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Manuel Azaña se refugió y murió en México
C

abe felicitar a Laura Moreno Rodríguez, nueva directora del Acervo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores, por sus buenos deseos (Proceso 2224). Esperemos hacerlo también dentro de unos años, por sus realizaciones.

Es muy loable favorecer estudios de tantos exilios habidos en México antes de que, los últimos tres presidentes y casi todos sus cancilleres, aniquilaran el prestigio que tuvo otrora la política exterior mexicana, repudiada solamente por los gobiernos totalitarios que dieron lugar precisamente a la huida y asilo en nuestro país de tantos seres humanos de verdadera vocación democrática.

La lista es larga, pero en estos días se subraya a unos 50 mil españoles y españolas de todas edades, que comenzaron a venir precisamente hace 80 años.

Se insiste en que México tiene mucho que agradecerles, es cierto, pero a veces parece perderse de vista que nuestro país les ofreció algo quizá más valioso: la vida y la manera de ganársela decorosamente, de acuerdo con su particular vocación.

También se repite que desde la Presidencia Lázaro Cárdenas les abrió las puertas, pero no se dice que Manuel Ávila Camacho las mantuvo así y que, durante el gobierno de éste vinieron más refugiados que en el de su antecesor. Se olvida que, además de franquear el paso, los diplomáticos mexicanos se la rifaron en Francia y Portugal para arreglar su traslado a México sanos. Es decir, fueron por ellos y, para cumplir con su cometido, de paso salvaron de una manera o de otra, más de 100 mil vidas.

(¡Que no se alebresten los detractores! Cuando digo que la mula es parda es por algo… no de balde fui durante ocho años director general de los Archivos y también de las Bibliotecas y de las Publicaciones de Tlatelolco)

Entre otros casos, en dicho repositorio hay pruebas contundentes de que Manuel Azaña, quien había sido presidente de la República Española, se alojó a partir del 15 de septiembre de 1940 en una extensión de la embajada de México, asentada en un hotel de Montauban, con derecho a usar bandera, aclara el embajador Luis I. Rodríguez Taboada, y en ella murió la madrugada del día 4 de noviembre. Como lo escribió clarito mi amigo Luis Dantón Rodríguez, hijo de Luis: Azaña murió en México (cfr. Istor [73] verano de 2018)

Lo curioso es que todas las biografías de Azaña que he consultado se hacen mages con el hecho, lo mismo que con el sepelio encabezado por una barrera de funcionarios mexicanos portando cada quien una banderita tricolor: al tiempo que otra cubría el féretro y había estado en el balcón de su cuarto en el Hotel du Midi. La misma que después quedaría para siempre sobre el cuerpo del difunto.

La autoridad francesa primero amenazó con desbaratar el cortejo, pero se rajó ante la presencia de los mexicanos casi casi al grito de guerra pero logró evitar la presencia a la vista de la bandera republicana española, misma que se plegó dentro del féretro y, ya en el cementerio, se le entregó a Rodríguez.

Cabe agregar que cuando Azaña fue llevado al hotel-embajada, siete semanas antes, tres esbirros españoles trataron de secuestrarlo y Rodríguez, junto con el capitán Antonio Haro Oliva, pistola en mano, los hicieron correr como ratas, y a medianoche, aun estando en paños menores, el oficial mexicano repelió otro intento avalado por su gorra de capitán y su reglamentaria de 45mm.