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a Iglesia católica festeja hoy a Santa Isabel, madre del apóstol Juan y prima de la virgen María. Su nombre bautizó un convento que estuvo donde actualmente se levanta el Palacio de Bellas Artes. El predio estaba ubicado en una zona fangosa a un costado de la Alameda, el primer parque público del continente americano, que data del siglo XVI.

El convento lo mandó construir doña Catalina de Peralta –una viuda rica, sin hijos– en el terreno que ocupaban unas casas que había heredado. Su propósito era convertirse en monja y dirigir la institución que llevaría por nombre La Visitación de María Santísima a su prima Santa Isabel; el largo apelativo terminó simplemente en Santa Isabel.

En ese entonces las calles que rodeaban el predio se llamaban San Juan de Letrán, Calzada del Calvario y avenida Hombres Ilustres, (hoy Eje Central, avenidas Juárez e Hidalgo, respectivamente). El primer convento que se levantó en el siglo XVII padeció hundimientos debido a lo cenagoso del terreno, lo que obligó a demoler buena parte de la construcción y rehacerla sobre los cimientos anegados, lo que le dio solidez.

Seis monjas del cercano convento de Santa Clara fueron fundadoras encabezadas por doña Catalina, a quien el espacio le pareció pequeño, por lo que pidió al ayuntamiento un solar que era parte de la Alameda. Le fue negado, pero no se dio por vencida y solicitó una porción de terreno que daba a la avenida Hombres Ilustres, por donde corría un acueducto. Su perseverancia tuvo éxito y pudo ampliar el convento y edificar un templo.

Ese inmueble se redificó a mediados del siglo XVIII por una más lujosa que patrocinaron dos hombres piadosos y muy ricos: Diego del Castillo, mercader de plata, quien construyó las viviendas del convento, y Andrés Carbajal, que patrocinó la iglesia y falleció antes de concluirla, pero dejó 50 mil pesos para terminar la obra.

Muchas ceremonias religiosas se verificaron en distintos momentos: al colocar la primera piedra del templo, acto que encabezó el arzobispo Fray Payo. Cinco años más tarde el obispo fray Juan Durán bendijo la nueva iglesia. En los días subsecuentes hubo ceremonias y procesiones en las que participaron capellanes de coro de la Catedral y 50 religiosos franciscanos. El día de Santa Ana se abrió la iglesia, a las cuatro de la tarde salió una larga procesión de la Catedral... hubo muchos fuegos y danzas.

Una de las novedades del flamante convento fueron los sepulcros de las religiosas con su osario; lugar principal ocupó el de la fundadora, doña Catalina de Peralta, mismo que se encontró hace unos años durante unas obras de restructuración de Bellas Artes.

Todas estas glorias terminaron el 13 de febrero de 1861, en que las monjas de Santa Isabel fueron trasladadas al convento de San Juan de la Penitencia, como consecuencia de las Leyes de Reforma. Ahí comenzó un calvario que las obligó a mudar de residencia varias ocasiones por siete años hasta su total exclaustración. El convento fue fraccionado y vendido y la iglesia alquilada a una empresa que instaló una fábrica de pasamanerías.

A principios del siglo XX el gobierno porfirista la adquirió y demolió todas las construcciones que quedaban en el amplio predio, muchas de ellas restos del antiguo convento, para construir el nuevo Teatro Nacional, que se terminaría como Palacio de Bellas Artes.

Se contrató al arquitecto italiano Adamo Boari, quien diseñó una pesada construcción; se le informó de la fragilidad del terreno, pero pensó que eran exageraciones de los mexicanos. Se enfrentó a la realidad al excavar los cimientos y encontrar enterrados los muros del primitivo convento. Eso lo llevó a replantear la cimentación, que realizó el ingeniero mexicano Gonzalo Garita, que lo resolvió con un emparrillado relleno de concreto y tezontle.

Aprovechemos para comer en el sabroso restaurante del recinto, mientras imaginamos el suntuoso convento cuyos restos se encuentran debajo del palacio, como sucede en toda la vieja Ciudad de México.