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72 Festival de Cannes

Malick y Sciamma a la mitad del camino

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▲ Monica Bellucci en la alfombra roja de The Best Years for a Life.Foto Afp
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ara la primera proyección de la competencia de este domingo, me resigné a las casi tres horas que dura A Hidden Life (Una vida escondida) porque su director, el otrora inspirado Terrence Malick, me ha dejado de interesar desde que hizo El árbol de la vida, ganadora de la Palma de Oro en 2011. Ahora ha vuelto a las andadas con una historia potencialmente interesante, basada en un hecho histórico: en la Austria de 1939 un granjero llamado Frank Jägerstätter (August Diehl) se negó a portar armas y jurarle lealtad al régimen de Hitler. El hombre fue arrestado, sometido a un tribunal militar y finalmente ejecutado en 1943.

Lo que podría haber sido un drama absorbente ha sido transformado por Malick en otra estetizante reflexión filosófica y religiosa, toda ella pronunciada por la voz interior del protagonista (quien ciertamente tiene un pensamiento demasiado sofisticado para un humilde granjero, la verdad). La película arranca con vistas hermosas de los Alpes austriacos y casi esperamos que aparezca Julie Andrews cantando sobre cómo las colinas están vivas con el sonido de la música. En cambio, vemos la felicidad conyugal de Frank y su fiel esposa Fani (Valerie Pachner) antes de que él sea reclutado para servir en el ejército nazi.

Malick filma todo con una lente gran angular y mucha contrapicada, lo cual deforma la imagen. Obviamente, el cineasta está enamorado de su propia técnica porque no la suelta. Una vez que Frank es internado en una prisión, las imágenes de sufrimiento y encierro remplazan a las bucólicas. Pero el tratamiento es el mismo. Más que un alegato pacifista, A Hidden Life es un fatigoso catálogo de retórica que se cree profunda y es más bien banal.

Por su parte, la otra concursante del día fue Portrait de la jeune fille en feu (Retrato de la joven chica en llamas), cuarto largometraje de la realizadora francesa Céline Sciamma, quien debuta en la competencia. Situada en 1770, la película cuenta cómo la pintora Marianne (Noémie Merlant) acepta el encargo de pintar a Heloïse (una luminosa Adèle Haenel), una joven recién salida del convento, comprometida a casarse con un italiano. Al principio, la pintura debe hacerse a escondidas de la futura novia. Sin embargo, ella acepta posar en tanto la relación con la pintora se vuelve más íntima.

Aunque la recreación de época es impecable –sobresale la fotografía de Claire Mathon, cuando usa las velas y el fuego como únicas fuentes de luz– la historia se siente contemporánea por el tono cotidiano de las actrices. Lo anacrónico se refuerza con una secuencia en una gran fogata, donde las mujeres del pueblo cantan a cappella una tonada muy moderna. La película es delicada, pero algo lánguida y fría. Ciertamente el amor lésbico ha sido retratado con más pasión en otras ocasiones, como en La vida de Adèle, de Adbellatif Kechiche, ganadora en Cannes en 2013.

El festival ha llegado a su mitad con una clara preferencia de la crítica por Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar. El nivel de calidad del certamen ha sido bueno, todavía sin petardos que lamentar. Aunque el clima ha sido frío y lluvioso y eso siempre ha sido, por lo menos para mí, un motivo amplio de queja.

Twitter: @walyder