a noticia de la detención de Genaro García Luna es un escándalo. De no ser por su coincidencia con la firma del T-MEC, lo hubiera sido más. Ojalá en días siguientes se hagan reflexiones de fondo que llevan a la toma de decisiones que deberían alentar una corrección.
El caso de García Luna subraya las fragilidades del sistema político, de seguridad y justicia. Sus vulnerabilidades han estado por años a la vista de todos. Sabemos que esos sistemas no son confiables: esta es una verdad muy desagradable. Es auténtica, pero ha sido inerte.
La idea se ha expresado recurrentemente y ya no nos dice nada. Conduce a una conclusión cínica: aquí no pasa nada y esperen porque mañana puede pasar de todo. Esta condición que ha cambiado el perfil nacional va por más, sin impacto, más allá de la retórica de los pasados 20 años.
Prueba de ello la ofrece la reacción del ex presidente Felipe Calderón ante los hechos: Me sorprende lo que ocurre, nada sabía
y la del senador Miguel Ángel Osorio Chong: Nunca tuve un elemento para poder hablar al respecto de que estuviera con alguna situación al margen de la ley, nunca
; pues señores, los dos estaban obligados a saber y lo supieron.
Como tutor de la política interior y en particular de la de seguridad pública los años posteriores a los que García Luna fuera el tolerado mogol de la materia, Osorio Chong recibió los restos éticos, políticos, jurídicos, funcionales y patrimoniales de la Secretaría de Seguridad Pública propiedad de García Luna. Peña Nieto y Osorio Chong la fulminaron y ahora sale con que no supo nada. ¿No hay responsabilidad oficial? Lastimosamente ese botón es sólo la muestra amarga de muchas cosas que pronto saldrán.
Los grandes centros de gobierno y de estudio deberían reflexionar con la amplitud requerida por las grandes causas, qué es lo que está sucediendo en el país, hacia dónde nos lleva y con qué cambios de todo orden se podría poner un coto a tal derrumbe.
Debemos olvidarnos de frases célebres por lacerantes, de premoniciones inmediatistas, de acusaciones y lapidaciones momentáneas, de individualizar reproches. El problema es mayúsculo. En él, de alguna manera estamos involucrados todos y hemos ya deteriorado el patrimonio de las siguientes generaciones. Hay motivos de amargura.
Desde el gobierno de López Portillo la situación de la descomposición de las instituciones a cargo de seguridad pública, procuración y administración de justicia y de ejecución de sentencias prendió las alarmas. En los siguientes gobiernos se intentó esquivar la situación, pero los programas fueron discontinuos. El diagnóstico constantemente resultó corto y la respuesta insuficiente. La violencia se exacerbó más allá de lo previsto y la solución exigía visión y esfuerzo que no se dieron. Hubo equívocos trascendentes y visiones simples y triunfalistas.
El reto actual, no sólo para el gobierno en sus esferas jerárquicas y especializadas y para la comunidad nacional, es admitir que toda tesis sobre formas de enfrentar los grandes problemas parte de su aceptación y dimensionamiento. Es un momento de meditación. El compromiso contra la violencia condiciona todo, afecta nuestro prestigio internacional, la autoestima nacional, excede al agotamiento de recursos naturales, al declive económico y a la vecindad con Estados Unidos, con todo y su T-MEC.
Sólo es comparable con el deterioro ambiental. Otro fantasma del que tanto se habla y que no hemos atendido apropiadamente desde que se hizo tangible hace ya medio siglo. Los ecosistemas están irreversiblemente deteriorados.
No hace mucho todo era una discusión académica que pasó a ser retórica política y… no se hizo lo debido. Privaron intereses evidentes diversos y fueron tolerados. Hoy que es de interés público de la nación poco se hace ante lo que urge.
Algo así pasa con la criminalidad. Lo que aterra es que como en el deterioro ambiental, los márgenes de vuelta a lo deseable se hayan estrechado hasta lo imposible. Aún ante esta comparación dolorosa, el crimen y la violencia tienen factores propios de prevalencia que no están en la ecología. Estamos verdaderamente contra la pared.
La defensa del medio ambiente ha desarrollado talento humano, políticas y organismos que son estimables como recurso de base. Lamentablemente el respeto y la defensa de la ley, aunque ejemplar en el texto, es aún deficiente en la apreciación social, como no sea la de las víctimas, y es desastrosa en el seno de las instituciones. Sí el dolor nacional se da por la criminalidad, a ello se agrega la ineficiencia, insuficiencia y corrupción de autoridades.
Ayotzinapa, Tlatlaya, Culiacán, Bavispe, Guanajuato, Guerrero, San Fernando, feminicidios, inseguridad urbana y rural más corrupción e impunidad son signos de Apocalipsis. Las violaciones de todo derecho nos dicen: algo gravísimo está sucediendo. Ese algo señala también que a todos nos llegó la hora. Ya no arde la casa del vecino, hoy nos tocó en la propia.