Triste destino
oldavia, uno de los países más pobres de la antigua Unión Soviética –y por su ubicación geográfica, de Europa–, cuyos habitantes sobreviven con las remesas que mandan sus trabajadores, con o sin papeles, tanto de Rusia como de la Unión Europea, tiene por fin nuevo gobierno, después de tres meses de infructuosos intentos de formar la requerida coalición mayoritaria en el Parlamento.
Cuando la cuerda se tensó al máximo, el desenlace a esta crisis política surgió de una extraña fórmula de compromiso como parece ser la alianza coyuntural de un partido centrista pro europeo con el partido socialista abiertamente pro ruso.
El pacto, que mantiene a Igor Dodon como presidente y otorga a Maia Sandu el cargo de primera ministra, pone fin a la dualidad de poder que se instauró, desde el 8 de junio anterior, cuando la Corte Constitucional decidió disolver el Parlamento, convocó a legislativas anticipadas y transfirió las facultades presidenciales de Dodon al primer ministro, entonces Pavel Filip, líder del partido democrático, financiado y de hecho manejado por el magnate Vladimir Plahotniuc, uno de los hombres más ricos de Moldavia.
Ante la insostenible situación, los principales apoyos externos de las partes enfrentadas –Rusia, por un lado, y por el otro, la Unión Europea y sobre todo Estados Unidos que influye de manera determinante sobre el partido democrático– coincidieron (o al menos no se opusieron) en aceptar que se aliaran los antiguos rivales Dodon y Sandu, desplazando al grupo de Filip, antes mayoritario, a un inédito papel como oposición.
El día que el embajador de Estados Unidos comunicó a Filip que ya no podría contar más con el respaldo de Washington, Plahotniuc –el gran perdedor de esta confrontación por el poder político y económico– voló en su avión privado a Suiza, dando con su huida la señal para el repentino éxodo de dirigentes del partido democrático hacia diferentes destinos en Europa.
Para la mayoría no privilegiada de los moldavos –cuyo presupuesto de ingresos no llega si quiera al equivalente de mil pesos por mes–, nada va a cambiar con las componendas de la élite política, donde unos seguirán coqueteando con Bruselas y otros con Moscú, mientras sus familiares se rompen la espalda para que con sus remesas puedan comer algo. Triste destino, el moldavo.