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¿Cómo es mi colonia?
Tania Ramírez Rocha y Patricia Ramírez Ramírez Existen diversas formas de ser niñas y niños en México. Las diferencias en gran medida suelen estar marcadas por el contexto en el que viven y de ahí se suman otras características que generan diferencias y también desigualdades. El medio ambiente, las características del territorio (urbano o rural, entre otras) o las actividades económicas de sus familiares mayores o de quienes dependen económicamente impactan en las experiencias de vida de la niñez. Esas características, desafortunadamente, no son únicamente “diferencias”, ya que le otorgan a las personas, y en este caso a los niños, valores o posiciones diferentes dentro de la sociedad; y en muchas ocasiones quienes se saben o sienten que ocupan las posiciones de poder o privilegio, ejercen violencia sobre quienes se considera que se ubican en posición de inferioridad. Por ejemplo, tal vez hemos oído que adultos regañan a sus hijos varones de corta edad diciéndoles: “le pegas al balón como niña”. Se comunica un mensaje de que el niño está en una posición de superioridad con respecto a las niñas. También el territorio (sus recursos y los servicios) marca las experiencias de vida de la niñez respecto al espacio que habitan. Por ejemplo el hecho de tener o no agua entubada, el sentir que viven en un espacio “tranquilo” o “seguro”, las plantas, los animales, los espacios religiosos o distintivos de la localidad. Entrevistamos a niñas y niños (aproximadamente 50 en total, que acuden a la primaria de la localidad) que habitan en una colonia de los altos de Morelos, de reciente creación (aproximadamente 20 años), cuya población es de cerca de 200 habitantes. La mayoría de las niñas y los niños que hemos entrevistado señalan que sus padres, tíos y abuelos son albañiles y en algunos casos jardineros o cuidadores de casas. Sus mamás o tías realizan trabajos de limpieza, cocina y lavan ropa en sus casas, y otras además trabajan en el comercio vendiendo chicharrones, productos de plástico o trabajan en tiendas de abarrotes o cosen ropa. La colonia tenía 43 casas (INEGI, 2010). Dos de los principales problemas que percibían niños y niñas eran la falta de red de internet y la ausencia de agua entubada. Señalan que sus padres compran pipas cuyo monto oscila entre los 600 y los 800 pesos. Si el ayuntamiento les vende la pipa el costo es bajo pero deben esperar al menos una semana para que se las envíen. Con particulares, los precios van de 700 a 800 pesos. También influye si la compran cuando la demanda es mayor, es decir en la época de sequía, que generalmente se junta con el periodo vacacional. La llegada de turistas a localidades y fraccionamientos circunvecinos aumenta la demanda porque algunos compran pipas para sus albercas, regado de jardines o bien para consumo en general.
El agua la almacenan en cisternas. El 90% de menores comenta que el agua usada para lavar trastes y ropa es usada para “echarle al baño” y regar las plantas. Una niña de 9 años nos señala que separan el agua de cocina y trastes porque “a las plantitas no les gusta esa agua”, debido a la grasa del aceite. En unos casos el costo de la pipa se comparte con otras familias que viven en el mismo terreno o comparten el uso de la cisterna. En los dibujos que hicieron las niñas y los niños sobre su casa, se observa que pintaron la cisterna. En otros casos pintaron “las plantitas” que tienen en su casa. Inclusive un niño de 10 años nos mencionó que “las plantitas cambian, ahorita están cafés porque está seco pero cuando llueve se vuelven verdes”. La ausencia de agua en la colonia es muy visible, no sólo por presencia de cisternas (que son visibles porque miden como 1m de alto sobre el nivel del suelo y su forma es circular) sino porque los mismo niños hablan de la ausencia del agua y como le dan varios usos conforme la van utilizando. Inclusive una niña de 10 años refiere que a veces su mamá tiene que ir a lavar a un apantle ubicado en a media hora (en auto) de la colonia. Otro tema importante fue “la tranquilidad” y “la seguridad” del espacio que habitan. La gran mayoría percibe así su colonia, y lo señalan como una cualidad, aunque a veces lo relacionan al “aburrimiento”. Inclusive hay quienes señalan que han venido de otros lados como Cuernavaca porque ahí “sí está peligroso” (relacionándolo con robos, muchos coches o secuestro de menores). Unos niños nos han dicho: “aquí es seguro porque son poco y todos se conocen”. También atribuyen la seguridad al hecho de pertenecer a una religión. Señalan que además “es tranquilo” porque no hay ruido, no ponen música en volúmenes altos. En conclusión, observamos que las niñas y los niños que habitan en espacios aún no considerados con tasas delictivas altas, dentro de la zona norte del estado, les impacta el problema de la violencia. Aunque en este caso afortunadamente, ellas y ellos resaltan como uno de las cualidades del espacio que habitan, el que “es seguro” y “tranquilo”; el que pueden ir a la tienda. Claro, dentro de estos límites de un espacio seguro, dentro del discurso que oímos de ellos, es el miedo “por el robo de niños”. Y sobre este escenario de la construcción de un espacio seguro, vemos que se enfrentan a otras problemáticas como es la ausencia del agua, un servicio al cual deberían tener acceso. •
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