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“Leer no quita lo hijo’eputa”, señala Gustavo Rodríguez

El escritor peruano presentó en México su novela Madrugada

 
Periódico La Jornada
Domingo 1º de septiembre de 2019, p. 4

Creer que la literatura ayuda a resolver los problemas “es exigir una utopía; creo que nos ayuda a entender. Si fuera cierto que la literatura salva, eso implicaría que la gente culta no fuera hija’eputa y no es así”, señaló el escritor peruano Gustavo Rodríguez.

“Hay gente muy leída que es perfectamente hija’eputa: eso ya tira por los suelos esa presunción de que la literatura puede cambiar vidas, así de manera monumental. Puede tocar sensibilidades, ponerte en los zapatos de otro, y eso ayuda, pero el proceso es mucho más profundo que solamente leer, interpretar y procesar”, expresa en entrevista a propósito de su nueva novela, Madrugada, que publica la editorial Alfaguara.

Madrugada es la historia de Trinidad, una mujer de 30 años que busca a su padre, Danny de los Ríos. Ambos son sobrevivientes: ella de una sociedad que menosprecia a la mujer y que aún tiene que librar una batalla, y es por la que busca a su padre: para lograr que él le done un riñón. Danny es un hombre que sueña con la fama: es cantante y para sobrevivir imita a los Bee Gees. De hecho, la novela en un principio se iba a llamar Stayin’ alive. El contexto de la historia es la sociedad machista y racista peruana, gemela de la mexicana.

Hoy en Perú se escribe “de todo un poco. Tiene que ver con muchos intereses, mucha diversidad y preocupaciones, pero se puede identificar varios temas que están flotando: uno es revisar la etapa de violencia política que tuvimos en los años 80 y 90. Se escribe sobre eso y también sobre la ausencia del padre, o en todo caso la llamada literatura del padre.

“Se está escribiendo con preocupación sobre la violencia contra la mujer. Es un tema que está flotando ahí, y (hay) cosas tan eclécticas, como por ejemplo algunos novelistas que son académicos y trabajan en universidades de fuera del Perú, como en Estados Unidos, también unen la academia con preocupaciones particulares.

“Acaba de salir en Lima una novela de Francisco Ángeles, que se llama Adiós a la Revolución y se mueve entre Filadelfia, Nueva York y Chiapas. ¿Te das cuenta? Un peruano escribiendo de todo eso, lo que da idea de lo vital, lo diversa que está la narrativa. Ya no voy a hablar de la poesía, que es otro mundo”.

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▲ El autor peruano Gustavo Rodríguez en la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica.Foto Roberto García

Madrugada se inserta en la narrativa peruana mediante “varias preocupaciones: una, la ausencia del padre, porque es la historia de una heroína que busca al suyo funcionalmente para que le salve la vida, pero a nivel simbólico busca al padre desde que nació.

Por otro lado, la violencia contra la mujer está presente en esa novela, y el racismo que hay en nuestra sociedad. Esos son los tres grandes temas, expuestos de manera muy cruel, pero que si no los hubiera tratado con humor y ternura a veces, habría sido inviable leerla.

–Son temas que unen a las sociedades latinoamericanas y que nos identifican como una comunidad paradójica...

–Una sociedad violenta, paradójica. Como peruanos nos identificamos mucho con lo que ocurre en México. Los miramos como hermanos mayores, y cuando me hacen las preguntas sobre la novela en México, siento que estoy hablando de lo que pasa en mi país, y veo de qué manera somos países tan ricos culturalmente, tan poderosos culturalmente, tan amables. ¿Cómo es que una sociedad capaz de producir eso es capaz de producir también tanta violencia? Eso es lo paradójico de lo que convive en nuestra sociedad y es lo que he querido abordar en la novela sin darme cuenta.

–¿Le damos demasiada responsabilidad a la literatura como factor de cambio?

–Es verdad, empezando porque los escritores nos solemos creer más importantes de lo que somos. Más importante que un escritor es un médico que trata cáncer, que salva vidas, obviamente. Pero sí, tiene que ver con que la literatura carga con esta tradición por la cual hace miles de años los portadores de la palabra escrita eran los sabios, los encargados de resguardarla, pero en esta época –en la que ya prácticamente lo que existe es analfabetismo funcional y cualquier persona es capaz de generar contenidos– pone en entredicho eso”.