20 de abril de 2019     Número 139

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Entrevista con Raquel Sosa

Las universidades Benito Juárez:
aire fresco para el sistema educativo

Cecilia Navarro

En un país donde la universidad más importante, la Universidad Nacional Autónoma de México, no puede aceptar a 90% de los aspirantes a ingreso, crear una red de universidades gratuitas y ubicadas en regiones alejadas, con una oferta académica claramente vinculada a las necesidades de la comunidad suena como una buena opción para los jóvenes.


Cada año, un millón de jóvenes requiere de alternativas para estudiar. Crefal

El 25 de marzo arrancaron las actividades académicas con los estudiantes inscritos en alguna de las sedes del programa Universidades para el Bienestar Benito Juárez García. En el momento de hacer esta entrevista había 17 mil jóvenes inscritos, se estimaba que llegarían a alrededor de 30 mil en los siguientes días.

Se trata de uno de los programas prioritarios del gobierno federal, busca atender la demanda de jóvenes que aspiran a tener educación superior pero han sido rechazados en universidades privadas y públicas.

“Hay una población de jóvenes en condiciones de pobreza que no entran a la universidad por diversos motivos. Las universidades públicas existentes ya no tienen capacidad de crecimiento y las privadas son inaccesibles. Además, por la precariedad, el transporte es un problema. Los que logran terminar su bachillerato y no tienen opciones, de plano, migran”, explica Raquel Sosa, coordinadora de este proyecto.

Cuando se hicieron los censos del gobierno federal, se puso en evidencia que un millón de jóvenes piden apoyo para estudiar. Además, están los que buscan aprender oficios para tener ingresos suficientes, que son otros tres millones.

Para atender al menos una parte de esta demanda, estas universidades se ubicarán lejos de las cabeceras municipales, en puntos de todo el país con poblaciones de entre 15 y 45 mil habitantes. Se trata de áreas rurales, semirrurales y con importante presencia de población indígena y donde no hay otras instituciones de educación superior.

Con este proyecto se pretende atender a 130 mil jóvenes cada año, iniciando con poco más de 32 mil. Aunque, dice Sosa, “si la demanda es suficiente, podría crecer la atención hasta a 250 mil jóvenes, yendo por fases en las universidades. Sería posible abarcar más municipios”. La capacidad de crecimiento de este programa sería de hasta 250-300 planteles.

“Estoy conmovida, nos importa mucho lo que estamos haciendo, los jóvenes han estado muy frustrados, acosados, abandonados y con este proyecto están recuperando la alegría, la esperanza, la creatividad inmensa que tienen. Al proyecto se están sumando personas con alta capacidad profesional que se dedican a fondo, los protegen, los atienden, hablan con ellos. Es algo muy importante para un sector tan agredido, un sector que ha sido excluido de la peor manera”, dice Sosa.

Oferta a la medida de las necesidades locales

Las universidades no tienen una amplia oferta académica; las carreras que ofrecen fueron consultadas con las comunidades, son pertinentes para ellas y están orientadas a la producción agroalimentaria, el desarrollo sustentable, la remediación en el deterioro de suelos, ecosistemas y cuerpos de agua, a la atención en salud y enfermería, entre otras, además de carreras vinculadas al manejo y cuidado del patrimonio biocultural.

“Son seis áreas de conocimiento en total y las carreras se orientan al potencial que tienen las regiones: producción agrícola, agroforestería, ingenierías forestales. La idea es que permitan a los muchachos vivir en sus comunidades y tener opciones de vida”, dice Raquel Sosa.

Acerca del nivel de avance de este proyecto, Sosa refiere que ya están completos los planes de estudio, que ya hay terrenos donados por parte de comisariados ejidales, consejos comunales, presidencias municipales y que ya hay un modelo de instalación comunitaria que se edificará con la participación de los habitantes.

Antes de empezar propiamente con las carreras, las universidades o bien sus sedes alternas arrancaron con un proceso intensivo de certificación de profesores y de inicio de recuperación de conocimientos con los jóvenes que durarán alrededor de mes y medio.

“Anteriormente se abrieron bachilleraros en línea a los que los jóvenes dedicaban una hora a la semana. Es difícil que tengan un nivel adecuado para iniciar una carrera. Nos hacemos cargo de que si hay deficiencias no es problema de ellos, sino que institucionalmente no han tenido los apoyos que requerían. Tienen un enorme interés y eso es lo que más importa”, comenta Raquel.

Los estudiantes

Acerca del perfil de quienes se están inscribiendo para ingresar a esta red de universidades, Sosa explica que el promedio de edad es de entre 20 y 25 años, muchos fueron rechazados en universidades públicas, otros dejaron de estudiar y buena parte desde antes de terminar el bachillerato ya tenían pareja hijos y la necesidad de trabajar. A diferencia de lo que sucede en los poblados urbanos, donde por lo general se cursan de manera corrida los niveles escolares, en las zonas rurales a veces hay vacíos. El porcentaje de hombres y mujeres está bastante parejo.

Acerca de cuál es el panorama para los estudiantes de estas universidades, en un país donde la movilidad social es muy baja, Sosa comenta que “en todas las escuelas se va a estudiar y trabajar no solo con la problemática de la región, sino con el conocimiento de una o dos lenguas originarias locales. Con estas herramientas tendrán opciones para tener actividades económicas, insertarse en actividades requeridas en la zona. Y también tendrán título, pues son carreras profesionales”.


Raquel Sosa coordinará el Programa de las Universidades para el Bienestar Benito Juárez.
Laura Poy / La Jornada

A diferencia de otros proyectos del nuevo gobierno, que causan polémica, recelo o franco entre las comunidades, en este caso ha habido mucho interés, asegura Sosa: “Hay efervescencia, en todos lados la gente donó tierras y entró con trabajos comunitarios a limpiar terrenos, chaponear. Es conmovedor ver cómo está participando la gente. Esto es esencial porque queremos que el proyecto se arraigue en los lugares, que la gente se identifique con las escuelas”. Y esto se verá en el mediano plazo, cuando los jóvenes comiencen a egresar, “porque lo que estemos haciendo es pertinente para las necesidades de la comunidad y los resultados serán útiles para el desarrollo y la sustentabilidad de la zona donde está la escuela”.

 “Importa mucho que uno resuelva el tema de la supervivencia con dignidad, pero también importa mucho que estos saberes forman parte de su comunidad y la comunidad espera mucho de ellos.

Las críticas

Acerca de las críticas que el proyecto ha generado, Raquel comenta: “Creo que eso tiene más que ver con el ambiente general del país, no con lo que estamos haciendo. Las cosas nuevas siempre suscitan dudas, cuestionamientos, lo más difícil es aceptar que si lo que tenemos ahora no nos satisface, tenemos que buscar otras posibilidades, sin embargo, la gente se espanta, se pone a la defensiva. La verdad es que si todo hubiera sido muy exitoso no habría espacio para nosotros, a nadie se le ocurriría”.

Y ahonda: “en un sistema educativo tan descompuesto como el mexicano, donde se priorizaron las evaluaciones y las competencias por encima y en contra de las posibilidades de apertura de nuevos horizontes, viene bien el aire fresco de una experiencia educativa con otro sentido, que puede abrir otros espacios sin las estructuras rígidas que tenemos ahorita. Quienes estamos trabajando en esta dirección estamos contentos, entusiasmados. Tenemos el apoyo de muchas instituciones de alto nivel, en primer lugar la UNAM. El proyecto también ha despertado sentimientos muy amables”.

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