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El derecho a la educación de las niñas: promesas y olvidos en el contexto rural Lizbeth Villalba Domínguez y Jordi Abellán Fernández El cuarto objetivo de desarrollo sustentable de la Agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas plantea como meta “Garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos”. Además de velar porque todas las niñas, niños y adolescentes terminen la enseñanza primaria y secundaria, también pretende que el sistema educativo produzca resultados pertinentes, que se eliminen las disparidades de género y asegurar el acceso en condiciones de igualdad de las personas vulnerables. La educación es un derecho asentado en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y como tal, un medio para desarrollar las capacidades de los seres humanos, incluidas las niñas y jóvenes que viven en entornos rurales marginales, quienes con mucha frecuencia se ven privadas de decidir sobre su futuro. En este sentido, numerosas causas limitan su incorporación al mundo del trabajo, su independencia económica y por ende, su participación ciudadana. El Estado mexicano ha demostrado hasta ahora su incapacidad para ofrecer respuestas que impidan la reproducción de las desigualdades sociales y los bajos niveles de logro educativo. Estos dos problemas no se resuelven nada más con el acceso a la escuela, otorgando becas u otras medidas compensatorias, porque la regla de la exclusión establece que cuanto más marginada es la población, menores son los aprendizajes escolares. Asimismo, esta relación de dependencia se acentúa cuando nos referimos a las niñas y jóvenes, una situación a la que se suman una serie de factores de riesgo cuya presencia o ausencia afectan durante toda la educación obligatoria:
La aparición aislada de uno de estos indicadores no provoca un proceso de exclusión, más bien, deben asociarse entre sí para que impacten en el desarrollo cognitivo y en el comportamiento de las estudiantes. Sin embargo, quedar rezagadas, no asistir con regularidad a la escuela o abandonar los estudios son los primeros síntomas de la exclusión de las niñas y jóvenes, principalmente en la educación secundaria y media superior. El ciclo de exclusión escolar y social de las niñas y adolescentes se puede resumir en la siguiente trayectoria:
La necesidad de responder al derecho de las niñas y jóvenes a recibir una educación que certifique el logro de los aprendizajes esperados implica, entre otros aspectos, la resignificación de la función social del docente y de las prioridades educativas. Así pues, combatir la desigualdad exige que el sistema en su conjunto y los maestros en particular atiendan de manera diferenciada a quienes no tienen acceso a las condiciones que ayudan a alcanzar los aprendizajes escolares. Los factores de protección en momentos concretos o durante periodos prolongados de la escolarización pueden determinar los proyectos de vida de las niñas y jóvenes. Evidentemente, no basta con ofrecer una educación que intente afianzar los aprendizajes básicos, que los contenidos y estrategias de enseñanza sean relevantes para los contextos rurales o promover la asistencia a través de los desayunos escolares. Desde la educación escolar se propone convertir al docente en mentor y modificar el currículum para que las alumnas que estudian en escuelas ubicadas en contextos marginales cambien sus expectativas de futuro. En otras palabras, se pretende que desarrollen una actitud crítica hacia su situación escolar, social y económica, conozcan opciones diferentes a las que están expuestas y construyan, hasta donde sea posible, un proyecto de vida diferente. En la escuela primaria Emiliano Zapata de la comunidad de Creel, Chihuahua, se implementó un proyecto organizado a partir del trabajo con el futuro probable (continuidad si no se interviene), el futuro deseable (los derechos de la niñez y la adolescencia) y el futuro posible (acciones que provoquen un cambio real):
Por consiguiente, el empoderamiento de las mujeres pasa por un proceso de resiliencia donde el docente juega un papel trascendental. En estos casos, la falta de alternativas se puede enfrentar a través de medidas de prevención que incidan en la toma de conciencia y doten a las niñas y jóvenes de herramientas con las que responder a cada uno de los factores de riesgo. La construcción de contextos personales pasa por la introducción de influencias externas distintas al círculo social inmediato, con el objetivo de presentar posibilidades de elección y apoyo suficiente para que sean más resistentes y se rebelen ante las condiciones de su entorno. •
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