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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (CXVIII)

C

uando no hay contacto…

Entre sus mil y una impresiones, escribió Conchita que cuando el torero no conecta con el público es una de las más desagradables experiencias que puedan vivirse.

“Lo persiguen las sombras del patio de cuadrillas, y aunque el torero esté bien, no le dice nada a la gente y el torero tampoco siente nada. Torea como un autómata.

“Hay otras tardes en que todo sale en contra. Desde el primer lance las cosas se dan mal; el toro, porque está astillado o porque el capote estando mal cogido, se lleva la mitad de éste. El matador no consigue entrar en el burladero debido a que la boca está llena; el único oportuno en los quites es el alternante y la única embestida buena del toro también es para él. Los banderilleros tardan horas en colocar dos medios pares y en esos momentos puede que caigan algunas gotitas de agua. El mozo de espadas –que en esas tardes trabaja una barbaridad devolviendo capotes y limpiando espadas– se equivoca y entrega al matador la única muleta que no le gusta, ya que es demasiado pesada para el palillo delgado que se escurre por entre los pliegues de la franela roja. Luego, el toro se pone frente al burladero de matadores y hay que darle 30 capotazos para que el matador brinde a la autoridad. El público se aburre, pero nada dice.

“Cuando tocan a matar, el toro resulta hecho de goma y huesos y la espada no entra. Por lo general, estas actuaciones acaban como comienzan; después de varios desarmes, pinchazos y descabellos, con la intervención de la cuadrilla, que se prodiga en estas ocasiones. El torero tiene la impresión de estar con una pesadilla ante la que no se puede reaccionar. Aunque se quiera gritar, no se puede y aunque se quiera correr, las piernas no obedecen.

“Lo que más puede desanimar en una de esas malas tardes es la idea de resultar cogido sin ningún provecho. Una cornada en una tarde de suerte no duele, porque no se piensa en ella ni antes ni después, pero cuando pasa lo contrario puede doler bastante. Hay tardes en que se tiene la impresión de que no se puede hacer nada y entonces no vale la pena exponerse. El toro parece que está siempre atravesado, se anda alrededor de él espantándole las moscas, esperando lo imposible. Surge así la cogida inesperada, cuando el torero nada hizo para comprometerse.

“En las cogidas, los comienzos pueden variar, pero una vez en el aire, cuando el mundo gira locamente frente a los ojos, todas son iguales. Hay unos instantes en que ni se respira, esperando saber dónde se va a caer. Si se cae sobre el toro –se sabe enseguida si es en el morrillo o los cuartos traseros–, se espera lo que Dios quiera hasta verse libre de los pitones. Cuando se cae directamente en el ruedo, la sensación de alivio es tan grande que hasta queda momentáneamente olvidada la de peligro, siempre inminente mientras no se salga de la cara del toro. El torero cae casi siempre, por fuerza instintiva, de cara hacia el suelo y encogiendo la nuca mientras tapa la cara, –decía Marcial como quien espera un tiro– el momento de la cornada. Si el toro consigue meter un pitón, es como si entrara un hierro al rojo vivo. No se siente otra sensación, sino un hierro que entra, y entra sin piedad. Hay tiempo para pensar bastante en estos segundos que parecen eternos y hasta de recordar si el médico de la plaza es competente y, en caso de haber remedio, si será el más indicado para intentarlo. En seguida, viene la dulce sensación de caer otra vez sobre la arena y los miles de espectadores desaparecen para convertirse en cascos y capotes por todos lados. Por el oído se sabe la distancia a que se encuentra el toro y, por eso, aunque se esté boca abajo, el torero sabe cuándo puede levantarse.”

Qué mente de Conchita, para continuar con estas reflexiones, tras alguna cornada:

“Me han preguntado muchas veces si las broncas ponen nerviosos a los toreros. Sinceramente, creo que no y que son peores los aplausos corteses o los silenciosos desinteresados, ya que son éstos los difíciles de convertirse en triunfos.

Las broncas pueden ayudar a que se establezca el tan deseado contacto con los tendidos.

(Continuará)

(AAB)