a frase poética es tiempo vivo, concreto: es ritmo, tiempo original, perpetuamente recreándose, continuo renacer y morir y renacer de nuevo..."
Octavio Paz.
La Plaza México, Sol maravilloso de los finales del invierno, relucía y arrullaba en un ritmo que se sostendría durante toda la corrida del estoque de oro. Con el Sol llegaron las mujeres más bellas de la temporada con olor a fruto dorado, membrillo rojo, toronja dulce a carne fresca. Rumor de muleta, canción de seda sonora, que ardía como senos de pantera cuando cantan los gorriones alegrías, y la vibra, ante los desdenes que se inserta como amante en celo y la sangre de la afición, entre cantares y alegrías, que cambiaban por otros de envidias y amarguras –ante el éxtasis–, hasta enlazarse melancólicamente los ayes y los besos. Canciones de amor y de llanto, lamentos y saetas; martinetes y coplas donde todo queda ofuscado por los gritos interminables.
Una corrida para el recuerdo, escenario multicolor que dio paso al toro Tocayo de La Joya, que entró de largo al caballo y recibió un puyazo en todo lo alto, el toro recargó, empujó con los riñones en ritmo, ya con una afición cálida y abierta a los goces del toreo. Llegó a la muleta Tocayo, embistiendo desde aquí, hasta allá, fijo, planeando. Toro para la consagración de un torero que fue Antonio Ferrera. Había que torearle mucho, pese a su indulto, el toro seguía embistiendo. ¡Qué ritmo el del torero nacido en Extremadura y del toro de La Joya! ¡Qué manera de mandar en la series, por redondos y naturales bien rematados en el centro del redondel, a ritmo con la plaza enloquecida en el tendido, todo era un conjunto! El coso se cimbraba cada vez más fuerte. Hacía tiempo que no oía retumbar el graderío con los olés de los aficionados y los gritos de torero.
Antonio, emocionado hasta las lágrimas, en romance con Tocayo, se besaba y abrazaba en una comunión perfecta de toro y torero. El gusto de la plaza fue otro que el de este crónico y, al unísono, pidió el indulto que fue concedido. Tocayo regresará a la ganadería a darse un banquete con las vacas que lo recibirán al grito de: “ Tocayo, venga”.
Pese a un toro excepcional, mi gusto de aficionado, era que lo hubiera rematado de una estocada, a ritmo de lo realizado.
El espíritu torero revivió.