Los creadores chicanos entendimos que nuestra pintura debía servir para forjar una conciencia nueva, explica en entrevista con La Jornada
Martes 13 de agosto de 2019, p. 4
‘‘Mi arte ha sido siempre de protesta”, sentencia Malaquías Montoya del otro lado del teléfono, con la voz fuerte y clara de un joven, que hace difícil imaginar su edad: 80 años.
‘‘Se nutre –añade– de las noticias cotidianas que utilizo para comentar gráficamente con la gente que no las entiende. Mi compromiso como artista es intentar explicárselos, pero sobre todo mostrarles quiénes son los responsables de los ma-les del mundo.”
Pionero y protagonista del arte chicano
El cartel es la segunda piel de Malaquías, pionero y protagonista del arte chicano, quien ha denunciado a lo largo de 50 años la injusticia y el racismo de los que son víctimas no sólo los migrantes, sino los de abajo del mundo, habiéndose solidarizado con los movimientos antidiscriminatorios de la izquierda internacional desde los años 60 del siglo pasado.
Malaquías, nacido en Alburquerque, creció en una familia de origen mexicano de siete hermanos y de padres analfabetas, que trabajaban en la cosecha de uva en el valle central de California, región donde se desató la famosa huelga quinquenal de los recolectores de ese fruto en Delano, dando origen en 1965 al movimiento chicano en el que el arte en particular hace medio siglo con El Plan Espiritual de Aztlán (1969), asumiría un papel central.
Estudió en la Universidad de California en Berkeley, donde impartió clases y fue profesor emérito, como también en otras instituciones de enseñanza.
Formó parte de uno de los primeros grupos de arte chicano, el Mexican American Liberation Art Front (MALAF, 1968-1970), junto con Manuel Hernandez, Esteban Villa y Rene Yañez. Ellos miraron el ejemplo de la Revolución Mexicana como levantamiento popular por la libertad y un arte pensado ‘‘para el pueblo y no para pocos”.
Desde entonces y hasta la fecha no ha dejado de hacer un trabajo colectivo en su taller y mantiene el principio, como afirma en la entrevista, que ‘‘las galerías deben salir a las calles, estar en el barrio y entre la comunidad. Casi toda mi obra se muestra a través de carteles en las escuelas secundarias, en los hospitales, en las oficinas públicas, es decir, entre un público que difícilmente asiste a los museos. Cuando he expuesto en esos recintos y galerías la función de mi trabajo ha consistido en crear conciencia entre los que tienen el poder de cambiar las cosas”.
Beligerancia artística y voz a los oprimidos
Malaquías Montoya es uno de los escasos artistas chicanos que mantienen la ‘‘beligerancia” artística sin concesiones, gracias a que no ha tenido que vivir de su arte evitando con ello plegarse al mercado. Su obra ha dado siempre voz a los oprimidos. ‘‘Me han acusado de que mi arte es de propaganda, pero creo que toda la historia del arte desde su origen ha sido tal. La diferencia es que he escogido hablarles a los que sufren y no a los poderosos.”
Como todos los artistas chicanos, Montoya se ha inspirado en los muralistas mexicanos, en particular en ‘‘Posada y Siqueiros y los carteles del Taller de Gráfica Popular”, según afirma. ‘‘Lo que miramos de ellos fue el contenido de su obra más que su estilo. Nuestra formación artística en Estados Unidos nos obligaba a observar los modelos europeos, pero los chicanos nos sentíamos diferentes y queríamos deslindarnos de los anglosajones. Entendimos que nuestra pintura debía servir para levantar una conciencia nueva. Nuestras raíces no estaban en Europa, sino en México.
‘‘Yo quería mostrar a mis padres pizcando algodón, los queríaengrandecer en su labor pero no me lo permitían. No fue una conclusión espontánea sino un descubrimiento que nos otorgó la identidadque habíamos perdido. Comenzamos a viajar a México en los años 60 y mirar la obra de los muralis-tas. Ello nos dio el derecho de hacer un arte que hablara de las condi-ciones en las que vivíamos losmexicanos.”
El quehacer de Montoya se ha alimentado y desarrollado en la frontera, donde él, sus estudiantes y la comunidad chicana siguen apoyando a nuevos migrantes. La zona ha inspirado algunas de sus serigrafías más conocidas dedicadas al tema, como Undocumented (1981), The Immigrant’s Dream: The American Response (1984), Yo vengo del otro lado (1994), Incidente en la frontera (1994) y La cruzada (1994).
‘‘¿Me pregunta usted qué pienso de Trump? (risas) ¡Mire mis carteles!”, concluye.