emos extraviado el Sur. La mayoría de los análisis presentes buscan en el pasado una ruptura inhabilitante para pensar nuestra realidad. Como argumento: el abandono de un edén de las ciencias sociales latinoamericanas. Nuestro pecado, dejar de abrevar en la teoría de la dependencia. Hacerlo, se recalca, supuso renegar del carácter marxista de sus postulados, dejar de pensar en América Latina y una contrarrevolución ideológica. Lo cierto, la teoría de la dependencia, en todas sus vertientes, fue la última cosmovisión omnicomprensiva de las estructuras sociales y de poder en América Latina. Asimismo, logró articular, es verdad, una alternativa anticapitalista, uniendo ciencias sociales y acción política. En 1969, Ruy Mauro Marini, se decantó por un sugestivo título para su ensayo publicado en Siglo XXI Editores: Subdesarrollo y revolución. Por su parte, en 1972, Theotonio dos Santos, optó por un encabezado más específico: Socialismo o fascismo: El nuevo carácter de la dependencia y el dilema latinoamericano. Casi una premonición del golpe de Estado que en septiembre de 1973, derrocaría al gobierno popular de Salvador Allende en Chile. La perspectiva dependentista no ha tenido sustitutos.
Las dictaduras militares de corte neoliberal, la represión, la clausura de las facultades de ciencias sociales coadyuvó al naufragio del pensamiento crítico latinoamericano. Del golpe, asestado en medio de la guerra fría, una parte de la izquierda intelectual no ha sabido recuperarse. Las nuevas generaciones se han dejado arrastrar por modas, teorías de usar y tirar propias de un pensamiento chatarra con obsolescencia programada. El abandono de los estudios dependentistas dejó un vacío, trasformado en nostalgia. Su espacio no ha sido cubierto. En su lugar queda un saber fragmentado. Para unos, se trata de una crisis de pensamiento, para otros de una falta de renovación, y en medio, una amalgama de opciones obsesionadas en concebir nuestras ciencias sociales como parte de una ciencia social burguesa, encubridora y alienante. En esta dinámica, no debe estudiarse nada con visos de impurezas provenientes de las categorías del saber occidental producido en los centros hegemónicos. Sea Europa o Estados Unidos. Un sinsentido que ha logrado hacerse un hueco en algunos nichos académicos. Todo lo post es bienvenido. Como si el pensamiento marxista, el lenguaje, las técnicas de investigación social, la estadística y la teoría no formasen parte o estuviesen adscritas a una razón cultural, la occidental, desde la cual, para bien o mal, pensamos el mundo y buscamos transformarlo. Atrincherarse en lo vernáculo como única opción de conocimiento emancipador es un dislate. Su base, la nostalgia que facilita parapetarse en una versión idílica del pasado en el desarrollo de las ciencias sociales latinoamericanas. Un relato donde el saber y el conocimiento habrían fluido a borbotones, liberadas de pensar el mundo desde las categorías occidentales. Luego vino el caos y la oscuridad. Ese sería el comienzo del desastre. A partir de ese instante todo ha ido de mal en peor. Lo que prometía ser un vergel terminó en un erial. Un desierto cuyos oasis se han ido secando a medida que se ha perdido la unidad en el pensamiento crítico latinoamericano hasta terminar hablando de crisis de la las ciencias sociales.
¿Acaso la propuesta zapatista no está enraizada en la historia de México? Su aporte al pensamiento emancipador latinoamericano es el resultado de una síntesis de experiencias donde transitan el colonialismo interno, la digna rabia, los Caracoles, un lenguaje capaz de interpretar los cambios de un capitalismo analógico a un capitalismo digital. Ha sido capaz de poner encima de la mesa del debate teórico la necesidad de repensar la democracia, las formas de lucha y resistencia. No menos abrir la discusión a conceptos como la dignidad, la justicia social, el poder. Su convocatoria desde 1994 es inclusiva. No es una visión milenarista o indigenista. Los cuentos del viejo Antonio y Durito de la Lacandona cobran vida para explicar el racismo, la miseria, la memoria colectiva, el sentido ético del quehacer político. La propuesta zapatista no es la única, sus postulados han servido para repensar los procesos constituyentes en Venezuela, Bolivia o Ecuador. El buen vivir, el Sumak Kawsay, los derechos de la naturaleza o la articulación de un Estado multiétnico y plurinacional, son parte de la ruptura del colonialismo interno. Su pensamiento debe ser reconocido como un aporte destacado al desarrollo de la ciencia política contemporánea, una manera de romper la visión castrante y nostálgica de haber perdido el rumbo. No todo pasado fue mejor. Hoy el pensamiento latinoamericano esta en ebullición, crea y propone, tanto como busca, romper las visiones que lo encorsetan y frenan. Basta ver el movimiento de protesta en Chile y Colombia, como la expansión del movimiento feminista en su crítica abierta al capitalismo patriarcal. Nunca existió un paraíso, ni hay que salir en busca de un edén perdido del pensamiento social latinoamericano.