay que anticipar efectos que aún no se dan. Por ello, sería útil formular una matriz de programación plenaria surtida por proyecciones sobre los temas esenciales. Pero primero debe extinguirse el incendio sanitario.
De las muchas tragedias que hemos sufrido por eventos inesperados, por intensas que hayan sido, ninguna ha afectado a la nación en su conjunto geográfico, político, productivo y de bienestar. Estamos afectados todos en todo. La diversidad de proyectos o actividades que pueden programarse obliga a recurrir a la participación de políticos, administradores, sector productivo, académicos y formadores de opinión. Todos.
Seguimos anclados emocionalmente y en la práctica en una tragedia que aún no descuella. Lamentamos sus efectos sobre el mañana, pero pocos piensan puntualmente en soluciones eficaces para ese entonces. Hay que reactivar la economía
, dicen los que saben, pero no arriesgan a hablar más que de créditos, aplazamiento fiscal y protecciones arancelarias. Nadie ha hablado de sacrificar su cochinito.
Hay prioridades a atender en el tiempo, consolidar la salud, el trabajo, desempolvar los sistemas vitales en la aplicación de recursos y en su espacio en la programación. Una crisis inopinada no puede ser seguida por otra perfectamente previsible.
Nos espera un nuevo régimen de vida nacional, fortuito o diseñado, es la disyuntiva. A los errores de la improvisación impuesta por hechos fortuitos no debe corresponderse con inspiraciones.