penas empieza el año, pero la agenda de la política y la economía se nos presenta cargada y enigmática. Digamos que, para empezar, la proclamada separación entre el poder económico y el político ha dado lugar a la búsqueda, desde varios miradores y observatorios, de formas más productivas de relación e intercambio. Y no sólo para la economía.
La fórmula de una economía mixta comandada por un inapelable poder político amparado en mandatos constitucionales siempre sometidos a la interpretación del poder, fue decretada periclitada desde el propio poder constituido. De cara a una destructiva crisis financiera que arrinconó a las otrora poderosas fortalezas financieras del Estado, para dejarlas al amparo de los caprichos y veleidades de los procónsules del Fondo Monetario Internacional (FMI), el país hubo de asistir a una, al parecer inevitable, corrosión de su prestigio, unos años antes engrandecido por la riqueza petrolera.
La falta de confianza promulgada por los banqueros, otorgó, a su vez, plena beligerancia a los funcionarios del FMI, convertidos en solícitos peones de brega de la comunidad financiera internacional.
Sin líneas de crédito contra las cuales girar, los funcionarios del Estado apostaron a que, gracias a su buen comportamiento, dicha confianza pronto volvería y México podría, junto con ellos, retomar su orgulloso lugar como cliente predilecto de esa comunidad. Por lo demás, el mundo que emergía de las crisis de la década de los 70 forjaba otras coordenadas ideológicas y, sobre todo, otros mapas geopolíticos.
Y así ocurrió, a una escala autéticamente global, una vez que en las décadas de los 80 y 90 se derrumbara el imperio articulado por el comunismo soviético. Con premura pasmosa, inmensas magnitudes demográficas y geográficas iniciaron su vuelta al capitalismo
y la reconstrucción de una democracia liberal que, bien a bien, nunca se aclimató en aquellas latitudes.
Nosotros formamos parte de esa enorme caravana de reconvertidos, no para regresar al capitalismo, sino para abrazar, con esperanza e ilusiones, el credo y el verbo globalizadores. Estos, credo y verbo, se presentaron como la alborada de una efectiva transformación del mundo. Supuesta o realmente, esta mudanza respondería a la centralidad otorgada por los triunfadores a los derechos humanos y la democracia liberal. Y por ahí nos fuimos.
Ahora, a más de 30 años de iniciado ese trayecto, nos vemos obligados a hacer un recuento. No sólo de la gran transformación globalizadora, condensada en el libre comercio casi incondicional, sino de la propia democracia plural implantada tortuosamente, pero al fin confirmada por la alternancia por partida doble que marcara el arranque del nuevo milenio.
La Cuarta Transformación (4T) proclamada, ¿decretada? por Morena y su máximo dirigente, ahora investido de jefe del Ejecutivo, reclama de esfuerzos consistentes en la retórica y el discurso. No sólo para gestar una nueva pedagogía y aprender la virtud de conocer el tiempo, sino para ofrecerle a la sociedad en su conjunto un diseño institucional que dé contenido y perspectiva a su ambiciosa oferta de cambio político y social.
La insistencia del Presidente en el sentido de que ya no es lo mismo y no somos iguales
no es suficiente y lo será cada vez menos a medida que la ciudadanía y sus hijos hayan de pasar el trago amargo de la penuria laboral o fiscal. De austeridad no se come y, de exagerarse en el tiempo y el ingreso disponible, puede más bien acrecer la penuria.
La visión localista que, al parecer, inspira a algunos de sus militantes más comprometidos no contribuye a ampliar y enriquecer el panorama nacional y la perspectiva de su economía política. El dirigente, ahora Presidente de la República, tiene que ir pronto más allá de los laberintos jurídicos y conceptuales a que apelan los encargados del honor y la justicia dentro de las filas del partido en el gobierno y abocarse a la ingrata, pero indispensable y crucial tarea de formar un partido de masas, incluyente y dotadode un programa histórico, a pesar del tiempo nublado que se ha apoderado del mundo y de nosotros.
No se trata de competir en la triste carrera de los malos augurios. De lo que se trata es de darle a las proclamas un sentido de urgencia bañado de sentido de realidad. Sin esta combinatoria corremos el riesgo de caer víctimas de más de una montonera.