Carta cuestionadora con advertencia
or bello conducto me llega esta interesante carta: Yo de toros sólo sé que son felinos, pero algunos de mis amigos son verdaderos aficionados y mi ignorancia de la fiesta los llena de indignación. Porque los taurófilos son como los golfistas o los devotos del futbol: pueden hablar y justificar su tema indefinidamente. Y son como las madres: si tocas a su criatura son capaces de sacarte los ojos.
“En vísperas del fin de año presencié una discusión en torno a la actual empresa de la Plaza México, tan venida a menos las últimas décadas, al decir de unos, y tan afectada por los antitaurinos, según otros, y si no sería conveniente para la fiesta que el propietario de la plaza rescindiera el contrato a la actual empresa y fuera sustituida mediante un concurso de licitación, procedimiento que apenas se aplica en nuestro país, paraíso del amiguismo y los compadrazgos.
“Unos argumentaron que los señores Bailleres y Sordo, propietarios de la empresa TauroPlazaMéxico, antes que taurinos son exitosos empresarios, luego su objetivo es ganar dinero y que si llenan la plaza su objetivo está cumplido. Hubo dos respuestas: una, meter 40 mil personas en una ciudad de 20 millones no tiene chiste, y otra: Bailleres y Sordo nunca han podido llenar esa plaza.
“Para mí, que ni a villamelón llego –continúa el desconocido autor de la misiva–, me pareció que el asunto de fondo no eran Bailleres y Sordo y sus travesuras taurinas, sino una comprensión estricta del sentido de la tauromaquia. Por eso, si se llena o no la plaza carece de importancia, pues más que de un mero negocio se trata de profesar a fondo una religión. Y añadí: la Plaza México no es solo el coso más grandote del mundo sino el Templo Mayor taurino de este continente, y cualquiera que, como Bailleres y Sordo o sus antecesores, atente contra su sacralidad de auténtica basílica del toreo, es mucho peor que un empresario ineficaz: es un mercader sacrílego al que hay que expulsar del templo a latigazos.
“Alguien dijo que el principal problema de la Ciudad de México es que tiene muchos problemas. Quizá otro tanto le pase a la llamada fiesta brava, y en tal caso la sustitución de la empresa actual seguramente resultará infructuosa. La fiesta seguirá en inevitable decadencia y la plaza se verá repleta con shows más modernos y menos inflexibles, como el reciente encuentro de tenis, del mismo modo y similares razones por las que el catolicismo pierde terreno todos los días ante las embestidas protestantes.
“También es posible lo contrario: que la única manera de mantener realmente viva la fiesta de toros en México sea no sólo conservando sino fortaleciendo su índole religiosa, litúrgica y ritualista, así como un animalismo inteligente, menos inequitativo para el toro y ventajoso para el torero; es decir, que siga siendo anticuada, tradicionalista, dramática y debidamente vigilada por instancias culturales. Lo anterior, si se decide que el único público posible de la fiesta es el aficionado-apasionado con su corte de imitadores, seguidores y promotores comprometidos con ese ritual. En este caso, el relevo de Bailleres y Sordo no sólo es indispensable sino apenas el primero de una larga serie de cambios necesarios.
En todo caso, los dueños del negocio y ustedes como aficionados sabrán qué hacen o dejan de hacer con la fiesta de sus amores, a la que una realidad insoslayable viene debilitándola hace años: la incomprensión y la inercia de unos y otros y algo todavía más grave: haber convertido templos en empresas, como sucede desde siempre en entornos pretendidamente espirituales.