ay circunstancias que se asemejan mucho a otras. Decía José Gaos que la historia es un proceso de repetición y de creación.
Desde hace una treintena de años en México empezó a volver por sus fueros aquel célebre laisser faire, laisser passer que en 1910 había provocado en parte a la Revolución y a esa economía mixta que, en buena medida, derivó en el famoso milagro mexicano
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Un país con tantos y tan marcados contrastes como el nuestro no puede dejar todo en manos del libre mercado… pues la desigualdad (llamada antes contradicciones sociales
) crece en vez de mitigarse. El nuevo rico es insoportable, pero el nuevo pobre es muy peligroso.
Estuvo claro que los servicios públicos no deben manejarse como privados y con el ánimo primordial de lograr utilidades.
También fue una equivocación que el Estado mexicano postrevolucionario, dizque para conservar empleos, adquiriera empresas privadas fallidas por falta de competencia o exceso de malos manejos de sus dueños. Se llegó al extremo de que hasta cabarets y hoteles de lujo pasaron a ser manejados por el gobierno…
Pero igualmente nocivo fue librar de manera tan indiscriminada a capitales extranjeros instituciones clave para la vida del país. Tan traidor fue Santa Anna vendiendo una parte del territorio como Peña Nieto haciendo lo mismo con la riqueza del subsuelo.
Que los bancos pasaran de ser to-dos del Estado fue una barbaridad, pero dejar que manos privadas los manejasen a sus anchas, sin cortapisa alguna, fue también criminal. Aquel control antiguo del Estado sobre tales empresas, aunque éstas fuesen privadas, no impidió pingües beneficios a sus propietarios, resultó muy sano. Mas en este neoporfirismo, dejaron de servir para promover el desarrollo para convertirse en verdade-ras sanguijuelas.
El desastre mayor se cocinó a partir de Fox. Aparte del descrédito que trajo ignorancia lamentable y repetidos desatinos y haber echado por la borda la gran dignidad y prestigio de la política exterior mexicana, su régimen malbarató los altísimos precios alcanzados por el petróleo en aras de cebar la creciente burocracia panista, que también llegó con las uñas muy bien afiladas.
La antigua pretensión de aniquilar a Pemex para dejarlo en manos del mejor postor tuvo que aplazarse, pero de prepararlo después se encargó Calderón en tanto que Peña Nieto le asestó el zarpa-zo traidor.
Igual que en 1910 había caído el precio de la plata, de la cual vivía principalmente el gobierno, ahora que éste quiere recuperar el petróleo y una parte de la sobera-nía malbaratada, resulta que el valor del energético se hunde y pone al país en más aprietos.
En 1910 los ricos mexicanos le habían fallado al país al no conseguir que creciera la producción de alimentos al parejo con la población, y la sociedad estalló y se levantó en armas. ¿Qué pasa en esta década que termina? ¡Pues lo mismo! Solamente que ahora no se levantó en armas, sino en urnas.
Como lo muestra un espléndido estudio de El Colegio de México publicado en 2018, la desigualdad que había ido disminuyendo hasta fines de los años 80, cuando se consolidó el neoliberalismo –o neoporfirismo– ésta empezó a recuperar el espacio perdido. Según el bienamado Colmex, en la mayor parte de los elementos esenciales de la vida, desde hace 20 años la equidad ha ido en franca retirada. A cambio, la delincuencia, que es una de las primordiales manifestaciones de la pérdida de equidad, hace tiempo que se ha hecho sentir mucho más que antes. En tales condiciones nos cae el coronavirus… quizás el equivalente de lo que a principios del siglo XX fue la Gran Guerra.