as celebraciones por el centenario del nacimiento de Boris Vian (1920-1959) se iniciaron con un primer concierto de jazz en el célebre café Deux Magots, situado frente a la iglesia gótica de Saint-Germain-des-Prés. Lugar bien escogido por el padrino de las festividades, el músico Mathias Malzieu, uno de los instrumentistas que tocó jazz y swing esa noche para regocijo de los asistentes, quienes bailaron entre las mesas del café-bar. En efecto, el Deux Magots es uno de los centros de atracción de ese barrio, cuyo espíritu Boris Vian encarnó como ningún otro de los pilares de la zona, entre quienes se contaron escritores como Jean-Paul-Sartre, Simone de Beauvoir, Raymond Queneau, Jacques Prévert o cantantes como Juliette Greco o Serge Reggiani, para quienes Vian compondrá música y palabras de varias de sus canciones.
Víctima de un ataque de reumatismo articular agudo a los 12 años, Boris Vian sufrirá las graves secuelas durante su breve vida, secuelas que lo obligarán a dejar su adorada trompeta a causa de una insuficiencia pulmonar, poco antes de su prematura muerte a los 39 años de edad, cuando asistía al estreno de una película inspirada en su novela J’irai cracher sur vos tombes (Iré a escupir sobre sus tumbas).
Ante la inminencia constante de la muerte, Vian es poseído por el furor de vivir. Nada es ni puede ser serio ante sus ojos. Irreverente, burlón, capaz de bromear sobre todos y todo con esa ligereza de espíritu tan lejos del espíritu de ligereza, Boris Vian es un apasionado de blues y jazz. Escucha música mientras sigue sus estudios de ingeniero durante la espantosa Segunda Guerra Mundial.
Con la liberación, al término de esa guerra asfixiante y mortífera, un frenesí existencial se apodera de la juventud francesa al fin liberada de los años oscuros de la ocupación nazi. Los jóvenes parisienses se dan cita en los cafés, cavas, salones de baile de Saint-Germain-des Près. Vian toca su trompeta en el concurrido bar Le Tabou, donde se convirtió en el artista más aplaudido. Al mismo tiempo, dibuja y escribe. Publica novelas y otros escritos bajo los más diversos seudónimos. Sin nada qué ver con los heterónimos de Fernando Pessoa, pues Vian no les atribuye una biografía particular, el éxito de las novelas que escribe con el nombre de Vernon Sullivan, imitando a veces la manera de Henry Miller lo hace decir: ‘‘Vian vive gracias a Sullivan”.
Bajo la influencia de Alfred Jarry, por cuya literatura sarcástica y desbordante de humor negro se apasiona, Boris Vian se interesa en la Pataphysique (Patafísica) e ingresa al OULIPO (‘‘abridor” de literatura potencial), grupo que reúne a escritores tan audaces como Queneau. Algunos de sus textos fueron publicados en la revista Les Temps Modernes, fundada por Sartre, en la que se expresaban literatura y pensamiento ‘‘existencialistas”. Textos recopilados con el título Chroniques d’un menteur (Crónicas de un mentiroso), donde Vian da libre curso a su humor y bromea escribiendo: ‘‘esta historia es absolutamente verdadera porque la he inventado enteramente” o ‘‘lo esencial es dar a todo un juicio a priori”.
Se permitían todas las provocaciones en esa época de gran libertad. Los jóvenes lanzaron la moda de vestirse en ‘‘zazou”. Era también una forma de terminar radicalmente con los años sombríos de la ocupación. El jazz, el swing, prohibidos en el régimen de Pétain y el gobierno de Vichy, simbolizaban la libertad de las nuevas costumbres.
La palabra que se impuso fue la de existencialismo. Este concepto no fue siempre entendido en el sentido filosófico que Sartre quiso darle, pero permitía englobar todo, igual las canciones de Juliette Greco que la voluminosa obra del filósofo. La canción más célebre, compuesta y cantada por Vian mismo, se titula El desertor. Sus palabras celebran, justo al inicio de la guerra de Argelia, la decisión de un hombre que se niega a hacer la guerra. El amor por la vida sin resignación que tuvo Boris Vian.