n medio de una de las más intensas críticas hacia el gobierno de la República, sobreviene el golpe de Estado en Bolivia. Y, junto con tan nefasto acontecimiento, surgen nítidas premoniciones que lo toman como ejemplar y extensivo. No bien se elucubraba, con positivos acentos, sobre la nueva corriente progresista latinoamericana, cuando la aparición de tan conocida, como repudiada, tradición boliviana de los cuartelazos, corta, de un solo tajo, el entusiasmo renovador. Se recurre, una vez más en estos territorios tan ofendidos, a golpear, con claras acciones terroristas de acompañamiento, la muy positiva obra de un presidente y su equipo de trabajo. Poco importa, para muchos de los críticos que viajan, aunque sea de manera lateral con acciones de este tipo, el enorme esfuerzo del indígena aymara. Los cambios que Evo llevó a cabo en sus años al frente de una administración exitosa, casi por cualquiera de los lados que se le mire, han sido de talla estructural. Baste considerar la introducción de la noción plurinacional de Bolivia para dejarlos asentados. Pero la lista puede alargarse a la composición racial del gobierno y sus derivaciones en el ensanchamiento de la autoestima de millones de bolivianos, históricamente marginados de todo bien.
Los datos de naturaleza económica, con acento en el crecimiento, bastarían para darle a Morales un lugar de privilegio en la lista de los conductores eficaces. Pero los de la reducción de la pobreza extrema son por demás notables. Bolivia dejó, con Evo y Linera, su vicepresidente, de ser una nación paria. Hoy, puede presentarse, con orgullo, como una sociedad en desarrollo. Logros que se llevaron a cabo de manera consensuada y en paz. Hasta estos funestos días había sido posible evitar las varias intentonas habidas para sacarlo por la fuerza. Sus triunfos electorales no dejan duda del apoyo de sus gobernados. Aún en la más reciente, lograr 43 por ciento no es poca cosa y desmiente los inmediatos alegatos opositores que dieron, por probado, el supuesto fraude.
Nada tiene Evo de tirano como sus detractores acusan. Buena muestra dio con sus razones, fundamentos de la renuncia, al preferir alejarse del poder antes que derramar sangre hermana. Bolivia es, hasta ahora, una nación democrática y esto es mucho decir en el continente. Sobre todo al voltear hacia atrás y contemplar la cauda de asonadas y rebeliones padecidas por los bolivianos, en especial la mayoría indígena. Es, también hasta hoy día, una nación bastante más soberana e independiente que en el pasado reciente. Los abusos trasnacionales sobre sus enormes recursos naturales y el manejo privado de los bienes, servicios y derechos públicos, fueron harto conocidos. A muchas de esas tropelías se les cortó de tajo y afectó, de pasada, los intereses del opositor Camacho. El examen detallado de los alcances de Evo se irá decantando ahora que la mirada sea puesta en los retrógrados cambios que introducirán, a toda prisa, los golpistas.
Por lo pronto, la confluencia entre grupos racistas, que en Bolivia son especialmente ásperos; el gran empresariado reaccionario y voraz; los uniformados, usados como arma levantisca y traicionera, y la famosa y conocida influencia, guía y soporte de La Embajada, volvieron por sus fueros y atropellos.
Este acontecimiento y sus dramas subsecuentes, ha caído como plomo derretido en el ánimo nacional. La intensa campaña de críticas montoneras hacia el gobierno ya no tiene mesura alguna. Todos y cada uno de los programas en acción son pasados a cuchillo limpio. Las premoniciones de la derrota total se hacen densas, onerosas, sin piedad ni tregua. Sumadas dan cuenta de sus pretensiones absolutistas: AMLO está –para todos y cada uno de sus rivales que pasan a ser totalitarios y bien uniformados– acabado. Y junto a él se habrán de despeñar sus acompañantes, a los cuales suponen acólitos, siervos, obcecados, tontos y ciegos interesados. No hay escapatoria, toda estrategia fracasó, si es que alguna vez hubo tal logro. La captura de instituciones la suponen en el mero centro de las pretensiones de autoritaria continuidad obradorista. Pasan a colación entonces el Congreso, organismos autónomos, prensa y sus libertades asociadas, derechos civiles, el poder judicial completo y demás instituciones que componen e integran el balance democrático en claro riesgo.
Los medios masivos de este país han propagado, en el caso boliviano, una visión que mezcla justificantes para los rebeldes con las tropelías de Evo para prolongarse en el poder. No mencionan, menos por tanto condenan, el ahora probado intervencionismo de personajes radicales del poder estadunidense en los dramáticos acontecimientos. Todo, para ellos, sucedió por las ambiciones personalistas del aymara. Lo cierto es que el ambiente, ya muy denso y oscuro a partir de los sucesos recientes, se inundó de temores, augurios insensatos y malos vientos otoñales.