Opinión
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Toros
Los Encinos y el rejoneo
L

a Plaza de las Ventas de Madrid, luminosa en verano, quedó sorprendida por el deslumbrante espíritu torero del mexicano Carlos Arruza, que abrió un nuevo capítulo en las relaciones toreras entre mexicanos y españoles. Todo esto sucedía en julio de 1944, cuando se presentó ante la afición recién salida de la Guerra Civil y a la cual enloqueció.

Lo recuerdo en función de la lluviosa, fría y desapacible tarde de ayer, en la que los rejoneadores Diego Ventura y Emiliano Gamero hicieron lo imposible por calentar la nevera de Insurgentes semivacía. Carlos Arruza, cuando dejó el toreo a pie, después de ser el torero mexicano universal, el real rival de Manuel Rodríguez Manolete, fundó posteriormente el rejoneo en México, que también lo tornó universal. El quehacer torero de Arruza fue de cantares y alegrías. Un torero pasional que lo mismo era aplaudido que punto de envidias, celos, mala leche.

Carlos Arruza estuvo presente en mi mente en la tarde de ayer, durante la corrida del rejoneo, con toros de Los Encinos, nobles, con un ritmo excepcional con los caballos, aunque quizá les faltó un puntito de transmisión para el tendido. Como último toro, por extrañas razones, apareció un ejemplar de Julio Delgado con más transmisión. Noche de ausencias y ternura que fue mucho más que erotismo, chispas y duende oculto.

Lamentos y saetas, nanas y martinetes en el toreo de Diego Ventura, que precipitaron la entrega de Emiliano Gamero, el joven rejoneador charro y bigotón que debajo de la lluvia entonó la entrega y las ganas de ser frente a la técnica y el oficio de Diego Ventura, que entusiasmaron a ese público de rejoneo que día a día capta más aficionados.

Los buenos catadores del rejoneo, de regreso a los orígenes del mismo, suelen ir a la plaza a deleitarse, no a divertirse. La diferencia es que el deleite lleva el sitio de la raza torera. La diversión, el cachondeo de lo superficial. En la tarde que se volvió noche, nos deleitamos con la figura bravía, arrogante, audaz, con mucha raza y casta torera de Gamero, que al terminar la corrida entusiasmó a los aficionados hasta el delirio, gracias a que él fue el primer entusiasmado.