Ya nada será como antes
n el departamento reina el silencio. Una luz plomiza inunda la estancia. América –en pants, sin maquillaje y con el cabello recogido– mira por la ventana a un contingente de manifestantes. Al oír pasos en el corredor se vuelve despacio y ve a Darío, que lleva la chamarra en una mano y su maleta en la otra.
América: ¿Ya te vas?
Darío: Sí. Leonardo me dijo que vendría a recogerme a las 12.
América [mira el reloj]: Faltan 20 minutos. No vas a esperarlo en la calle. Quédate mientras llega.
Darío: Si lo hago, discutiremos otra vez y no quiero que las cosas terminen así.
América: Ni yo. Además, no hay peligro: creo que en los últimos meses agotamos todos los temas de discusión, que por cierto siempre eran los mismos: desencuentros, malos entendidos, reclamaciones, problemas de dinero. Me parece increíble que nos hayamos peleado por cosas tan estúpidas como que yo quisiera ver una película y tú otra, que invitaras a la casa a tus amigos, que te pareciera demasiado juvenil mi peinado. Por tus reacciones, muchas veces sentí que me asfixiabas.
Darío: ¿Y por qué nunca me lo dijiste?
América [en tono más alto]: Claro que lo hice, y no una sino mil veces. Siempre terminabas furioso o enmudecías. Sólo porque cambié de lugar tu equipo de sonido sin pedirte autorización te pasaste una semana sin dirigirme la palabra.
Darío: Y tú llorando. Algo que no tolero es verte llorar.
América: Alégrate: ya no me verás. [Apoyada en la pared mira el techo.] ¿Estaremos haciendo bien? No te lo pregunto para que desistas y te quedes, cosa imposible a estas alturas, sino para que tomemos con absoluta responsabilidad el hecho de separarnos porque como matrimonio ya no funcionamos.
Darío: Lo dices como si no te importara.
América: Desde luego que sí. Y lamento que, en vez de reconocer que nuestra relación iba descomponiéndose, pasamos no sé cuánto tiempo ignorándolo y engañándonos a nosotros mismos. [Señala hacia la maleta.]
Y allí tienes las consecuencias.
Darío: Separarnos un tiempo nos hará bien, tendremos oportunidad de pensar en nosotros, en lo que en verdad queremos.
América: ¿Y después?
Darío: No sé, pero lo que resulte será mejor de lo que hemos estado viviendo últimamente. [Va a sentarse al sillón y guarda silencio. América vuelve a mirar por la ventana: la calle está desierta.]
II
América: ¿Fuimos felices?
Darío: Por un buen rato, al menos yo sí.
América: ¿Y por eso decidiste que nos separáramos? Porque, si no me equivoco, fuiste tú el de la idea. ¿O vas a decirme, como siempre que algo te disgusta, que estoy equivocada o que actúo bajo la influencia de mis padres?
Darío: En ningún momento los he mencionado.
América: Cosa rara, porque cada vez que yo tomaba una decisión me salías con que de seguro actuaba bajo la influencia de mis padres. [Cierra los puños.] Era humillante que todo el tiempo me vieras como una menor de edad incapaz de pensar por sí misma, de hacerse responsable de su vida.
Darío: Si lo hice, te pido disculpas.
América: Sí, ahora, cuando ya tienes un pie en la calle.
Darío [Va hacia ella y la toma de las manos.]: Créeme, para mí esto no es fácil y supongo que para ti tampoco, pero vale la pena el esfuerzo para que logremos vivir en paz.
América: Tú lo que quieres es un final feliz, que nos pasemos el resto de nuestras vidas celebrándonos los cumpleaños como dos buenos amigos.
Darío: ¿Por qué no? Antes de casarnos lo éramos.
América: ¿Por qué dejamos de serlo?
Darío: Hubo demasiados silencios y disimulos. Con eso nada más conseguimos engañarnos a nosotros mismos.
III
El sonido del timbre los sobresalta. Después de unos segundos la pareja se encamina a la puerta. Darío la abre y sale al corredor.
América: A partir de este momento ya nada será como antes.
Darío: Para ninguno de los dos, y ¡qué bueno!
América: No te entiendo: acabas de decirme que conmigo fuiste feliz y ahora me estás dando a entender que la vida en común fue desastrosa.
Darío: No te mentí: fui feliz contigo, pero llegó un momento en que empezamos a ir por caminos opuestos, a cada minuto nos distanciábamos más y si nos acercábamos era para hacernos pedazos con ironías y recriminaciones.
América: ¿Crees que todo habría sido distinto si hubiéramos hablado más?
Darío: Es posible.No podemos saberlo. [Saca del bolsillo un llavero y se lo entrega a América.] Toma, ya no voy a necesitarlo.
América [Intenta sonreír.]: Cuando vengas a visitarme será necesario que toques el timbre. ¿Lo harás?
Darío: Por supuesto. [Baja unos escalones y se detiene]: Acabo de darme cuenta de una cosa: nunca antes habíamos hablado con tanta sinceridad como ahora que estamos separándonos.
América: ¿Crees que volvamos a vivir juntos?
Darío: No tengo respuesta, pero si ocurre, como tú, ya nada será como antes.