Domingo 8 de marzo de 2020, p. a16
La escritora Suniti Namjoshi desafía prejuicios como el racismo, el sexismo y la homofobia; su quehacer literario lo han traducido a varios idiomas. Fábulas feministas y otros textos, con traducción de Ave Barrera y Lola Horner, reúne una selección de las obras más relevantes de la autora nacida en Bombay. Con autorización de la Editorial Paraíso Perdido, La Jornada ofrece a sus lectores un fragmento de este libro.
Las Fábulas feministas fueron un parteaguas en mi vida. De 1978 a 1979, durante mi año sabático en Inglaterra, descubrí el feminismo –o más bien descubrí que existían otras feministas–. Yo apenas era una feminista principiante. Por supuesto, pensaba que muchas de las restricciones que tenían las mujeres eran absurdas y, como mujer, no me gustaba en absoluto ser una ciudadana de segunda categoría. Las feministas ya habían hecho la extraordinaria labor de analizar este fenómeno y yo leía con avidez todo lo que publicaban. No obstante, necesitaba trabajar en el tema por mi cuenta. Ahora tenía la confianza para decir lo que tenía que decir. Y no me refiero al tipo de confianza que resulta de haber recibido una palmadita en la cabeza y de que alguien me hubiera dicho que yo también era importante, sino a la que viene de saber que de verdad podía ser escuchada y comprendida.
Para una escritora –en realidad para cualquier persona– eso es extremadamente importante. Los poemas y las fábulas existen entre la escritura de las mismas y su lectura. Si al empezar a escribir hubiera sentido que, sin importar cuán cuidadosa fuera con lo que decía, no iba a ser comprendida de la manera que pretendía serlo, hubiera sido imposible comenzar. Sin embargo, el contenido y la forma se articularon de manera espléndida. Si algo parecía carecer de sentido, escribía una fábula acerca de eso. Si pensaba que algo era absurdo y se me ocurría hacer un chiste, sabía que habría gente que se reiría de ello.
En la edición de Sheba Feminist Publishers, donde se publicó el libro por primera vez, en 1981 –hace treinta años–, le dieron el título de Feminist Fables. Me pareció un buen título y así se quedó durante muchos años (al manuscrito original lo había titulado The Monkey and the Crocodiles). El título actual tiene la ventaja de ser completamente feminista, y eso me parece que es importante, en especial hoy en día que la palabra ‘‘feminista’’ se havuelto casi una mala palabra en el mundo occidental. No obstante, tiene la desventaja de hacer que el lector menos cuidadoso piense que las fábulas únicamente tienen que ver con cosas que le ocurren a las mujeres. El formato de fábula debería dejar claro que cuestiona lo que le sucede a cualquiera que se encuentre en una situación desigual de poder. No hay algo particularmente femenino o masculino en el ratón de la fábula ‘‘El ratón y el león’’; es solo una pequeña criatura inteligente que ha comprendido la forma sutil en que se establece la idea de que quien tiene el poder, tiene la ventaja.
No es posible crecer en India sin darse cuenta de los diferentes tipos de disparidades de poder en todos los ámbitos, a menos que, por supuesto, hayamos elegido cegarnos deliberadamente como ocurre en ‘‘La sabiduría secreta’’. Pero competir con otros acerca de qué tipo de opresión es el más opresivo, es en mi opinión una manera equivocada de entender las cosas. Lo vi ocurrir en la First International Feminist Book Fair, en Londres en 1984. Mientras pensemos que algunas formas de opresión están bien o no importan tanto, no llegaremos a la raíz del problema.
Hay una cosa más que quiero añadir aquí. Este incidente sucedió días antes de la publicación de Feminist Fables. Creo que ocurrió en la escuela donde yo daba clases, en la Universidad de Toronto. Una colega me dijo en tono empático que la opresión de las mujeres en India debía ser una cosa terrible. No me gustó escuchar eso, así que le respondí feroz que aquí (refiriéndome a Toronto) el estatus de una persona depende de uno o dos factores, pero que en India había muchos factores más a tomar en cuenta, como la casta, la clase o la riqueza. Tal vez había algo acertado en mi res- puesta, lo equivocado fue mi manera de reaccionar. No me gustó pensar en mí como alguien oprimido. Lo que debí comprender en ese momento fue que si media docena de factores convergen en contra de una persona, eso hace que la opresión sea mucho peor. Otra cosa que debí comprender es que ser víctima de la opresión no es algo de lo que se deba sentir vergüenza, es el opresor quien está equivocado. El lenguaje (las palabras ‘‘noble’’ e ‘‘innoble’’, por ejemplo), la tradición (la manera en que exaltamos a los ‘‘grandes’’ militares conquistadores) y las jerarquías sociales hacen que sea muy difícil darnos cuenta de ello.
Las Fábulas feministas se tratan de todo y de cualquier cosa. Pero principalmente, son acerca de usar el poder del lenguaje y de la tradición literaria para exponer lo absurdo, lo inaceptable.
La gracia de la diosa
Sucedió que una niña muy consciente de todo y de muy altos valores fue al bosque a rezarle a la diosa. La diosa apareció y la niña le explicó la causa de su pesar: ‘‘La gente se muere de hambre, los niños sufren, hay hombres que golpean, violan y matan a las mujeres. Hay muchas personas lisiadas y los débiles son castigados por su debilidad. Hay demasiada maldad en este mundo, las cosas no pueden seguir así, tienes que hacer algo’’. ‘‘Muy bien –respondió la diosa– tu vida por la de alguien más. Dame tu vida y yo me aseguraré de que un ser humano viva de forma plena’’. ‘‘No –respondió la niña–. Yo también soy humana y tengo derecho a vivir’’. ‘‘Está bien, dos vidas humanas –replicó la diosa– y a un menor precio: lo único que tienes que darme es tu vida privilegiada’’. ‘‘No’’, respondió la niña. ‘‘¡Oh...! Bueno, ¿y qué tal si te ofrezco cinco vidas humanas? ¿Diez vidas humanas? ¿O tal vez un millón de vidas humanas por ese mismo precio?’’ La niña dudó un instante. Luego le preguntó a la diosa: ‘‘¿Te estás burlando de mí?’’ ‘‘Sí –dijo la diosa–. Resígnate, niña, y hazte cargo de tu propia vida’’.