Sábado 23 de noviembre de 2019, p. a16
Cuando suena la música de Bach todo está en su sitio.
Escuchamos el ritmo de nuestro pensamiento.
‘‘Cuando interpreto la música de Bach –dice Keith Jarrett– no escucho la música, lo que oigo es el proceso del pensar.”
Les tenemos buenas noticias: Keith Jarrett tiene nuevo disco. Decidió publicar la versión en vivo de El Clave Bien Temperado que presentó en público un mes después de haber grabado en estudio, en marzo de 1987, esa obra-referencia de la cultura de Occidente.
De inmediato pusimos a sonar el disco ECM grabado en estudio, la primera versión, luego de escuchar durante varias semanas la nueva grabación, en vivo: la versión que hoy nos ocupa.
Nos quedamos con la versión de concierto. Es Bach. Es Keith Jarrett.
Respeto absoluto a la partitura, sí, al mismo tiempo que vuelo libre de las ideas. De entre las dos versiones, el nuevo disco de Keith Jarrett es un agasajo.
Cuando suena la música de Bach, el esplendor del mundo cobra sentido. Nos gobierna un estado permanente de serenidad y una flama de silencio nos circunda. Ese silencio es el intersticio infinitesimal entre una nota y la siguiente: desfilan por nuestra mente con lógica infinita. Es el efecto poderoso de la música de Bach.
Con ella, Keith Jarrett concentra en el teclado las potencias del trueno y el relámpago: el silencio del trueno y el estruendo del relámpago. Sonidos y silencio de tal manera confundidos, entrelazados, anudados y puestos a moverse como se mueven las flores con el viento, suavemente. Suave mente.
Escuchamos en este disco a Keith Jarrett en uno de sus insólitos conciertos a piano solo, donde se sienta a meditar.
Discurre durante lapsos prolongados en el despliegue de un arte de alcances todavía por recorrer: el arte de la improvisación.
Keith Jarrett ha escrito sobre ese arte, el de la improvisación, in extenso, y a partir de su experiencia meditando, es decir sentado en el acto de pensar, mejor dicho: en el proceso de pensar.
En eso consiste el arte de la improvisación: el arte de pensar.
Improvisar en música es pensar. La acepción errada es errar. Improvisar no es tentalear, no son ocurrencias. Uno cuando piensa no incurre en ocurrencias. Ay, se me acaba de ocurrir una ideota, solemos decir. Lo preciso es: se me acaba de escurrir una idea. Porque las ideas tienen vida propia, son líquidas, se escurren, adoptan la forma del recipiente.
Y se piensa con lógica, con razonamientos, con argumentos. Con ideas.
Eso es lo que escuchamos en el nuevo disco de Keith Jarrett: el proceso del pensamiento, el acto del pensar, de pesar, sopesar las ideas.
Johann Sebastian Bach fue un gran improvisador. Se sentaba durante horas frente al teclado del órgano, ya en la Michaeliskirche o en la Johanniskirche, o en la St. Bonifatius-Kirche o en Divi Blasii, las iglesias de Turingia, Arnstadt, Lübeck, Mülhausen.
Esa lógica, la de pensar sentado frente al teclado, guió a Keith Jarrett para grabar El Clave Bien Temperado: 24 preludios y fugas escritos por Bach para fines didácticos y de solaz.
La lógica de esos preludios y fugas no es fugaz, es la misma que hace florear a la flor, gotear a la gota, llenarse de hojas al árbol, transitar la sangre por nuestras venas. ¿Qué transita por tus venas? La música de Bach.
Keith Jarrett musita. Es su costumbre arrullar a las musas con interjecciones, gemidos, guturaciones. Así levita. Sentado al piano evita las distracciones en su pensar. Acompaña el compás, acompasa las pausas. Cantar para Keith Jarrett mientras toca el piano es un acto de amor, una manera de exaltar las notas que activa con sus dedos por igual como lo hacían Glenn Gould y Cecil Taylor: cantar, mugir, gemir, musitar mientras el piano también canta, gime, musita.
El Clave Bien Temperado, esa catedral, es el Everest del arte del teclado. Su aparente sencillez encierra complejidades harto hirsutas. Su lógica matemática dota a esos 24 preludios y fugas de sencillez, amable estancia, ese estar bien, sereno y moreno.
Las dos versiones en disco de Keith Jarrett, la realizada en estudio y la registrada en vivo, erigen catedrales donde anidan ángeles, vitrales, vírgenes en éxtasis de mármol.
Su pulcro decir, su cristalina calma, el solemne y a la vez desfachatado canto es un arroyo límpido, un amanecer entre la neblina en Coatepec, una noche de cocuyos en el campo. Un anhelo. Un sencillo estar en gracia.
Las diferentes versiones grabadas de El Clave Bien Temperado brindan contexto: las hay modosas, tiesas, orgiásticas (Glenn Gould), correctas, académicas, políticamente correctas, atrevidas, originales, frescas, novedosas. Hay tantos discos con El Clave Bien Temperado como gustos.
El gusto se eleva al grado máximo de placer en la versión en vivo de Keith Jarrett.
Los pasajes rápidos, como el Preludio 19 y su consecuencia: la Fuga 20, son un buen ejemplo del prodigio desplegado en el disco que hoy nos apasiona: Keith Jarrett en todo su esplendor, con su sonido inconfundible, en plena labor de pensamiento, en borbotones de ideas, notas vertiginosas, remolinos de diamantes.
Hay momentos en que la velocidad es tal que parece que no se mueven las notas porque escuchamos todas y cada una de ellas, con su ungüento que las pega a la siguiente y la siguiente a la siguiente, como la seda de la red que teje la araña, la hoja que transporta una hormiguita, la mariposa que vuela sobre la nariz del perro que sonríe ante prodigio tal.
Así es la música de Bach. Un prodigio que nos cura, alivia, apapacha, reconforta, nos pone en paz y pone todo en su sitio.
Por eso cuando suena la música de Bach todo está en su lugar y nos circunda una paz sonriente, luminosa. Nacen en la comisura de nuestros labios catedrales: sonrisas amplias, grandes, nobles, como la sonrisa que está apareciendo en este instante en tu rostro, hermosa lectora, amable lector.