Lunes 14 de octubre de 2019, p. a11
Así como las sombrererías Tardán de las calles del Centro de la Ciudad de México han desaparecido, así el cine inició su franca desaparición con el siglo XXI.
Los que lo saben no lo niegan y los que se aferran a negarlo tendrán que admitirlo tarde o temprano. Cuestión de adaptarse a ya no usar sombreros de calidad suprema.
El nuevo relevo para el registro de la imagen tenía, en un principio, la finalidad del espionaje visual y el de la delación política. Su registro era elemental y de muy poca calidad. Su uso reservado para el espionaje y otras actividades lejanas de la expresión y del arte.
A reserva de su futuro avance técnico y de los que le conferirán cartas de nobleza, el video y sus actuales creadores no han conseguido ser verdaderos autores de esta nueva imagen, que todavía no logra reproducir la exasperada mirada de Laureen Bacal ni los rostros de aquellos mineros de Qué verde era mi valle, ni mucho menos la verdad absoluta contenida en La fórmula secreta, de Rubén Gámez.
Lástima de las sombrererías y del séptimo arte.