Miedos
or qué me siento tan asustada, como si fuera a sucederme algo malo?“ –se pregunta Doria mientras se dirige a la oficina de recursos humanos. Decidida a superar ese estado de ánimo, procura convencerse de que no tiene motivos para sentir ese agobio, de que todo va bien y de que saldrán adelante. Imagina que da tres golpes sobre una superficie de madera y musita: Todo está bien, todo está bien, todo está bien
. Su optimismo se desvanece ante el recuerdo de esa niña tan brutalmente asesinada. La víctima pudo haber sido hija suya. Tenía siete años, la misma edad que acaba de cumplir Osvaldo. ¿Y si le pasara algo malo a mi niño?
No es momento hacerse esa pregunta. Ya bastante presionada está. Necesita concentrarse y pensar qué explicación va a darle a la licenciada Eréndira Mares, encargada de recursos humanos. Tiene que ser muy clara para que la jefa no termine calificándola de inmadura; aunque, si llegara a pensarlo, tendría razón: sólo una irresponsable puede renunciar a su trabajo dos semanas después de que obtuvo el ascenso que tanto esperó. Debe estar segura de que está actuando bien antes de la entrevista con la licenciada Mares. Imaginar su conversación con ella aumenta su nerviosismo y su deseo de terminarlo todo lo antes posible.
II
Doria encuentra vacía la oficina. Teme que Carla, la secretaria, haya olvidado que le dio cita para hoy con la licenciada Mares. De ser así, tendrá que pedirle por favor que la agende otra vez. ¿Para cuándo? ¿Dentro de una semana o dos? Esperar hasta entonces será vivir en un infierno, aumentará sus dudas y quizá termine por olvidarse de la renuncia.
Se sobresalta al oír la voz de Carla:
–Perdona, tuve que bajar para hacer el pedido de papelería. La licenciada Mares llamó y dijo que ya viene en camino, que no tarda. Le recordé que te urge hablar con ella. No te quedes parada: siéntate por favor.
Doria acepta, y para impedir que Carla le haga conversación toma la revista que está sobre un escritorio. La abre al azar y mira una hermosa fotografía: aguas azul turquesa, arena impoluta, aves blancas surcando los aires. Asocia la imagen con la primera vez que su familia la llevó a la playa. El recuerdo se enturbia cuando la asalta una pregunta: “Esa niña –sí, esa que tanto nos duele– habrá conocido el mar?” A falta de respuesta, cierra la revista y se abanica con ella para despejarse.
–Esta oficina parece un horno. Le he dicho a la licenciada que me permita instalar un ventilador pero no quiere: el aire frío le hace daño.
¡Ni modo!
Doria no dice nada, pero sonríe agradecida: el comentario de Carla la distrajo de sus pensamientos. Ahora se siente un poco menos tensa. Es lo que necesita para el momento de la entrevista con la licenciada Mares. Ignora por dónde empezará y cómo; de lo único que está segura es de que le hablará con absoluta franqueza, aunque puedan parecerle inverosímiles las razones que la llevan a presentar su renuncia.
Tomó la decisión llevada por un motivo muy poderoso: no quiere que Osvaldo sufra a causa de ella, no quiere que su hijo tenga miedo de perderla, no quiere que cada mañana que está a punto de salir al trabajo el niño se aferre a su vestido y le pregunte: Mamá: ¿vas a volver?
La primera vez que lo escuchó decir eso se limitó a contestarle que por supuesto, siempre regresaba, ¿no? Entonces, ¿a qué venían sus temores? Después lo abrazó con fuerza, como si estuviera sellando un compromiso.
III
Por la noche, ya en la cama, comunicó a Fausto lo que su hijo le había dicho esa mañana y le preguntó si no le parecía una pregunta rara. No. Es que lo tienes muy mimado y él te adora. No te preocupes. Son ocurrencias del niño. Es preguntón, como todos.
¿Todos los niños preguntan a sus madres si volverán del trabajo? Como seguía preocupándola, le pidió opinión a su hermana Anahí: tiene dos hijos gemelos, mayores que Osvaldo. Su respuesta fue que no. Cuando se va al trabajo sus niños sólo le preguntan si en la noche, cuando regrese, les traerá pizza. A Doria le gustaría que su hijo le hubiera hecho esa pregunta y no la otra, que tanto la entristece. Mamá: ¿vas a volver?
IV
–¿Querías hablarme, no? Pues adelante –dice la licenciada Mares. Yo también necesito informarte algunas cosas. El director accedió a que tengas un auxiliar. Es su sobrino y sólo puede venir de dos a cinco porque en la mañana estudia. Ordené que te arreglaran el módulo que era de José Antonio: él se va a la planta de Puebla. Y otra cosa: cuando sea necesario, queremos que te quedes hasta más tarde. ¿De acuerdo? Ahora sí, ¡dime!
–Antes que nada quiero decirle que mi trabajo me encanta y que agradezco mucho su apoyo pero...
–Por lo del aumento no te preocupes. Vamos a verlo, pero te advierto que no será pronto.
–Lo que vine a decirle es otra cosa: renuncio.
–¿Y eso...?
–Por mi hijo. No quiero que vuelva a preguntarme, cada vez que salgo al trabajo, si voy a regresar. Tiene miedo.
–Todos los niños lo tienen. Acuérdate cuando eras niña...
–Sí, temía a la oscuridad, a los bichos, a que mi amiga Lady me retirara la palabra, a que mi padre se disgustara si reprobaba. Digamos que eran temores infantiles para los que había solución y consuelo. Desgraciadamente, para los de mi hijo sólo hay una salida: que esté cerca de él. Tiene miedo de que me maten en la micro o en la calle o en cualquier parte. Los niños de hoy escuchan tantas cosas horribles. ¿Me entiende, verdad?
–Estás cometiendo una locura.
–Sabía que iba a decírmelo y tal vez tenga razón, pero no quiero que mi hijo siga sufriendo por mí. Voy a escribir mi carta de renuncia. Gracias por todo.
Mientras va de regreso a su oficina, Doria piensa en los graves problemas que la esperan y también en la sonrisa de Osvaldo, cuando lo llame por teléfono y le diga: Voy a llevarte pizza.