os rayos de luz que nos llegan del Sol como cualquier otra estrella del universo se pueden aprovechar para producir electricidad y para el calentamiento, enfriamiento o secado de alimentos en lo que se conoce como la energía solar.
Los compromisos que estableció México en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21) que se celebró en París, en el año 2015, suponen los siguientes compromisos: en el año 2024 se generará 35 por ciento de la energía que produce el país mediante energías limpias y se reducirá en 50 por ciento la generación de gases de efecto invernadero producidos en 2000 para el año 2030. Llama la atención que la definición de energías limpias que se utiliza en México (publicada en el Diario Oficial de la Federación el 11 de agosto de 2014) considera a la energía nuclear como una energía limpia y, más aún, se tienen contempladas dos centrales nucleares nuevas para los próximos años; lo anterior sin lugar a dudas va contra la utilización de energías renovables que no incluyen a la nuclear por ser una fuente de energía que emplea uranio y, además, los desechos de los reactores, a pesar de que se manden a la Luna, son radiactivos y por tanto una fuente no sólo de contaminación sino de muerte para los seres vivos, sin considerar que en algunos casos son la fuente para obtener el combustible de las bombas atómicas.
Hasta donde se tienen cifras de la Secretaría de Energía –2017–, en cuanto a generación de energía, casi 80 por ciento proviene de los combustibles fósiles que son la principal fuente de contaminación del planeta por la producción de CO2, 15 por ciento proviene de energías renovables –el Sol, el viento o energía eólica, la energía geotérmica, la microhidráulica (menos de 30 MW), la biomasa y la energía de los océanos, así como el hidrógeno– y 5 por ciento restante de fuentes como la nuclear y plantas de gas y combustóleo que absorben el bióxido de carbono –llamadas limpias
. En relación con la energía eléctrica, 71 por ciento proviene del petróleo, gas y carbón, 25 por ciento de las energías renovables que ya definimos y casi 4 por ciento de las llamadas limpias
.
A partir de estas condiciones, la primera pregunta que surge es: ¿cuáles son las razones para que México continúe con una política petrolera –hoy del 80 por ciento de la energía del país– y no de un giro radical hacia las energías renovables, entendidas sobre todo como la energía solar a gran escala y a pequeña escala?
Para muestra algunos botones: Costa Rica planea para el año 2021 producir 100 por ciento de su energía con fuentes renovables; Brasil en 2019 lo hará en 85por ciento; Uruguay planea tener 50 por ciento de energías renovables para el año 2030, y Chile, 20 por ciento para 2025. Y México, según la COP21, pretende tener 43 por ciento de energías limpias para 2030, pero haciendo trampa porque no es lo mismo renovables que limpias.
Si nuestro país quisiera, según algunos investigadores del Instituto de Energías Renovables de la UNAM, se podría tener para el año 2050 a México generando toda su energía eléctrica con 100 por ciento de energías renovables, sobre todo la solar y eólica, pero también la geotérmica, la microhidráulica, la oceánica y la que se obtiene de la biomasa. Cabe señalar que nuestro país recibe cuatro veces más radiación solar que nuestro vecino del norte.
Hasta ahora no ha habido en México más que una tibia política hacia las fuentes renovables de energía, con argumentos de que no son costeables y son intermitentes, ambos hoy falsos, según se ha publicado ampliamente en todo el mundo. Hoy la energía solar fotovoltaica es más barata que el petróleo y el gas, y además ya se han construido plantas termosolares que generan energía eléctrica las 24 horas con almacenamiento de sales, lo que demuestra que ya no es intermitente. En nuestro país todavía no se construye ninguna, a pesar de las condiciones privilegiadas de México.
¿Cuáles serían las ventajas de dirigir nuestra política energética hacia las fuentes renovables de energía?
En primer lugar, destinar más petróleo a la refinación o bien aumentar nuestras exportaciones petroleras o nuestras reservas. En cualesquiera de estas dos posibilidades es posible invertir una parte de esos recursos en la construcción de plantas de energías renovables –que en caso de las solares fotovoltaicas durarían 25 años–, por medio de empresas estatales y nacionales (ya existen algunas, como Solartec, Iusasol y Módulo Solar) que produzcan los diferentes componentes y así dar empleo a investigadores y estudiantes universitarios para producir paneles fotovoltaicos para centrales fotovoltaicas, calentadores solares, cocinas solares, biodigestores, centrales termosolares, aerogeneradores, biocombustibles, plantas que aprovechen la basura para generar energía eléctrica, automóviles, camiones y trenes eléctricos y lámparas de ledes, por mencionar sólo algunos. Con este modelo se puede ligar el trabajo de las universidades y los jóvenes con aquellos aspectos prioritarios para el país.
En segundo lugar, colaborar en serio para mitigar los efectos del cambio climático global reduciendo a cero las emisiones de gases de efecto invernadero de nuestro país. Y en tercer lugar, contribuir al desarrollo sustentable para no hipotecar el crecimiento y calidad de vida de las futuras generaciones.
Hasta ahora se ha invertido poco en las fuentes renovables de energía, esperemos que esa situación ahora cambie.
* Instituto de Energías Renovables, UNAM.