n jefe de Estado en funciones; un vicecanciller y ministro de Finanzas, el de mayor rango del socio menor de un gobierno de coalición, y un celebrado banquero central que llega al final de su encargo en medio del temor de que a su sucesora le sea difícil responder al desafío que le espera integran el terceto que concentró la atención europea y noratlántica en las pasadas semanas. Emmanuel Macron –en una extensa entrevista con el Financial Times de 7 de noviembre– abrió una enorme controversia al diagnosticar la muerte cerebral
de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), gestionada ahora por un ex jefe de gobierno noruego de filiación social-demócrata, Olaf Scholz, –en una coyuntura dominada por los avatares de la salida británica de la Unión Europea e inserto también en el debate político alemán relacionado con el ya no muy lejano remplazo de la señora Merkel– lanzó una inesperada iniciativa, todavía no formalizada, para persistir en los controvertidos proyectos de unión bancaria europea y de creación de un mecanismo unificado de seguro de depósitos bancarios en los países de la zona del euro. Mario Draghi –al concluir su encargo como presidente del Banco Central Europeo, tras una gestión de nueve años que muchos consideran salvadora del euro y de la Unión Monetaria Europea– formuló una visión de los desafíos inmediatos y a mediano plazo, que reforzaron la impresión de que su sucesora, la antigua directora-gerente del Fondo Monetario Internacional, difícilmente estará a la altura de esas exigencias.
Ante las reacciones suscitadas por los planteamientos del presidente Macron sobre la OTAN, la Unión Europea, las migraciones transfronterizas y otros temas de la agenda global, resulta claro que muchas no fueron más allá de la impresión que produjo la más provocadora de sus aseveraciones: la muerte cerebral de la primera. En realidad, los señalamientos de Macron –que se formularon en el momento que marca el punto medio de su mandato presidencial– fueron mucho más ricos. El referido a la OTAN fue censurado, como era de esperarse, por Jens Stoltenberg, su secretario general, pero también por la señora Merkel y algunas otras personalidades políticas europeas, que quizá comparten algunos de los puntos de vista críticos del presidente francés, pero prefieren no vocearlos. Es difícil, sin embargo, estar en desacuerdo con la que podría considerarse su principal conclusión: Europa sale del calvario del Brexit en una situación excepcionalmente frágil
y está en riesgo de desaparecer si no puede reconstruirse a sí misma como potencia global
. Para ello, es preciso que diseñe una política común efectiva en materia migratoria. Las filias y las fobias de los diversos nacionalismos, incluso los más exacerbados, no pueden seguir dictando las actitudes y reacciones de los países europeos ante las corrientes transfonterizas de refugiados e inmigrantes. Si las actuales controversias empeoran y no pueden evitarse los reflejos xenófobos de rechazo, terminará por romperse la delicada trama de la cooperación continental.
El non-paper del Ministerio alemán de Finanzas es un texto de lectura difícil que el propio ministro Scholz se preocupó por facilitar con un artículo publicado bajo su firma por el Financial Times el 5 de noviembre. En esencia, Scholz propone completar y profundizar la unión bancaria europea
, tarea que es preciso concluir si se quiere favorecer la soberanía europea en un mundo de competencia cada vez más exigente
. Scholz reconoce que el Brexit significará la pérdida, para Europa, del centro financiero global localizado en Londres y el riesgo de volverla dependiente de los servicios financieros alojados en Estados Unidos o en China. De suerte que, si Europa no desea ser un jugador de segunda categoría en la escena financiera internacional, está obligada a llevar adelante los proyectos clave para la unión bancaria, incluyendo desde luego la unión de sus mercados de capitales
.
Para alcanzar tal objetivo, Scholz propone cuatro tareas: a) establecer un procedimiento unificado en la eurozona para gestionar las insolvencias bancarias, que en el caso de las instituciones menores siguen manejándose con arreglo a las distintas leyes nacionales de insolvencia; b) abatir la magnitud de los riesgos, tanto en el caso de créditos privados como en el de deuda soberana: los bonos soberanos no son inversiones libres de riesgo y no deben ser tratados como tales
; c) profundizar la unión bancaria mediante algún mecanismo común europeo de seguro de depósitos, quizá un esquema condicional de reaseguros, que amplíe en forma significativa la resiliencia de los esquemas nacionales
; y, d) avanzar hacia un modelo impositivo uniforme para el sector bancario europeo. “Con el impulso derivado del inicio de funciones de una nueva Comisión Europea y ante la inminencia del Brexit, es el momento de redoblar los esfuerzos y concluir estas tareas”.
(Y Mario Draghi... véase la continuación en dos semanas.)