En entrevista con La Jornada, la autora explica la génesis de su obra más reciente, Rumbo al exilio final, publicada por Ediciones Era // ‘‘No es una autobiografía desgarrada, ni narrativa, es sólo lo que me formó: los libros y las personas que me guiaron en la vida’’
Miércoles 13 de noviembre de 2019, p. 3
El más reciente libro de Bárbara Jacobs, Rumbo al exilio final, no es una despedida, como podría parecer. Se trata de un obsequio que la autora hace a sus lectores y a las jóvenes generaciones que se preguntan cómo nace y se forma un escritor.
Publicado por Ediciones Era, esa suerte de autobiografía intelectual describe las ‘‘semillas” literarias de las que germinó la pluma de Jacobs y es también el acto de lucidez de una sobreviviente, ‘‘el reflexionar acerca de lo que ha sido mi vida y tener la conciencia de lo que pretendo hacer cuando llegue de a deveras el momento de partir; no es que tenga prisa, pero hay que pensar en ello”, explica en entrevista la colaboradora de La Jornada.
Añade que si en su libro anterior, La buena compañía, habla precisamente de las obras que fueron formativas para ella y los colegas escritores de su generación, en Rumbo al exilio final ‘‘está el testimonio de la persona que los leyó, no para explicar nada, sino para narrar mi formación como escritora y también hacer un retrato de quienes me dieron mis primeros libros, todos ellos significativos a lo largo de mi vida, libros formativos del alma.
‘‘Es así como hablo de Julio Pliego, Carlos Monsiváis y por supuesto hay todo un pasaje dedicado a Augusto Monterroso, pero no el romance, sino los libros del taller de narrativa que él dirigía.”
Tentación por la autobiografía
Bárbara Jacobs reconoce que la tentación de escribir una autobiografía le llega a todos los escritores, ‘‘pero es muy difícil. Algunos comienzan muy bien y después se van por las ramas. En cambio, este texto no es la autobiografía desgarrada, ni narrativa, es sólo lo que me formó: los libros y las personas que me fueron indicando el camino, una serie de experiencias con escritores, pero también con miembros de mi familia y personas comunes”.
Sobre todo, reitera la escritora, en Rumbo al exilio final ‘‘están los libros que tiene una carga emocional y hasta simbólica para mí. Hay un río, un motivo que recorre este texto: el ánimo de agradecimiento. No sólo menciono los nombres de quienes me regalaron, por ejemplo, Rayuela, de Julio Cortázar, o las circunstancias, sino a mis editores (por supuesto a los de La Jornada, donde publico cada 15 días), a mis colegas escritores, y a los periodistas que han acompañado mi experiencia literaria”.
La literatura, añade Bárbara Jacobs, ‘‘es mi vida, la forma de comunicación indicada para mí. A los 16 años todavía pensaba ser bailarina, y me interesaba la medicina, pero un amigo que estudiaba en la universidad me invitó al anfiteatro a ver un cadáver, y lo que me impresionó fue la historia de esa persona: un joven en calidad de desconocido, nadie sabía qué le había pasado. Ahí me di cuenta de que lo que me interesaba eran las historias de la gente, el individuo, más que las sociedades, de cualquier clase, época o género”.
Dice que mantiene vital y fresca la intención por la escritura, ‘‘esa no se me agota. A estas alturas ya puedo decir que tengo práctica y estoy siempre dispuesta a sentir, oír, observar lo que me desate, desde artículos, hasta novelas y ensayos”.
La pasión por la escritura es patente en Jacobs desde los 12 años, cuando comenzó a escribir un diario que hoy mantiene. Es ahí donde resguarda una faceta aún desconocida para sus lectores: la poesía.
El impulso de Vicente Rojo
Fue el artista Vicente Rojo, pareja de Bárbara, quien desató en la escritora la poesía, como narra ella misma: ‘‘un día publicó una carpeta de grabados y me pidió escribir algo para cada uno. Escribí prosas, entonces él me dijo: ‘házmelos en poema’. Le respondí: ‘no, Vicente, en poesía no me meto. Me meto en la poesía en mis diarios, que están llenos de mis locuras, pero jamás en público’. Él dijo: ‘hazlo, inténtalo’. Y lo hice.
‘‘Me moría el día de la presentación, pues me pidió leer los poemas en público. Lo hice, estaba en el auditorio mi hermana que me aguantaba todo. Me aplaudieron, pero estaba nerviosísima. ¡Al final se me acercó la poeta Coral Bracho!, y me dijo que le habían gustado. En Rumbo... digo a Coral que jamás le he preguntado, ni le preguntaré, si fue en serio lo que me dijo.
‘‘La poesía, en mi literatura, es algo muy íntimo. Algún día me cacharán, pero hoy es una voz que se presenta y no me atrevo a asumirla porque he leído poca poesía.
‘‘Claro que tengo poetas favoritos y conozco a los clásicos. En La buena compañía hablo de Pablo Neruda, de Ida Vitale, pero quienes me hicieron captar el hálito poético fueron Bob Dylan y E.E. Cummings. Cuando los conocí, volví a leer a todos los demás y ya tenía el impulso, el espaldarazo de que entré por ellos dos, por sus vías nada convencionales, a la poesía. Es por eso que no me atrevo a mostrarla”, concluye la escritora.