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Nuestra opinión El principio Cuatro meses de la 4T
Pero, por otra parte, la cuarta está siendo recibida con un tupido bombardeo de cuestionamientos; por un coro crítico que, bien visto, es un griterío bipolar: la derecha rechaza las medidas del nuevo gobierno porque cambian las cosas y lo que había antes estaba bien; cierta izquierda rechaza las medidas del nuevo gobierno porque no cambian las cosas y son más de lo mismo. Unos depresivos y otros compulsivos, los críticos al bote pronto son básicamente reactivos: están programados para el “no” y dicen “no”. Son, como dijo López Obrador, “conservadores”. Adjetivo que aquí es descriptivo y no peyorativo. Ciertamente detrás del “no” hay intereses y en algunos casos patrocinadores: tras del “no” de la derecha está la oligarquía mafiosa que no quiere abandonar el poder; mientras que trás del “no” de la izquierda están los que repudiaron la vía electoral y cuando ésta se transita con éxito tienen que descalificar por principio los cambios resultantes, pues de otro modo quedan al margen de la historia. Poscapitalismo o posneoliberalismo. El mayor desafío de la cuarta transformación es sacar a México de la pendiente del neoliberalismo. Es frenar la locomotora infernal que a fines del pasado siglo pusieron en marcha los tecnócratas rapaces, la cleptoburguesía parasitaria y las trasnacionales gandallas. Es atajar la corriente turbulenta y cenagosa que nos lleva al abismo; que nos arrastra a una crisis terminal y sin retorno. Y hacerlo ahora, cuando aún estamos a tiempo. El mandato del nuevo gobierno no es, entonces, acabar con el capitalismo en general, sino ponerle coto al mercantilismo salvaje, desalmado, inclemente que imperó durante los últimos treinta años. Un capitalismo rapaz que en México tiene muchos filos, entre ellos, habernos uncido al sistema global, no como país extractivista, que dicen algunos, sino como economía maquiladora. Lo que es peor. Ahora bien, el mercantilismo absoluto no es solo un modelo de desarrollo al que se puede y se debe renunciar. En las tres décadas de su imperio, el neoliberalismo dejó la marca de la bestia en nuestras leyes, nuestras instituciones públicas, nuestras relaciones sociales, nuestras estructuras económicas, nuestro imaginario colectivo. La cuarta transformación tiene que sacarles el chamuco, tiene que exorcizarlas, tiene que regenerarlas. Este es el corazón socioeconómico de la cuarta transformación. Y en los primeros cuatro meses del nuevo gobierno ha quedado claro que los cambios van. Van con el acelerador a fondo. Cambios en ráfaga. A partir del tres de julio del año pasado, fecha en que se reunió con trescientos futuros colaboradores, el de Macuspana se olvidó de la campaña y se puso a gobernar. Y desde el primero de diciembre, un día sí y otro también, están ocurriendo cosas importantes en los más diversos ámbitos. Actos de gobierno de trascendencia económica, de importancia social, de relevancia política, de valor simbólico… o todo a la vez. Rápida sucesión de acciones precisas y contundentes que vistas en conjunto apuntan a un cambio de régimen; una reconfiguración del Estado mexicano y, por esa vía, a una recomposición del país todo… Cuando menos hasta donde un país es reformable por puros actos de gobierno, pues otros cambios tendrán que venir de abajo, de la sociedad. Y son responsabilidad de nosotros. Son responsabilidad de los de a pie. Como acostumbran los de la llamada “sociedad civil” -oenegeneros, que algunos ven como los nuevos contestatarios focalizados-, yo podría elegir para mi análisis una o dos acciones transformadoras de mi especialidad y en las que me sienta cómodo. No lo haré. Para contrarrestar el compartimentalismo posmoderno y recuperar el ecuménico holismo de los izquierdistas de antes, que le entrábamos a todo, intentaré mostrar el bosque y no solo algunos árboles, visibilizando un conjunto significativo de acciones transformadoras del nuevo gobierno. Así pues, y aunque pueda resultar farragoso, déjenme recordarles una veintena de quiebres, de virajes, de golpes de timón. Acciones contundentes y transformadoras, cada una trascendente en sí misma y todas juntas apabullantes. Empiezo por algunas de relevancia económica y ambiental.
Otras acciones son de trascendencia social y política.
Termino aquí una enumeración que me parece indispensable, no porque lo descrito sean galas de nuevo gobierno -que también lo son- sino porque son logros nuestros. Conquistas de quienes por meses, años, lustros, décadas… luchamos por todas o algunas de estas reivindicaciones. Y las estamos haciendo realidad gracias a que nos decidimos a jalar juntos y cambiar de gobierno. La crítica crítica. Naturalmente si alguien está en desacuerdo con alguna de estas acciones, posiblemente aquella que toca un tema que le afecta directamente o que conoce a fondo, tiene derecho a cuestionar, a que se le tome en cuenta y a que se le responda con argumentos. Pero sin olvidar que hay otras veinte, y que un juicio ponderado sobre el nuevo gobierno tiene que considerarlas todas. La cuarta transformación es un proceso integral con múltiples dimensiones entrelazadas y así debe ser evaluado. Cuando está en juego el destino del país, los particularismos estrechos y ensimismados: a mí mis minas, a mí mis presas, a mí mi fracking, a mí mis transgénicos, a mí mis mujeres, a mí mis pueblos originarios… son improcedentes. Quizá no todas estas medidas de gobierno nos gusten y posiblemente quisiéramos que hubiera otras o que fueran más. Pero hay que ser muy mezquino o muy ciego para negar que los cambios van. Y que van en la dirección que desde siempre hemos preconizado los de izquierda. Cambios que por décadas reivindicamos desde diferentes trincheras y a través de diversos movimientos sociales, y que ahora se están materializando porque finalmente decidimos unirnos para luchar juntos por un cambio de gobierno. El que no entienda que lo que hizo la diferencia en las batallas del aeropuerto, la reforma educativa, el fracking… es haber impulsado decididamente la vía electoral, es que no quiere entender. Y quizá no quiere entender porque se hizo a un lado cuando se trataba de librar la épica -sí, épica- lucha cívica de los últimos quince años. De modo que, ahora que ganamos, no le queda más que mentar madres y descalificarlo todo. Y es que se ha de sentir feo no haber estado ahí. No haber participado en la gran batalla electoral y no haber podido celebrar con todos la noche del primero de julio, cuando supimos que éramos treinta millones y habíamos ganado… Pobres. Lo que no quita que la crítica, venga de donde venga, es parte sustantiva de la cuarta transformación. Dudas y desavenencias. En lo que mi toca, hay una idea de López Obrador que no comparto, una acción de su administración que me parece equivocada y un problema económico que pide solución pero del que el gobierno habla poco. La idea que me parece discutible es que, dado que las organizaciones gremiales y civiles fueron corporativizadas y cooptadas por los gobiernos del PRI y el PAN, las acciones y recursos del nuevo gobierno deben dirigirse y entregarse directamente a los destinatarios en lo individual. El diagnóstico que apunta al clientelismo me parece certero, la solución no. En pro de la brevedad reviro con un epigrama: La mayor riqueza de una sociedad es su (auto) organización. El peor crimen de los anteriores gobiernos fue haberla pervertido. El mayor error del gobierno del cambio sería tratar de suplantarla. La mayor tarea de la sociedad en movimiento es regenerarla. La equivocación que encuentro es haberse dejado deslumbrar por el anuncio de una cuantiosa inversión de la Nestlé, sin atender a los sólidos argumentos de los caficultores en el sentido de que la trasnacional quiere cafés malos y baratos para hacer solubles, mientras que nuestro grano aromático tiene calidad de exportación, genera divisas, proporciona millones de empleos y al ser mayormente bajo sombra y biodiverso es ambientalmente virtuoso. Y señalo este resbalón porque no es algo que afecte a unas cuantas comunidades o a una sola región, como la mayoría de los sobrecuestionados “megaproyectos”, sino que afecta a medio millón de familias caficultoras de nueve estados de la República y varios millones de jornaleros que trabajan en las pizcas. Aclaro, también, que no se trata de sacar del país a la corporación agroalimentaria, porque ciertamente necesitamos inversiones, sino de acotarla y apoyar en serio a nuestra caficultura identitaria y raigal. Por fortuna parece que el gobierno ya rectificó y el programa Sembrando vida no subsidiará las plantaciones de cafés robustas. ¡Alabado! El problema grande que encuentro en el proyecto es que, ciertamente, en un país empobrecido y polarizado, la primera tarea de un gobierno de izquierda es la redistribución progresiva del ingreso mediante políticas públicas. Una redistribución que no debe ser puramente asistencial sino también productiva, y que para ser sostenible requiere de un crecimiento significativo de la economía nacional.
Ahora bien, desde hace tres décadas nuestra economía casi no crece y, por lo que se ve, el nuevo gobierno tendrá dificultades para hacerla crecer lo suficiente. En el Cono Sur del continente encontramos ejemplos de gobiernos de izquierda que se legitimaron gracias a que en un entorno macroeconómico propicio para crecer y mediante la redistribución del ingreso, redujeron significativamente la pobreza y procuraron el bienestar. Pero que, en cuanto terminó la bonanza, fueron desertados por las mayorías. Nosotros no tenemos el entorno mundial favorable que ellos tuvieron en el arranque del siglo. Aun así, necesitamos crecer más si queremos que el bienestar que comenzaremos a procurar con los nuevos programas sea sostenible. Para esto se necesita inversión. Y la que tenemos a la mano puesto que gobernamos, es la inversión pública; una inyección de los recursos fiscales planeada y dirigida, que sin embargo en México está muy acotada por una ínfima recaudación. Monto de inversión pública que además de ser raquítico en los últimos años ha venido disminuyendo. La conclusión insoslayable es que hace falta una reforma fiscal progresiva. Es decir, que los ricos paguen más. Es obvio que si se los anuncias durante la campaña o en el arranque de la nueva administración, los machuchones que tienen la pachocha se las arreglan para no dejarte llegar a la Presidencia o te desfondan la economía. Pero tarde o temprano -de ser posible antes de los proverbiales tres años- habrá que decirles que se les aumentan los impuestos; en particular el que les duele, que es el impuesto sobre la renta. Y que se hará por el bien de todos -también de ellos- pues sin la palanca de una inversión pública robusta no hay crecimiento ni acumulación sostenible... En fin, ya se verá. Entre tanto, la cuarta transformación va. •
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