uego, paraguas, banderas, cantos, cacerolas, chalecos amarillos. Las rebeliones ciudadanas de las últimas semanas esplenden en varios puntos del orbe, como una continuación de la disminuida resistencia popular en Francia, y aderezando la sacudida global que provocó Greta Thunberg, una adolescente, no un estadista, predicador o intelectual, sobre el cambio climático, y que generó que 7 millones de ciudadanos tomaran las calles para denunciar el cinismo de quienes dirigen el mundo. Volcados millones de seres humanos para expresar su desilusión y hartazgo, pero también su defensa por la vida, la dignidad y los derechos humanos, en Hong Kong, Líbano o Francia, en Cataluña, Ecuador, Irán o Chile, el fenómeno sugiere por lo menos tres cosas. Primero, la crisis de las instituciones políticas de la modernidad, es decir, la que acumula la democracia representativa, y con ello los partidos políticos y los estados. Segundo, los evidentes fallos en los mecanismos de sujeción ideológica del sistema, que ya no alcanzan a anestesiar con eficacia a los individuos. Si el consumo, el confort y la supuesta fe en el progreso actuaban como suavizantes o edulcorantes de la verdadera faz del sistema, las propias crisis económicas reducen sustancialmente sus efectos. Y tercero, el derrumbe del mito que pretendía ocultar y luego justificar el contubernio entre el Estado y el capital, esencia y presencia de los regímenes neoliberales y de las otras fórmulas aparentemente diferentes.
Estas tres situaciones no son, sin embargo, sino los síntomas de un proceso mayor: la crisis de la civilización moderna, industrial, tecnocrática, patriarcal y capitalista, donde una minoría de minorías explota por igual el trabajo de la naturaleza y de los seres humanos, una tesis que no dejamos de señalar y de argumentar desde hace dos décadas, y que aparece ampliamente desarrollada en nuestro último libro, Los civilizionarios: repensar la modernidad desde la ecología política (Juan Pablos Editores), de próxima aparición. Visualizar la crisis como civilizatoria, y ya no como la de un sistema económico o político, permite ponderar una dimensión completamente nueva del cambio o la emancipación social, porque obliga a revisar los métodos y enfoques del análisis y dota al analista de una perspectiva histórica de largo aliento.
Las rebeliones ciudadanas, que son multiclasistas y multisectoriales, van más allá de las insurrecciones anteriores, porque levantan por igual toda una gama de reivindicaciones que cuestionan de manera integral al orden prevaleciente o dominante. Obreros, empleados, comerciantes, clasemedieros, jóvenes, mujeres, indígenas, ambientalistas, iglesias, etcétera, por igual se unen en una andanada de protestas y demandas colectivas. Sobre todo logran nombrar a las cosas por su nombre. Estamos ante un panorama, ante una versión moderna de los sistemas de explotación que bajo diferentes matices han subsistido desde hace unos 4 mil años. Se trata de las versiones industrializadas, en la era digital o cibernética, de los mismos mecanismos de esclavitud en regímenes verticales, centralizados, despóticos y patriarcales.
Finalmente, no puede dejar de señalarse que estas rebeliones ciudadanas surgen a la par que aparecen nuevas contribuciones, editoriales o cinematográficas, del pensamiento crítico, amplificadas y extendidas por los sistemas de información y comunicación masivos. Alcanzo a registrar novedades decisivas, como el nuevo libro del economista francés Thomas Piketty, Capital e ideología, obra ambiciosa que desmonta el tema de la desigualdad social y denuncia el papel de las élites, además del de Amin Maalouf, escritor libanés, El naufragio de las civilizaciones. Para el campo latinoamericano en estos días se han publicado, el libro de Manuel Castells y Fernando Calderón La nueva América Latina que revisa el papel jugado por los regímenes neoliberales pero también neodesarrollistas de la región, así como el del venezolano Edgardo Lander, Crisis civilizatoria en una perspectiva muy similar a la nuestra. También deben señalarse series o películas que contribuyen a despertar la conciencia y que se encuentran muy a la mano. Sólo en Netflix el lector encuentra obras como Billions, Dirty Money o La lavandería, que develan con sumo detalle las prácticas despiadadas de la élite financiera que domina al mundo. En suma, que tras los inicios del caos, se descubren tomas masivas de conciencia social y ambiental, y nuevos avances en el pensamiento emancipador, que apuntan que seguimos avanzando a pesar de todo
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