De repente me convertí en una máquina de hacer dinero
Yo no sabía decir que no
, confesó El Príncipe de la Canción hace 21 años
En 1998, Elena Gallegos, actual Coordinadora de Información de La Jornada, entrevistó a José José. A continuación reproducimos aquella conversación.
Si yo hubiera dicho dos o cuatro veces no, cuántas cosas me hubiera ahorrado. Pero aquí está la voz. La voz ha sido... ¿por dónde empiezo? ¿Cómo darle gracias a esta garganta?, ¿con qué la pago? Pobrecita. Un día me puede salir con un ¡ya no... sácate! Muy pronto, Dios me va a dar la oportunidad de trabajar menos, indicó, durante una entrevista realizada con La Jornada, José José –quien aparece en la imagen inferior con una de sus parejas–, fallecido este sábado en Estados Unidos.Foto Fabrizio León
Domingo 29 de septiembre de 2019, p. 4
Los flashback se suceden: una suite de lujo en cualquier hotel –podía ser Madrid, Buenos Aires o Miami–. Sobre sofás y camas, los bohemios se inventan pretextos para los brindis. En mesitas y burós los ceniceros rebosan colillas. Un tufo a fiesta que lleva días impregna la atmósfera. En un rincón, cabizbajo, un hombre empequeñecido, con una mueca, apenas puede sostener el vaso.
La cúspide: es el cumpleaños del niño. En el jardín se amontonan las mesas. Más de 200 amiguitos llegan cargados de regalos para Pepito. Hay payasos, carruseles, globos, piñatas, pasteles, gorritos, espantasuegras y toneladas de dulces para todos. Chabelo y Cepillín forman parte del programa.
En un cuarto de hospital, algo más que un cuento para estremecer a las fans: ¡Hay que desconectarlo!
, ordena el tipo frente a un médico que se resiste y advierte ¡lo van a matar así!
Compungida, una enfermera arranca el esparadrapo y saca la venoclisis. El suero deja de fluir.
Al hombre de la mueca lo sacan de la camilla. Trémulo, casi no se puede mantener de pie. Suda profusamente. Un temblor le sacude el cuerpo. Vive por enésima ocasión el comienzo del síndrome de abstinencia. Pero su mánager sabe que bastarán unos tragos para que esté como nuevo y le cumpla al público que ya agotó las entradas.
Víctima de su propia fragilidad y de una industria en la que no hay treguas y que te exprime hasta la última gota mientras representas un buen business, José José –el mismísimo Príncipe de la Canción– le vino como anillo al dedo a quienes andaban por ahí rumiando amores mal correspondidos.
Dueño –publicitaban sus vendedores– de un fino color de voz, pronto se convirtió en ídolo (apenas iba a cumplir 22 años) y su mayor éxito terminó marcándolo: El triste.
Sus discos han vendido 36 millones de copias. Un intérprete como él recibe, en promedio, un dólar por copia. Pero José no posee nada: o lo perdió por ahí o se lo quitaron. De hecho, necesitaría ofrecer espectáculos diarios durante dos años para salvar deudas y hacer –¡qué tal!
– sólo lo que le gusta.
Detrás de un escritorio, en un reducido despacho que se encuentra en la planta baja de una casa que renta en San Jerónimo (la mayor parte del tiempo la pasa en Miami) un tapete de yute medio deslavado recibe a los visitantes con un Bienvenidos. José José
.
Éste inicia la conversación:
–¿Toman algo..? A ver unos cafecitos –ordena, se acoda en el escritorio y se mete al tema que más le apasiona: el de su propia vida (las revistas del corazón y algunos locutores metidos a protectores de estrellas lo han manido hasta el cansancio).
“Yo no sabía decir que no, apenas estoy aprendiendo. Eso me lastimó mucho ¡muuucho! Y es que uno nace con ciertas disposiciones. Mi mamá, doña Margarita, es igual. Todavía no puede decir que no a nada y tiene 77 años. Te llega el éxito y te encuentras personajes en el ambiente de más edad que tú que comienzan manejándote la carrera y terminan controlándote la vida.
“Te hablo concretamente de las personas que son tus mánagers. Yo acababa de cumplir los 22 cuando llegaron La nave del olvido y El triste. No tenía ni idea de lo que era eso. Entonces, te suben, te bajan, te duermen, te sacan, te meten. No hay opción de nada. A todo te contestan con un ‘la carrera es primero’. Ni siquiera casado tienes la oportunidad...”
Biiip... biiip, inesperadamente la contestadora empieza a escupir mensajes. El cantante se interrumpe. Maniobra. Una gruesa cadena de oro le cuelga de la muñeca. A buena hora empezó esta cosa... permíteme
.
A pesar de todo –y sumado a sus 50 años– no se le ve tan mal como se especula. Está excedido de peso. Renquea. Por momentos un tic le cruza el rostro y se lo descompone.
Con soltura, sin perder la sonrisa (cosas del star system), cuenta de sus infiernos como si quien los hubiera vivido fuera otra persona. Sólo por instantes pierde el dominio, se cubre el rostro con ambas manos y ahoga los sollozos. Entonces la voz se le convierte en un delgado hilito.
“¿Las parejas? Las parejas a veces te manipulan igual. Para seguir viviendo bien, tienes que seguir trabajando a mil sin importar si estás o no en primer lugar, ¿me explico?, porque la gente cree que el éxito es estar sentado en la playa con tu botella de champaña. Nooo’mbre.
“Te digo, acostumbras a la familia a unas vacacionsotas gigantes, boletos de avión, los mejores hoteles, compras... y de repente, ya nomás eres una máquina de hacer dinero. Grabas cada año. Los empresarios ganan, yo gano. Todos ganamos.
“Y ¿qué pasó con el dinero que me gané toda la vida? Pues supuse que me lo estaban cuidando. Yo no tenía tiempo. Siempre hubo alguien que lo manejaba y de todos esos alguiens resulta que nadie cuidó nada. Que tu dijeras ‘aquí te guardamos esto, José, para cuando tengas un problema, para cuando te enfermes de alcoholismo’, como me enfermé...”
Pobre tonto, ingenuo, charlatán...
“Siempre tuve razones para estar triste. Mi papá murió alcohólico a los 45 años. Era cantante de ópera. Soñó con llegar a la Scala de Milán, pero nunca lo consiguió. Una vez estuvo a punto, no se pudo y se amargó muchísimo. Con todo su talento se malogró y nos hizo la vida muy difícil. Él había estado en el Ejército. Era duro, castrante. Yo nací con el carácter de mi madre. Ella es muy dulce. Yo, débil. Ella siempre decía que sí a todo lo que dijera mi papá porque antes así se usaba: lo que ordenara el señor de la casa.
“Sí, mi papá nos maltrataba a todos. ¿Niño golpeado? No del todo, pero cómo no, papá llegó a pegarme y eso lo recuerdo. Su neurosis y su alcoholismo nos hicieron que desarrolláramos pánico. Crecí entre regaños y gritos. Viví aterrorizado.
“De todos modos, fui un niño de dieces. Estudié prepri, primaria y secundaria en el Instituto Estado de México, allá en Clavería. Llegué a tener el banderín del más aplicado. Claro, se me daba mucho lo de historia y geografía. Me encantaba la biología; eso de los protozoarios me lo sabía de memoria. Para las matemáticas fui machetero.
“No, no era un niño soñador. Alguna vez quise ser piloto para andar en los aviones. Alcancé a estudiar un año de mecánica de aviación, pero se arruinó. Tuve que andar buscándome la vida desde muy chiquito. Ahora no sabes lo que disfruto volar.
“A mí me dio mucha tristeza ver todo lo que le ocurría a mi padre y a nosotros. Un niño cuando vive así no para de preguntarse ‘¿por qué a mí? ¿por qué no fui niño normal?’ No podíamos salir a la calle, no podíamos tener amigos. En marzo de 63 mi papá se fue de la casa. Yo estudiaba secundaria y empecé a llevar serenatas para ayudar a mi madre. Estaba re’chamaco, así que todos me veían la cara. Muchas veces ni me pagaban.
“Nunca pensé que los noviazgos fracasados me fueran también a afectar tanto. He sido un eterno enamorado del amor. Tuve uno más o menos en serio a los 19 años. Ella se llamaba Lucero. Era una muchacha muy fina, muy bonita y se me vino el mundo encima porque un día decidió no volver conmigo. Su abandono me metió en una tristeza que me duró dos años. Imagínate, las canciones que me llegaron como Pero te extraño ¡eran ¡biográficas!, ¡perfectas! para expresar lo que andaba yo cargando adentro.
“Con mi primer disco (El mundo) no pasó nada. Me fui entonces con los PEG (Pepe, Enrique y Gilberto). Los tres cuates éramos de Clavería. Tocaba yo guitarra, y el bajo eléctrico sólo de oído, porque mi papá nunca me dejó estudiar música. Estuve en el PlaySolei que era el centro del rock en México. Ahí cantaba Johnny Laboriel.
“Fíjate lo que son las cosas. Un día llevé serenata a la casa de un amigo. Era el cumpleaños de su hermana. Esta señorita era la secretaria ejecutiva de Jorge Audifred, en aquel entonces gerente de Orfeón en México. Me invitó a hacer una prueba de grabación y me contrataron. Así debuté en el programa, ¿te acuerdas?, Orfeón a Go-gó. Se presentaban lo mismo César Costa que Julissa. Lucía Guilmain y otras muchachas aparecían colgadas en jaulas con sus minis y todo.
“También fui a los sorteos de los periódicos que rifaban casas. Sí, en los que salían los gritones de la Lotería. Era un incipiente baladista y ya conocía a Pedro Vargas, Lola Beltrán, Miguel Aceves Mejía, Imelda Miller, María Victoria. ¡Unos monstruos!
“Mi mamá fue la que me convenció de que me metiera otra vez de solista. ‘¿Pa’ qué?’, le dije y ella me contestó: ‘Ya estás cantando muy bien, hijito’. Dejé a los PEG y volví a probar. Vino Sólo una mujer y tampoco pasó nada. Híjole, pero que llega La nave del olvido ¡un hitaaazo! La salvación. Eso fue en diciembre de 69. Tres meses después me dieron El triste. Ya tenía yo dos canciones ¡enooormes! Me llovieron discos de oro. Hasta programa de radio en Japón tenía. ¡Hazme el favor!
Cuidado... muuucho cuidado
“Empecé a beber desde muy joven... ¿El éxito? No, no fue el éxito. Con mis amigos de Clavería, la copa fue siempre bonita, ¡muy hermosa! Un 10 de mayo llevé 21 serenatas de seis canciones cada una a las mamás de mis cuates. Nos tomábamos unos rones. Nadie te decía que tú eras un vicioso. Las mamás nos dejaban beber en la casa porque éramos jóvenes normales, sanos. Mi copa de dolor comenzó con Lucero.
“En 68 conocí a Pepe Jara, mi maestro de maestros. Lo he admirado siempre. Fui su bajista. También alcancé a conocer al maestro (Álvaro) Carrillo (José José protagonizó la película que cuenta la vida del compositor). En la bohemia hay mucha solidaridad. Me fui llenando de muchas cosas, hasta del dolor de otra gente. Piensa nomás en lo que tienes que vivir para escribir Cancionero... ‘si la ves, cancionero... (canta quedito)’. Mira cómo se me enchina la piel. Me llegan a ese nivel las cosas.
Un mundo ajeno
“Luego me casé con la señora Herrera (Kiki Herrera Calles, nieta de Plutarco Elías Calles, quien ya cuarentona quiso convertirse en cantante y llegó a presentarse en desplumaderos de la Zona Rosa. Su muerte fue trágica). ¡Yo era ¡muy ingenuo e ignorante! Entonces me manejaban la vida como querían.
“No la dejaban acompañarme a las giras porque ¿qué iban a decir mis admiradoras? Ella me llevaba 20 años. La verdad es que estar con esa mujer de la alta sociedad no fue más que un cambio de borrachos, ¿me explico?: de los compas de Clavería a los ricos y los políticos de Las Lomas. Un día desperté con una cruda espantosa en su casa y me dije: ‘¿qué hago aquí si yo no pertenezco a este lugar?’, y me fui. Claro, también hubo uso y traiciones. Yo andaba buscando el apoyo de la mujer y fíjate...
“Sufrí un paro respiratorio en 1972 y los amigos, los que andaban conmigo de fiesta, nunca aparecieron. Me dejaron solo. La única que estaba ahí era mi mamá. Salí del hospital nomás con lo que llevaba puesto.
“Y otra vez viene la búsqueda del apoyo femenino en Anel (Ana Elena Noreña, su segunda esposa, actriz, que tuvo sus cinco minutos de fortuna como comediante en un programa de Raúl Astor, La cosquilla).
“Logramos formar una familia. Me empiezo a recuperar de la enfermedad porque cuando iba a nacer Pepe, Anel me preguntó: ‘¿Qué va a pasar? ¿Te vas a componer o nos vamos a morir todos detrás de ti con la botella a media calle? Tú decide’.
“Yo bebía muy fuerte: 24 horas del día. Hasta tres botellas. Al principio, la cubita libre. Con dinero, pues ya fueron whisky y coñac. Afortunadamente, Pepe nació bien. Yo tenía un miedo... Vino el exitaaazo: Gavilán o paloma. Tajante. ¡Zas! Enseguida Volcán y lueguito Ya lo pasado, pasado. Uno tras otro. De 77 a 87 desaparecí de la casa. No vi a mis hijos. Ganamos ¡millooones y millooones de dólares! y seguí bebiendo.
“Ya no regresé a la casa nunca. En 87 sólo volví, para terminar el matrimonio. Ya no conocía a la familia. La carrera me la había destrozado. Cuando mi familia administró el dinero (el hermano de Anel fue su mánager) me fue re’mal. Nunca me quedaba nada. Después me lo manejaron los amigos de la infancia y fue ¡mucho peor! Todos se creían con el derecho de despacharse con la cuchara grande. Me traicionaron. Quedaba el trago...”
Hasta la golondrina emigró
“Uf, cuando ya no tienes cómo defenderte de la enfermedad es porque ya estás en el suelo. A mí me desintoxicaban, me desinflamaban, me lavaban. Pero yo no resolvía lo que me hacía beber. ¿Te acuerdas de aquella famosa frase de Ortega y Gasset, esa de ‘el hombre y sus circunstancias’?, pues así yo. Estaba enfermo del alma.
“A cada rato iba al hospital. No me daban tiempo de recuperarme porque ya les andaba para que siguiera trabajando. Mi cuñado me iba a sacar para los compromisos, porque yo siempre los cumplía, enfermo, bien, mal, como fuera.
“Te digo... No sabía decir que no. No me pude defender en el proceso de divorcio. Al terminar supe lo que pasó: ya no tenía familia, ni casa, ni automóvil, ni cuenta en el banco... ¡Nada! Y los cuates, todos aquellos cuates con los que pasé años en un cuarto de hotel festejando, ya no estaban. Sólo unos cuantos: Antonio Benhumea, Cuauhtémoc Sánchez y Marco Antonio Romo.
“Ricardo Rocha y Tina Galindo también me buscaron. Me pidieron que me curara. Me ofrecieron ayuda. Yo ya no veía a mis hijos. No me dejaban. Ni a Pepe ni a Marisol. Entré en una depresión que para qué te cuento. ¿Tienes idea de lo que es despertar de una borrachera de tres años y decir, ‘¡ya la embarré otra vez!’?
“Me llevaron a Minesota. Allá me estaba esperando Antonio Galindo Ochoa. Duré 32 días en una clínica, y en 32 días, vieja, me cambiaron la vida. Ya había afectado mi carrera. Porque si yo me hubiera enfermado de otra cosa, como de cáncer, pues hubiera sido distinto. Como (José) Carreras. Híjole, que a toda madre. Pero yo era un borracho perdido. Imagínate si me muero de eso. Qué estigma les hubiera dejado a mis hijos. Ahora les digo: ‘aguas, ustedes son high risk’.
“Tengo cua-tro-a-ños-y-o-cho-me-ses sobrio. ¡Sobrio! Y traigo un ángel detrás. Es Sara, mi esposa. Hasta nos llegó la enana (la pequeña Sarita). Ella fue la única que me dio la mano cuando empecé a recuperarme. Me llevó a su casa. Yo ya estaba otra vez, la tercera, sin quinto. Su familia la regañó: ‘¡¿Cómo te atreves a meter a tu casa al vicioso número uno del continente?!’ Ella aguantó y aquí estamos.
“Si yo hubiera dicho dos que cuatro nooos, cuántas cosas me hubiera ahorrado. Pero aquí está la voz. La voz ha sido... ¿por dónde empiezo? ¿Cómo darle gracias yo a esta garganta?, ¿con qué la pago? De todos modos hay que dejarla descansar más. No le voy a hacer lo que me hicieron a mí. Pobrecita. Un día me puede salir con un ¡ya no... sácate! Muy pronto Dios me va a dar la oportunidad de trabajar menos.
“Por ahora tengo que pagarle a Hacienda, pagar muchas cosas que dejaron pendientes los que me traicionaron... Están mis hijos, mi madre... Yo creo que máximo en dos años estoy en posibilidad de descansar. Uuyyy, porque perdí millones y millones, ¿me explico?
“Con todo, siempre me ha sonreído la suerte. Y cómo no decir eso si los soportes de mi discografía han sido Rafael Pérez Botija, Manzanero, Gil Rivera y tantos y tantos. Por eso yo digo que a ese viejo-joven que es Luis Miguel le debemos que se esté rehabilitando la buena música, porque ahí están las canciones de Lara, Curiel, Vicente Garrido y... ¡José Alfredo! de él seguimos viviendo todos.
“Te va a sonar gastado, pero no... no me arrepiento de nada.
Lo sé, lo sé, la piel no miente...