Marca el final de una investigación de 10 años, refiere el teórico y pintor
Martes 9 de julio de 2019, p. 5
El pintor Arturo Rodríguez Döring ha realizado una serie ‘‘muy guatemalteca” de cuadros para El lago de los colores, exposición de 14 pinturas que aloja el Museo de Arte Popular.
‘‘Guatemalteca” porque como soporte de sus pinturas utilizó textiles bordados industriales adquiridos en los mercados de ese país centroamericano, sobre los que pintó un paisaje local –el volcán de San Pedro, desde la orilla de Panajachel, con vista al lago Atitlán– y, en primer plano, basura allí dejada después de un fin de semana de intensa afluencia de turistas.
Los desperdicios dan nombre a los cuadros Marzo, 6 am: Vaso aplastado con arena, Abril 10 am: Corcholata oxidada, Otro atardecer: Tenedor con algas, Mañana soleada: Tarjeta postal; piña colada y Caca de perro. Algunos títulos son menos directos: 5:30 am: 160 dientes de plástico es un peine, mientras Abril 12 am: Huella humana es una chancla de plástico, Hacia las 2 de la tarde: Reflejos en el caucho, una llanta, e Invierno 4 pm: Pescado muerto, un pañal sucio.
Los cielos –algunos sicodélicos– obedecen a momentos del día. Poner la hora al que se remite el cuadro ‘‘tiene mucho que ver con algunos pintores del pasado; inevitablemente Claude Monet con su serie de catedrales pintadas a distintas horas del día y en diferentes épocas del año”, explica Rodrí-guez Döring en entrevista conLa Jornada.
Ejercicio formal en múltiples sentidos
El artista y teórico no pretende decir que la basura es hermosa, aunque recuerda que desde los años 60 del siglo pasado con la irrupción del pop art, ‘‘los productos de consumo se convierten en nuestras naturalezas muertas, queramos o no”. No es la primera vez que Rodríguez Döring pinta basura. ‘‘Al principio de mi carrera, quizá sí como denuncia, empecé a hacer tiraderos de basura y cosas que veía continuamente en nuestro país que, por fortuna, han disminuido aunque la contaminación aún es un tema”.
El lago de los colores es un ejercicio formal en todos los sentidos. Con esta serie el artista concluye una investigación alrededor del color que comenzó hace una década. Lo formal, apunta, tiene dos vertientes: por un lado, el paisaje típico de la localidad con el volcán que es familiar a todos los guatemaltecos, y, por el otro, la basura local. Sin embargo, hay otra cuestión que tiene que ver con la historia de la pintura.
Preocupado por la representación del espacio
Rodríguez Döring detalla: “En una pintura de dos dimensiones puedes crear la sensación de tres o cuatro más, como intentaron algunos artistas de principios del siglo XX. En esta serie tenemos un fondo, que es el cielo, un segundo plano, el volcán, luego un lago y la basura en primerísimo plano. Sin embargo, detrás de todo, o enfrente de todo, viene la textura de los textiles’’.
Cuando el entrevistado descubrió que podía pintar sobre los textiles bordados, ‘‘se logró una nueva dimensión que está muy presente. Es un trabajo muy formal de algo que me preocupa como teórico y artista: la representación del espacio”.
La curiosidad de utilizar textiles bordados en vez de lienzos se remonta a casi 20 años: ‘‘Pinto con tan poca materia que las imperfecciones de las telas me molestaban mucho. Dije: ‘sería interesante sacar provecho de esos nudos’.
‘‘En 2009 fui invitado a dar un curso en esa capital y recorrí los mercados; traje muchos textiles, luego hice muchos experimentos. Los textiles de menor calidad, hechos a máquina, son los que más se prestaban para un proyecto como éste porque la urdimbre es más pareja”.
Trabajar las primeras telas fue complicado. ‘‘Todo se hizo con recetas tradicionales del arte occidental, cola de conejo, blanco de España, siguiendo los manuales. Hicimos muchos experimentos con báscula, todo muy preciso. De repente el clima no nos favorecía, se secaban muy rápido, se cuarteaban, salían burbujitas. Finalmente encontramos un gesso adecuado”.
Como los colores utilizados en los textiles bordados industriales son sintéticos, había que cubrirlos de blanco porque algunos tonos intensos como los rosas vuelven a salir, no se dejan opacar. Nos cuidamos de no usar demasiada pintura para no bloquearlos. Están pintados al óleo, con detalles en acuarela. La capa final de barniz hace que resalte el entramado de las telas”.
La exposición El lago de los colores, en el Museo de Arte Popular (Revillagigedo 11, Centro), concluirá el 21 de julio.