ntre las películas que más destacaron en el Festival de Cine Internacional de Morelia en 2018, figuran títulos de ficción que señalaron vigorosamente la presencia femenina (La camarista, El ombligo de Guie’dani, Leona, Las niñas bien). Entre todos ellos cabe también señalar a Asfixia, segundo largometraje de Kenya Márquez, realizadora tapatía que hace siete años sorprendió con Fecha de caducidad (2012), su inquietante ópera prima. A pesar de su título sugerente, la cinta más reciente de la directora no insiste esta vez en un relato de realismo y humor tan negro como el de su filme anterior. Por el contrario, esta historia, con guion suyo y de Alfonso Suárez, se centra en el tema del racismo cotidiano –el que muchos practican y del que poco se habla– y en el lastre de la muy baja autoestima de dos de sus personajes centrales. De modo sorprendente, en esa barriada de la Ciudad de México en que transcurre la trama, en la que dominan la sordidez y la desesperanza, la realizadora se aventura a sugerir una visión luminosa de la naturaleza humana.
En la sencilla historia se entrecruzan la mezquindad moral y la solidaridad amistosa. Alma (Johana Fragoso), una mujer albina, acaba de salir de prisión luego de purgar una pena por robo y tráfico de medicamentos. Su interés principal es recuperar a Azul (Azul Magaña), su pequeña hija que quedó bajo la custodia de su pareja Bernie (Raúl Briones), un ser de pocos escrúpulos, en parte responsable de su encierro. Alma tiene como única amiga a Concha (Mónica del Carmen), dependiente de farmacia y nueva proveedora amorosa del traficante Bernie. La búsqueda frustrante de la niña será el asunto central del relato. Paralelamente, la cinta describe el infatigable padecimiento físico y moral de don Clemente (Enrique Arreola, estupendo), un hombre solitario incapaz de sobreponerse a la pérdida de sus seres queridos. La soledad y el abandono de su persona han desatado en él un cúmulo de obsesiones y el cultivo de toda suerte de enfermedades imaginarias, en especial una supuesta insuficiencia respiratoria (apnea autoinducida) que lo condena a vivir literalmente atado a una mascarilla de oxígeno. El título de la cinta alude a la vez a ese encierro asfixiante en que vive ese hombre hipocondriaco y al pesado trato discriminatorio que a diario padece Alma por su condición hereditaria de albinismo (una piel con escasa pigmentación expuesta a las laceraciones de los rayos solares).
Son pocas las ocasiones en que el cine mexicano ha descrito con tal precisión y en lenguaje tan crudo el bullying cotidiano, las burlas de que son objeto las minorías raciales en un país de etnicidad tan diversa como México. Tal vez la suerte de las personas albinas sea, al respecto, la menos conocida y la más incomprendida de todas. El personaje de Bernie concentra toda la carga de prepotencia de quien desprecia y teme al individuo que percibe como diferente, y de paso a la mujer en tanto ser inferior y amenaza potencial a sus propias prerrogativas viriles. Bernie se mofa inclementemente de la piel oscura de Concha, su amante en turno, y también de la muy vulnerable piel incolora de su ex pareja Alma, madre de su hija. (Quién te asustó? ¿Por qué tan pálida?
“Tu hija, lampareada igual que tú”, víctima de tu maldición hereditaria). Las lindezas verbales y la crueldad machista se ensañan todavía más con la mujer de rasgos indígenas (Mónica del Carmen, la formidable protagonista de Año bisiesto, Michael Rowe, 2010), que se desvive por él con una sumisión de mujer delirantemente enamorada. Es el desdén racista encaminado hacia una abierta violencia de género. En el fondo de esos retratos de seres vulnerables y golpeados (Alma, Clemente y Concha), hay la exploración compleja de una autoestima abismal capaz de incubar sórdidos rencores personales y desatar las peores calamidades colectivas.
Lo novedoso en Asfixia es su apuesta por transitar de esa desesperanza a un universo casi onírico de posibilidades liberadoras, transformando las lluvias torrenciales de una ciudad desoladora en el manantial purificador en que madre e hija resuelven, venturosamente, la fatalidad genética y la discriminación social. Una ilusión improbable, tal vez, pero sin duda el mejor revés moral para cualquier tentativa de asfixia.
Se exhibe en la sala 10 de la Cineteca Nacional a las 16:30 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1