Recuerdos // Empresarios (CVI)
azón tenía… En la anterior entrega, capítulo 105, rememoraba La diosa rubia del toreo que al grupo aquel de Guadalajara le bastaba con su juventud, y por suerte para ella la empresa de la plaza de toros de Guadalajara era la más amable del mundo. En ella, escribiría más tarde, teníamos todas las facilidades, desde la de torear cuando quería hasta el coche de uno de los socios, Nacho García Aceves, a nuestras órdenes. Nacho, además de buen amigo, era un magnífico compañero para la cacería, deporte que le apasionaba. Con él y Laura, su mujer y el pequeño Ñachis, salíamos de cacería al caer la tarde. Regresábamos escasos minutos después con un buen ramillete de tórtolas, arrebatadas al sonrosado cielo tapatío.
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“Mi único ahijado taurino, Luis Briones, lo vino a ser porque una tarde, en un pueblo, le vi un detalle de mucha clase. El muchacho era pobre y su traje de luces era un apagón. Le dejaron hacer un quite –era el sobresaliente de la novillada– y al rematar, el novillo se le echó encima. Pues Luis Briones –que desde ese momento mereció la alternativa ante mis ojos–, en vez de huir o descomponerse, aprovechó la repentina embestida del astado y soltando una punta del capote, salió limpiamente del compromiso con una rebolera de postín. Me recordó, en ese momento, la única figura del toreo que había visto salir tan bellamente de un apuro: Victoriano de la Serna, cuando su primera temporada en Lima. Nacho García Aceves me quiso escuchar cuando, encantada, le conté lo visto y presentó a mi ahijado en su plaza. Esa temporada Luis Briones tomaba la alternativa en El Toreo y me brindaba por la radio –toreaba yo en Aguascalientes– el toro de su doctorado.”
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“En estos recuerdos de México, que como sueño voy a reviviendo, no he mencionado, sino vagamente, a las personas de mi cuadrilla. Y si parece ser que ellas no brillan con el fulgor de algunos personajes que pasan por mi mente, esto se debe a que mis peones y compañeros componen, en verdad, el fondo de todos los cuadros de mi vida.
“Fernando López fue, durante años, mi primer banderillero y si no me acompañó siempre, fue porque su vida, con esposa e hija no se lo permitió. Un muchacho extremadamente serio y cortés y un torero muy fino. Fernando pensó en ser matador de toros, más uno al herirlo en un momento decisivo para su carrera, le cortó el camino. Al convalecer de su percance, en la hacienda de los jóvenes hermanos y ganaderos Pliego, Fernando conoció a Guadalupe, hermana también de los ganaderos y se enamoró de ella. Asistimos a las peripecias de la joven pareja enamorada, que frente a la oposición de la familia de la novia se vio obligada a usar mil artimañas para encontrarse. Cuando regresábamos de gira, hasta Toluca iba Fernando para mirar, quizás desde una esquina, a la novia, y si hablaba con ella era con la ayuda de una vieja criada y a través de la reja de su ventana. Y cuando Guadalupe visitaba la capital, el alborozo era tremendo y Fernando, con días de anticipación, pensando en la entrevista que ocurriría, posiblemente, en alguna tienda o agencia de viajes.
“El tiempo pasó, Fernando se casó con la encantadora Guadalupe y nació su hijita Susana. Todo esto aconteció entre tarde y tarde de toro.
“La pareja de Fernando era Jesús Meléndez, un mozo moreno, de sonrisa franca y brillante banderillero y torero cumplidor y optimista. Fueron auxiliados estos dos buenos toreros por varios peones mexicanos: Zenaido, Rubito, Tabaquito y El Yucateco, los que más tortearon conmigo. Mi mozo de espadas, Roberto, quien acompañó mis primeras actuaciones y fuera sustituido por Teodoro, un hombre taciturno, de mirada y cabellos grises.”
(Continuará)
(AAB)